¿Cómo evolucionó el Homo sapiens?
Las personas no siempre hemos sido como somos ahora. Se calcula que la vida en la Tierra
apareció hace tres mil quinientos millones de años y el género Homo sólo 1.7 millones de años. Y la
especie a la que pertenecemos, Homo sapiens, surgió hace apenas unos 315 mil años. ¿Cómo
pasamos de esto… a esto… y luego a esto? ¿Qué hizo que nuestro cuerpo tuviera tan poco pelo,
que camináramos erguidos, que tuviéramos un cerebro tan grande y complejo? Es decir…
¿Cómo evolucionó el ser humano hasta hoy? Decía Carl Sagan que para hacer un pay de manzana,
primero tienes que inventar el universo. No nos vamos a remontar tan lejos, pero sí diremos que
desde que surgió la vida (y, aunque hay muchas explicaciones todavía no sabemos con total certeza
cómo), los seres vivos han estado evolucionando. Primero fueron los seres unicelulares, pero
algunas células sobrevivían mejor si se agrupaban y así surgieron los organismos pluricelulares. Las
células empezaron a dividirse el trabajo y así aparecieron órganos y extremidades. Mecanismos
como las mutaciones, la selección natural, la deriva genética y la migración de genes fueron el
motor de la evolución durante millones de años y dieron origen a una enorme diversidad de especies…
Hasta que hace unos 55 millones de años surgieron los primates. Y 40 millones de años después,
la especie llamada Pierolapithecus: el bisabuelo de los gorilas, los bonobos,
los chimpancés… y los seres humanos. Un ancestro más reciente, de hace menos de 4 millones de años
fue el Australopithecus afarensis. Ella es Lucy. Vivía en África del Este y medía poco más de un
metro de altura. Sus brazos largos hacen suponer que quizá con frecuencia aún caminaba apoyando sus
nudillos en el suelo. Su mandíbula era prominente, y su cerebro no era muy grande y, como ves,
aún tenía pelo en el cuerpo. ¿Cómo cambiaron esas características a las de los humanos actuales?
Probablemente lo primero que cambió fue la forma de desplazarse. La mayoría de los primates tienen
brazos muy largos y piernas cortas porque pasan mucho tiempo en los árboles. Los australopithecus
vivían en zonas con mucha vegetación, con fácil acceso a frutas, nueces, raíces e insectos. Pero
cuando el clima cambió y las zonas verdes se redujeron, tuvieron ventaja quienes
tenían piernas más largas que les permitían recorrer largas distancias para buscar comida,
y ya no hacía falta tener brazos tan largos. El primer homínido que podía dar largas zancadas
fue Homo ergaster: el constructor de herramientas. Este cambio de hábitos, y la capacidad de recorrer
largas distancias tuvo un efecto secundario muy interesante: ¡nos dejó sin pelo! Verás:
la mayor parte de los mamíferos tienen pelo en todo su cuerpo: los protege del frío y del sol
directo. Además puede servir de camuflaje, o incluso para expresar estados de ánimo. Los
mamíferos que no tienen pelo, o viven bajo el agua y se aíslan térmicamente con grasa bajo
la piel o son muy grandes: el pelo les impediría disipar calor. Una estrategia para refrescarse es
usar el sudor. Los caballos, por ejemplo, sudan una sustancia aceitosa y espumosa. Sin embargo,
no es muy efectiva: el sudor cubre y enfría el pelo en vez de enfriar la piel. Por otro lado,
una persona acalorada y haciendo ejercicio puede producir ¡hasta 12 litros de sudor al día! Y se
aprovecha muy bien: el sudor humano es más agua que aceite y no se desperdicia enfriando pelo,
sino directamente la piel. Si una persona y un caballo corrieran un maratón en un día caluroso
¡el humano puede ganar! Esta habilidad que nos da el sudor no es nada despreciable cuando se trata
de perseguir presas ¡o de huir de depredadores! Un detalle curioso: los chimpancés, nuestros
parientes cercanos, tienen el pelo negro pero la piel blanca o sonrosada. Al dejar al descubierto
la piel de los ancestros humanos hizo necesario que se oscureciera, dando lugar al tono oscuro
característico de los habitantes de África. Otro efecto interesante del bipedalismo,
o sea, de la capacidad de caminar usando sólo dos piernas, es que nos dejó libres las manos:
para cargar cosas, y también para empezar a usar herramientas: un paso indispensable para detonar
el avance tecnológico y cultural. Y además nos cambió las manos. Como primates ya teníamos unos
pulgares maravillosos (en las manos y en los pies), pero más aptos para columpiarse que para
escribir sonetos o dibujar a Gokú. No es muy claro si fue antes, después o al mismo tiempo,
pero el caso es que nuestro pulgar se volvió más libre y móvil, lo que nos permite movimientos
más precisos, delicados y complejos. Las dificultades del clima también
obligaron a los protohumanos a buscar una dieta más variada y con mayor densidad de nutrientes.
Desarrollamos la “fatiga de paladar”: nos aburre comer lo mismo todos los días. El ser humano se
expandió por el continente. En la costa sur de África encontró sustento en una gran variedad
de plantas comestibles y en los mariscos ricos en proteínas y ácidos grasos. Al mismo tiempo
iba ocurriendo otro cambio importante: nuestro cerebro. El volumen pasó de unos 450 centímetros
cúbicos del australopithecus a alrededor de 1200 en el homo sapiens ¡Nos volvimos cabezones! Pero
no sólo aumentó el tamaño, también su complejidad y sus capacidades. Primero
se expandió el neocortex y dedicó sus funciones menos al proceso visual y más al razonamiento.
El crecimiento siguió en el área de broca, la zona que nos ayuda a producir el lenguaje. El
cerebro siguió creciendo al mismo tiempo que aumentaba nuestra capacidad tecnológica y la
complejidad social y de comunicación. Al parecer nuestro órgano influía a nuestras prácticas,
y las prácticas contribuían a cambiar al cerebro. Homo sapiens no fue la única especie que
evolucionó. Los fornidos Homo neanderthalensis se adelantaron en la exploración de Europa.
Los pequeñitos Homo floresiensis habitaron en Indonesia y los Denisovanos vivieron en
Siberia. Los humanos que salieron de África después probablemente se los encontraron.
Probablemente aprendieron algunas técnicas de los denisovanos, y sabemos que formaron parejas con
los neanderthales: prácticamente todos los humanos actuales no africanos tenemos genes neanderthal.
Y no hemos dejado de evolucionar. Circunstancias especiales han permitido que ciertas mutaciones
prosperen. El gen que le permite a los adultos digerir la leche se empezó a difundir hace apenas
10 mil años en poblaciones que domesticaban ganado para poder sobrevivir. Los tibetanos
evolucionaron una capacidad de aprovechar mejor el escaso oxígeno de las alturas y los Bajau
de Asia sur–oriental se adaptaron a la pesca submarina con un bazo que ha crecido para hacer
tener más oxígeno disponible en su sangre. ¿Cómo será el ser humano del futuro? ¿Qué
nuevas capacidades tendrá? Cuéntanos tus ideas en los comentarios ¡CuriosaMente!
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