Como Agua Para Chocolate Ep 15
Bajo su blusa sus senos se meneaban libremente pues ella nunca usó sostén alguno. De
su cuello escurrían gotas de sudor que rodaban hacia abajo siguiendo el surco de piel entre
sus pechos redondos y duros.
Pedro, no pudiendo resistir los olores que emanaban de la cocina, se dirigió hacia ella,
quedando petrificado en la puerta ante la sensual postura en que encontró a Tita.
Tita levantó la vista sin dejar de moverse y sus ojos se encontraron con los de Pedro.
Inmediatamente, sus miradas enardecidas se fundieron de tal manera que quien los hubiera
visto sólo habría notado una sola mirada, un solo movimiento rítmico y sensual, una sola
respiración agitada y un mismo deseo.
Permanecieron en éxtasis amoroso hasta que Pedro bajó la vista y la clavó en los senos de
Tita.
Ésta dejó de moler, se enderezó y orgullosamente irguió su pecho, para que Pedro lo
observara plenamente. El examen de que fue objeto cambió para siempre la relación entre
ellos. Después de esa escrutadora mirada que penetraba la ropa ya nada volvería a ser igual.
Tita supo en carne propia por qué el contacto con el fuego altera los elementos, por qué un
pedazo de masa se convierte en tortilla, por qué un pecho sin haber pasado por el fuego del
amor es un pecho inerte, una bola de masa sin ninguna utilidad. En sólo unos instantes
Pedro había transformado los senos de Tita, de castos a voluptuosos, sin necesidad de
tocarlos.
De no haber sido por la llegada de Chencha, que había ido al mercado por los chiles
anchos, quién sabe qué hubiera pasado entre Pedro y Tita; tal vez Pedro hubiera terminado
amasando sin descanso los senos que Tita le ofrecía pero, desgraciadamente, no fue así.
Pedro, fingiendo haber ido por un vaso de agua de limón con chía, lo tomó rápidamente y
salió de la cocina.
Tita, con manos temblorosas, trató de continuar con la elaboración del mole como si nada
hubiera pasado.
Cuando ya están bien molidas las almendras y el ajonjolí, se mezclan con el caldo donde
se coció el guajolote y se le agrega sal al gusto. En un molcajete se muelen el clavo, la canela,
el anís, la pimienta y, por último, el bizcocho, que anteriormente se ha puesto a freír en
manteca junto con la cebolla picada y el ajo.
En seguida se mezclan con el vino y se incorporan.
Mientras molía las especias, Chencha trataba en vano de capturar el interés de Tita. Pero
por más que le exageró los incidentes que había presenciado en la plaza y le narraba con lujo
de detalles la violencia de las batallas que tenían lugar en el pueblo, sólo alcanzaba a
interesara Tita por breves momentos.
Esta, por hoy, no tenía cabeza para otra cosa que no fuera la emoción que acababa de
experimentar. Además de que Tita conocía perfectamente cuáles eran los móviles de Chencha
al decirle estas cosas. Como ella ya no era la niña que se asustaba con las historias de la
llorona, la bruja que chupaba a los niños, el coco y demás horrores, ahora Chencha trataba
de asustarla con historias de colgados, fusilados, desmembrados, degollados e inclusive
sacrificados a los que sacaban el corazón ¡en pleno campo de batalla! En otro momento le
hubiera gustado caer en el sortilegio de la graciosa narrativa de Chencha y terminar por
creerle sus mentiras, inclusive la de que a Pancho Villa le llevaban los corazones sangrantes
de sus enemigos para que se los comiera, pero no ahora.
La mirada de Pedro le había hecho recuperar la confianza en el amor que éste le
profesaba. Había pasado meses envenenada con la idea de que, o Pedro le había mentido el
día de la boda al declararle su amor sólo para no hacerla sufrir, o que con el tiempo Pedro
realmente se había enamorado de Rosaura. Esta inseguridad había nacido cuando él,
inexplicablemente, había dejado de festejarle sus platillos. Tita se esmeraba con angustia en
cocinar cada día mejor. Desesperada, por las noches, obviamente después de tejer un buen
tramo de su colcha, inventaba una nueva receta con la intención de recuperar la relación que
entre ella y Pedro había surgido a través de la comida. De esta época de sufrimiento nacieron
sus mejores recetas.
Y así como un poeta juega con las palabras, así ella jugaba a su antojo con los
ingredientes y con las cantidades, obteniendo resultados fenomenales. Pero nada, todos sus
esfuerzos eran en vano. No lograba arrancar de los labios de Pedro una sola palabra de
aprobación. Lo que no sabia es que Mamá Elena le había «pedido» a Pedro que se abstuviera
de elogiar la comida, pues Rosaura de por sí sufría de inseguridad, por estar gorda y deforme
a causa de su embarazo, como para encima de todo tener que soportar los cumplidos que él
le hacía a Tita so pretexto de lo delicioso que ella cocinaba.
Qué sola se sintió Tita en esa época. ¡Extrañaba tanto a Nacha! Odiaba a todos, inclusive a
Pedro.
Estaba convencida de que nunca volvería a querer a nadie mientras viviera. Claro que
todas estas convicciones se esfumaron en cuanto recibió en sus propias manos al hijo de
Rosaura.
Fue una mañana fría de marzo, ella estaba en el gallinero recogiendo los huevos que las
gallinas acababan de poner, para utilizarlos en el desayuno. Algunos aún estaban calientes,
así que se los metía bajo la blusa, pegándoles al pecho, para mitigar el frío crónico que sufría
y que últimamente se le había agudizado. Se había levantado antes que nadie, como de
costumbre.
Pero hoy lo había hecho media hora antes de lo acostumbrado, para empacar una maleta
con la ropa de Gertrudis. Quería aprovechar que Nicolás salía de viaje a recoger un ganado,
para pedirle que por favor se la hiciera llegar a su hermana. Por supuesto, esto lo hacía a
escondidas de su madre. Tita decidió enviársela pues no se le quitaba de la mente la idea de
que Gertrudis seguía desnuda. Claro que Tita se negaba a aceptar como cierto que esto fuera
porque el trabajo de su hermana en el burdel de la frontera así lo requería, sino más bien
porque no tenía ropa que ponerse.
Rápidamente le dio a Nicolás la maleta con la ropa y un sobre con las señas del antro
donde posiblemente encontraría a Gertrudis y regresó a hacerse cargo de sus labores.
De pronto escuchó a Pedro preparar la carretela. Le extrañó que lo hiciera a tan temprana
hora, pero al ver la luz del sol se dio cuenta de que ya era tardísimo y que empacarle a
Gertrudis, junto con su ropa, parte de su pasado, le habla tomado más tiempo del que se
habla imaginado.