El Cambio Climático es Culpa Nuestra y Puedo Convencerte
El mundo entero se está calentando.
La temperatura media de la Tierra se ha disparado en los últimos 150 años, y lo hemos medido
por todas partes.
Pero, ¿qué lo está causando?
¿por qué la temperatura está aumentando justo en este momento?
Los científicos llevan siendo durante décadas muy cuidadosos con esta pregunta.
Porque, vamos a ver: tú vas, miras los datos de la temperatura y lo primero de lo que te
das cuenta es de que esta subida coincide con el momento en el que los seres humanos
hemos empezado a quemar carbón, petróleo y gas natural de manera masiva para alimentar
de energía a nuestra civilización.
Y adivinad qué ha estado subiendo también durante este tiempo: cuando quemas materia
orgánica, sus átomos de carbono se unen al oxígeno del aire para formar dióxido
de carbono.
Por eso no es sorprendente medir su cantidad en la atmósfera y comprobar que hemos pasado
de tener 280 moléculas de dióxido por millón a tener más de 400 en solo ciento cincuenta
años.
Luego, blanco y en botella: si el dióxido de carbono sube y la temperatura sube, entonces
nosotros somos los culpables del calentamiento global… ¿no?
Je, realmente no tiene por qué ser así: que dos cosas cambien de la misma manera no
quiere decir que estén relacionadas, por ejemplo aquí os dejo la cantidad de divorcios
en Maine versus el consumo de margarina per cápita, o la edad de Miss America versus
el número de asesinatos con objetos calientes.
¿Que ambas cantidades vayan igual quiere decir que uno haya provocado al otro?
No, solo son simples coincidencias.
Así que, ¿cómo podemos saber si estas dos gráficas están relacionadas, o no?
Bueno, primero suele ocurrir que las coincidencias no duran mucho tiempo: amplía la ventana
temporal y verás como estas gráficas dejan de ir a la par.
Y, como veremos en un próximo vídeo, cuando los científicos estudian cuál ha sido la
evolución de la temperatura y el dióxido de carbono a lo largo de cientos de miles
de años, descubrimos que van bastante juntos.
Durante los periodos glaciales los dos bajaban y en los interglaciales subían.
Y, por otro lado, que esto no es como la margarina y los divorcios: hay un mecanismo claro que
conecta estas dos cantidades.
Cuando la luz del sol llega a la Tierra pasan dos cosas.
Parte de la luz rebota y vuelve al espacio y otra parte es absorbida.
La Tierra se calienta y emite al espacio radiación infrarroja.
Cuando esa radiación infrarroja intenta atravesar la atmósfera, el dióxido de carbono la está
esperando.
Y es que tanto el dióxido de carbono como otros compuestos son máquinas moleculares
especializadas en dejar pasar la luz del Sol pero a la vez captar la radiación infrarroja
que emite la Tierra.
Mientras que moléculas como el nitrógeno ni se inmutan, el dióxido de carbono sí
la absorbe y se pone a vibrar.
Toda esa energía que portaba la luz, todo ese calor que iba a largarse al espacio, ahora
se queda con nosotros, aumentando la temperatura de la Tierra.
Este es el famoso Efecto Invernadero, y no penséis que es algo malo.
Sin él, el planeta sería una gran bola de hielo y seguramente no estaríamos aquí.
Pero es de esperar que si la cantidad de gases de efecto invernadero es demasiado grande,
el mundo se convierta en un coche en medio de un parking en pleno verano.
Luego no es de extrañar que, por haber aumentado el dióxido de carbono, la temperatura también
esté subiendo.
Sin embargo, hay que ser cautelosos: no se puede negar que esta gráfica tiene algunas
oscilaciones raras.
Claro, la Tierra es un sistema terriblemente complejo y el efecto invernadero es solo uno
de los muchos factores que pueden alterar la temperatura global.
Así que, ¿por qué no los revisamos?
Puede que sea otra cosa quién lo esté causando.
Primero tenemos la actividad solar: el Sol es la fuente de prácticamente toda nuestra
energía, si emite un poquito más o un poquito menos de luz eso tiene consecuencias en el
clima.
Bien, pues nuestra estrella tiene alteraciones naturales en la luz que emite.
Para empezar, la energía que recibimos del sol varía un pelín en ciclos de once años,
lo cual podemos medir directamente con nuestros satélites.
Ahora, estos cambios son tan pequeños y tan rápidos que nuestro clima no reacciona ante
ellos: la resistencia que tiene el agua de los océanos a cambiar de temperatura amortigua
estas oscilaciones.
Es como si apagaras y encendieras muy rápido el fuego debajo de una cacerola con agua.
Ella se queda como estaba.
Pero puede ser que el Sol tenga ciclos aún más extensos y que con solo los 50 años
de medidas no los hayamos pillado.
Esto hace que los científicos tengan que averiguar cuál ha sido la actividad solar
a partir de medidas indirectas: Una es el catálogo de manchas solares, con 300 años
de antigüedad (cuantas más manchas tenga el sol, mayor actividad), pero otra más ingeniosa
es utilizar los anillos de los árboles.
Veréis, del espacio profundo nos llegan a la Tierra partículas super energéticas que
chocan contra nuestra atmósfera: los rayos cósmicos.
Muy de vez en cuando, una de estas partículas, en concreto un neutrón, choca contra un átomo
de nitrógeno, transformándolo en un inestable átomo de carbono 14.
Este nuevo carbono 14 creado azarosamente en la atmósfera es poco a poco absorbido
por las plantas a través de la fotosíntesis, que lo integran en sus tejidos, por ejemplo,
en el tronco de un árbol.
La gracia es que en las épocas de alta actividad solar, el Sol nos lanza sus propios chorros
de partículas que apantallan estos rayos cósmicos, lo que hace que, al entrar pocos
en la atmósfera, no se forme tanto carbono 14.
Así que, midiendo la cantidad de carbono 14 que tiene un árbol en un cierto anillo
y haciendo algunos ajustes debido a su inestabilidad, uno puede saber cómo fue la actividad solar
en ese determinado año: si la concentración es muy baja, es que hubo unas grandes tormentas
solares que impidieron que se generase ese carbono.
Si es grande, lo contrario.
Esto permite conocer la actividad solar de los últimos 10.000 años, y sí, en ellas
encontramos oscilaciones más grandes.
La que más nos importa es la que sucede cada 200 años y que es presumiblemente la culpable
de ciertos periodos fríos de la historia, “pequeñas edades de hielo”.
Bueno, pues según el Sol, adivinad a quiénes nos debería haber tocado ya una de estas.
¿Veis que las temperaturas hayan bajado?
Porque yo no.
Esto no sólo descarta al Sol como el origen del calentamiento global, sino que además
nos advierte de que ahora entramos en un mínimo de actividad solar, lo que va a aplacar parcialmente
los efectos del cambio climático.
Imaginaos lo que pasará cuando el Sol ya no esté de nuestro favor.
Habiendo tachado nuestra estrella, otro factor importante es el movimiento de la Tierra alrededor
de ella.
Por supuesto, está el clásico giro y el eje inclinado que genera el invierno y el
verano cada año, pero existen otros movimientos: el eje de la Tierra cambia de inclinación
y precesa.
Además la elipse de nuestra órbita se alarga y se contrae, se hace más o menos excéntrica.
Los resultados de estas variaciones de nuestra órbita se llaman “ciclos de Milanković”
y son muy importantes en la historia del clima: las glaciaciones del último millón de años
están determinadas por la excentricidad y la cantidad de hielo que hay durante la glaciación
depende de los otros dos.
¿Pueden explicar o contribuir al cambio climático actual?
No, por dos motivos: el primero es porque estos movimientos son lentísimos, se completan
en decenas de miles de años.
No es posible que un cambio tan repentino en la temperatura, en solo cien años, haya
podido ser causado por movimientos que suceden tan despacio.
Y segundo: en ningún momento en el último millón de años ninguno de estos movimientos
periódicos ha conseguido hacer que el dióxido de carbono supere las 300 partes por millón.
Remarco.
Periódicos.
Este cambio climático que estamos viviendo es algo distinto al resto.
Ok, pues si no es nada externo, entonces el problema está dentro de la Tierra.
Pero, ¿seguro que somos nosotros?
Al fin y al cabo las plantas y los volcanes también emiten dióxido de carbono a la atmósfera.
Además, sabemos que en el pasado hubo cambios climáticos provocados por estas erupciones
naturales.
¿Cómo podemos saber que todos esos gases de efecto invernadero son nuestra responsabilidad?
La respuesta está en los carbonos: ya hemos hablado de uno de sus isótopos, el carbono
14, pero existen otros dos, el carbono 13 y el carbono 12, el más abundante de todos.
Cada carbono tiene un peso distinto, y eso hace que, durante la fotosíntesis, las plantas
y algunas bacterias tiendan a capturar más dióxido con el carbono 12 que con el 13.
Este carbono se integra, como antes, en los tejidos de la planta o la bacteria y después
de un cierto tiempo es expulsado en forma de dióxido de carbono.
Es decir, que cuando se midieron las concentraciones de los distintos carbonos en el aire y se
encontraron que la proporción de carbono 12 con respecto al 13 había aumentado según
aumentaba el dióxido de carbono, pudieron deducir que la fuente privilegiaba el carbono
12 frente al 13.
La fuente eran los seres vivos.
Si se tratara de un volcán o del propio océano no habría ninguna distinción frente a ambos
carbonos, lo que nos permite descartarlos como culpables principales.
Entonces si el carbono procede de los seres vivos ¿podría deberse todo a los incendios,
a la deforestacion o al decaimiento de plantas por otros motivos?
Es posible que estén contribuyendo un poco, pero el grueso proviene de otra parte.
¿Cómo lo sabemos?
La clave, de nuevo, está en los carbonos.
El Carbono 14, como ya comenté, es inestable; es como una pequeña bomba de relojería,
se desintegra pasado un cierto tiempo.
En nuestro cuerpo, como ocurría con los anillos de los árboles, tenemos moléculas formadas
por carbono 14.
Cuando estos núcleos se desintegran, nuevos átomos de carbono 14 entran en nuestro cuerpo
a través de la alimentación, reemplazandolos.
Pero una vez morimos y dejamos de renovarlo, la proporción de carbono 14 va disminuyendo
poco a poco, según se desintegran a un ritmo fijo.
¡Es precisamente este carbono 14 que falta lo que los paleontólogos usan para datar
cadáveres muy antiguos!
Pero, eh, que la técnica del carbono 14 no solo se puede utilizar en huesos… También
se puede aplicar al propio aire.
Y el resultado es que el dióxido de carbono que está entrando en la atmósfera no contiene
carbono 14, por lo que debe provenir de seres vivos que llevan muertos cientos de miles
de años, atrapados en la tierra hasta que todo su carbono 14 se desintegró y que ha
sido devuelto a la superficie para, no sé, llenar de combustible el tanque de una moto.
Gente, me encantaría que la vida no fuera así, pero todas las flechas apuntan hacia
nosotros.
Tenemos la escena del crimen, el móvil y todos los testigos están en nuestra contra.
Por supuesto, algunos de vosotros seguiréis negándolo: desconfiaréis de cualquiera de
los puntos de este vídeo (os dejo en la descripción libros y artículos por si queréis comprobar
los datos) y directamente le echaréis la culpa a otro proceso natural que los científicos,
vaya por donde, que idiotas, han pasado por alto.
A vosotros os dejo una reflexión: podemos hacer dos cosas, una es tomarse en serio nuestro
papel en el cambio climático y hacer algo al respecto o pasar del tema y no hacer nada.
Si el impacto del cambio climático acaba siendo muy fuerte y estamos preparados frente
a él, podremos evitar y aplacar bastantes de sus consecuencias, si no lo estamos puede
ser que arrase completamente con nuestro estilo de vida.
Por el contrario, si resulta el improbable escenario de que pasa el tiempo y no ocurre
nada que nos afecte demasiado, que incluso la temperatura vuelve a bajar y esto se convierte
en el país de la gominola, entonces, si no hemos tomado medidas...
Pues el mundo seguirá girando.
Seguiremos explotando, derrochando y consumiendo como lo estamos haciendo ahora, hasta que
otro problema a negar se nos ponga delante, como la falta de agua dulce.
Si por el contrario, sí tomamos esas medidas, al menos habremos desarrollado las tecnologías
necesarias para transicionar a energías renovables, eficientes y que contaminen menos.
Es decir, que si me pongo en la piel de un tío que vive en el 2100, dudo que se cague
en nuestras familias por haber tomado esta última decisión, al fin y al cabo, el petróleo
que hay en el mundo no es infinito, luego nos estamos adelantando a una transición
que, en cierto punto, va a tener que llevarse a la práctica.
Sin embargo, si el cambio climático resulta ser tan duro como parece, os aseguro que el
recuerdo que va a tener de nosotros va a ser de todo menos bonito.
Así que, solo me queda una pregunta para vosotros: si tuvieráis que tomar esta decisión,
hacer algo o no ¿os la jugaríais?
Tal vez el mes que viene cuando hablemos sobre cuáles van a ser estas consecuencias os aclaréis.
Muchas gracias a Iberdrola por patrocinar esta serie sobre el cambio climático y nuestro
futuro energético.
Y recuerda, si quieres más ciencia, solo tienes que suscribirte.