¿Quién inventó los besos, el llanto y los aplausos?
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Hay conductas que, además de ser peculiares al ser humano, al parecer son universales:
comunes a todas las culturas. Entre ellas están tres que comunican emociones: aplaudir,
llorar y besar. ¿Cómo empezamos los humanos a manifestarlas? ¿Son innatas o aprendidas?
¿Quién inventó aplaudir, llorar y besar?
Como muchas costumbres y comportamientos, los orígenes de aplaudir, llorar y besar
se pierden en la inmemorial noche de los tiempos. O sea que no podemos identificar a un inventor
singular, pero sí podemos rastrear su historia y, por lo menos, plantear hipótesis plausibles
sobre cómo iniciaron.
Aplaudir Ya desde la Biblia se menciona cómo la gente
aclamó y aplaudió la coronación del rey Joás. Y los romanos terminaban las funciones
de teatro con la exclamación “¡Valete et plaudite!” que significa “¡Hasta luego
y aplaudan!”, haciendo que la multitud chocara las palmas de las manos para indicar que les
había gustado el espectáculo. La costumbre de aplaudir se trasladó a las misas cristianas,
pero luego se volvieron más solemnes y los aplausos se reservaron para los espectáculos
menos sagrados. Los políticos, desde aquellas épocas y hasta
ahora, usan el aplauso de las multitudes para evaluar su aceptación entre la gente.
¿Pero quién aplaudió primero? Al parecer la conducta tiene origen pre–humano. Los
chimpancés aplauden para llamar la atención de los demás, cuando están contentos porque
hay alimento o porque quieren jugar. También se les ha visto hacerlo a gorilas.
¿Y en los humanos? Godofredo Olivares nos recuerda que el etólogo Desmond Morris tiene
una hipótesis interesante ¡y tierna! Se preguntó ¿cómo es que un ruido fuerte como
el aplauso, nos causa más placer que molestia? Morris observó que los niños de alrededor
de seis meses, palmotean para recibir a su mamá que se ha ausentado. Sucede que inicialmente
intentan alcanzar y abrazar a su madre, pero como no la alcanzan, hacen chocar las palmas
de sus manos: es como si abrazaran el vacío. Entonces, dice Olivares, cuando le aplaudimos
al actor o al cantante, es como si estuviéramos abrazándolo desde lejos, dándole palmadas
en la espalda... a distancia. ¡Awww!
Llorar Las lágrimas tienen como función limpiar
los ojos de impurezas. Pero no sólo lloramos cuando se nos metió una basurita en el ojo:
también lo hacemos cuando algo nos duele, cuando estamos muy tristes, o ¡hasta de felicidad!
La primera sensación suele ser el nudo en la garganta: ante una situación estresante,
nuestro cuerpo busca parar las funciones biológicas no esenciales, como comer, lo que cierra el
esófago, pero al mismo tiempo necesitamos respirar y abrir la laringe: esa tensión
se siente como una bola en la garganta. El llanto acaba por liberar esa tensión: cuando
lloramos desechamos la hormona adrenocorticotropa, relacionada con el estrés.
La lloradera es completamente innata: sucede en todas las culturas y desde bebés ya tenemos
tres tipos de llanto: el básico, relacionado con el hambre; el llanto de enojo, que es
más fuerte; y el llanto de dolor, que suele ser más abrupto.
Ya cuando crecemos, aprendemos a lidiar con el hambre y el dolor hasta cierto grado y
sólo lloramos en situaciones en las que nos sentimos como bebés: indefensos. O sea, cuando
sucede algo irreversible, o tan fuerte, que nos parece que no hay nada que podamos hacer.
Incluso cuando nos dan una noticia tan buena que nos hace llorar, lo hacemos porque sentimos
que la situación nos rebasa. El psicólogo evolucionista Oren Hanson propone
que el llanto tiene una función social: nos permite expresar nuestra vulnerabilidad, permitiéndole
a los demás acudir en nuestra ayuda y consuelo e incluso formando así vínculos más fuertes.
Besar ¡Mua! Hay muchos tipos de besos: el piquito
que les damos a los bebés en la frente es diferente al beso apasionado y romántico,
y no es lo mismo que un besito de saludo, pero todos derivan de lo mismo: una expresión
de un vínculo afectuoso. El antiguo texto indio Mahabharata ya habla
de personas que “juntaban sus labios” para expresar su amor, y en Roma se distinguían
el osculum, beso de etiqueta, basium, el de amistad y suavium, el de amors. En roma tenían
un beso especial para los niños en el que los agarraban de las orejas: le decían “beso
de cantarito”. Te sorprenderá saber que el beso romántico ¡no es universal! En algunas
culturas, como entre los Mehinaku de Brasil, se ve como algo asqueroso. Y bueno: la saliva
sí puede ser vehículo para las bacterias y virus que causan muchas enfermedades, así
que ¡cuidadito! La hipótesis más aceptada sobre su origen
es que el beso evolucionó a partir de la práctica de muchos mamíferos de masticar
la comida para poder dársela más suavecita a las crías. Bonobos y chimpancés se besan
como parte de la formación de vínculos sociales, de manera similar a los humanos. Sucede que
muchos animales pueden oler las feromonas de sus congéneres en su sudor o en su orina,
pero los humanos tenemos un olfato bastante malo, así que al besar podemos oler a la
otra persona, por ejemplo, para evaluarla como pareja. Pero también el beso a un bebé
nos permite olerlo: ese aroma activa las endorfinas en el cerebro de la madre o el padre, las
hormonas de la felicidad que los vuelven un poco adictos y aseguran que lo cuiden y apapachen.
Los labios son un área muy sensible y por ello los besos pueden ser muy agradables:
estimulan la producción de hormonas responsables del buen humor, como la oxitocina y la dopamina.
¡Hay quien asegura que podrían prevenir la depresión!
Por cierto: también es una costumbre antigua mandar besos besándose la mano e invocar
buena suerte besando un objeto en los deportes. Y hablando de besos y deportes, el récord
del beso más largo lo tiene una pareja tailandesa, que en 2013 duró ¡más de 58 horas! Sólo
nos queda decir ¡Valete et plaudite! ¡CuriosaMente! Si no quieres llorar, sino que todos te aplaudan,
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