El primero de los tres espíritus 2
El espíritu le miró de soslayo con indulgencia. El suave toquecito, aunque ligero y breve, parecía seguir afectando a las sensaciones del anciano, percibía mil olores flotando en el aire, cada cual relacionado con mil recuerdos, ilusiones y preocupaciones, olvidados largo, largo tiempo atrás.
"Te tiemblan los labios", dijo el fantasma. "Y ¿qué tienes en la mejilla?"
Scrooge musitó, con inusual vacilación en la voz, que era un grano, y rogó al fantasma que le llevara a donde tuviera que llevarle.
"¿Recuerdas el camino? ", interrogó el espíritu.
"¡Que si lo recuerdo! ", exclamó Scrooge con fervor. "Podría reconocerlo a ciegas".
"Es raro que te hayas olvidado durante tantos años", observó el fantasma. "Vámonos".
Echaron a andar por la carretera. Scrooge iba reconociendo cada portilla, cada poste, cada árbol, hasta que apareció en la lejanía un pueblecito con su puente, iglesia y serpenteante río. Ahora veían trotar, en dirección a ellos, unos cuantos caballitos peludos, montados por chicos que llamaban a otros chicos subidos en carretas y carros conducidos por granjeros. Todos manifestaban gran animación y el ancho campo terminó llenándose de una música tan alegre que hasta el aire fresco se reía al escucharla.
"Solamente son las sombras de lo que ha sido", dijo el fantasma. "No son conscientes de nuestra presencia".
La bulliciosa comitiva se iba acercando; Scrooge sabía los nombres de todos. ¡Cómo disfrutó al verlos! ¡Qué brillo tenían sus fríos ojos y qué palpitaciones en su corazón mientras pasaban! Se sintió inundado de gozo cuando les oyó felicitarse la Navidad, al despedirse en los cruces de los caminos para ir cada cual a su hogar ¿Qué era para Scrooge la Feliz Navidad? ¡Y dale con feliz Navidad! ¿Qué bien le había proporcionado a él?
"La escuela no está vacia del todo", dijo el fantasma. "Aún queda allí un niño solitario, abandonado por sus compañeros".
Scrooge dijo que ya lo sabía. Y sollozó.
Dejaron la carretera principal para continuar por un sendero, bien recordado y enseguida llegaron a una mansión de ladrillo rojo deslucido, con una cúpula en el tejado coronada por una veleta de gallo y una campana. Era una gran casa, pero venida a menos. Las espaciosas dependencias se utilizaban muy poco y las paredes estaban húmedas y enmohecidas, las ventanas rotas, las puertas vencidas. Por los establos se contoneaban y cacareaban las aves del corral. La hierba invadía cocheras y cobertizos. El interior de la casa no había conservado mejor su antiguo esplendor; cuando penetraron en el sombrío vestíbulo y dieron un vistazo por las puertas abiertas de numerosas habitaciones, las encontraron pobremente amuebladas, frías y destartaladas. Había algo en el aire, en la desolada desnudez del lugar, que de alguna manera se asociaba al hecho de madrugar demasiado y comer muy poco.
El fantasma y Scrooge atravesaron el vestíbulo hasta llegar a una puerta en la parte trasera de la casa. Se abrió y dio paso a un cuarto largo, melancólico y desnudo, desnudez aún más acentuada por las sencillas alineaciones de bancos y pupitres. En uno de ellos, un muchacho solitario leía cerca de un fuego exiguo. Scrooge se sentó en un banco y se le cayeron las lágrimas al ver su pobre y olvidada persona tal y como había sido.
El eco latía en la casa, chilliditos y carreras de ratones tras el entarimado, un goteo de la fuente semicongelada del deslucido patio trasero, un susurro entre las ramas sin hojas de un álamo desesperado, el inútil balanceo de una puerta de despensa vacía, el chisporroteo del fuego, llegaron al corazón de Scrooge con su influjo enternecedor y dieron rienda suelta a sus lágrimas.
El espiritu le tocó en el brazo y señaló hacia su joven persona, absorta en la lectura. De pronto, apareció tras la ventana un hombre maravillosamente real y visible, exóticamente ataviado, con un hacha en su cinturón y llevando de la brida un asno cargado de leña.
"¡Es Alí Babá! ", exclamó Scrooge extasiado. "¡Es mi querido y honrado Alí Babá! ¡Sí, sí, yo lo se! Una Navidad, cuando aquel niño solitario tuvo que quedarse aquí completamente solo, él vino, por primera vez, igual que ahora. ¡Pobre muchacho! ¡Y Valentine y su hermano salvaje Orson, ahí van! ¡Y ese otro, ¿cómo se llama?, al que pusieron en calzoncillos, dormido, en la puerta de Damasco. ¿No lo ves! ¡Y el caballerizo del Sultán colocado por los Genios boca abajo, ahí está de cabeza! ¡Se lo merecía; me alegro, ¿quién le mete a casarse con la princesa? !.
Los hombres de negocios que conocían a Scrooge se habrían llevado una sorpresa mayúscula si le hubiesen visto gastar toda su energía en tales asuntos, con un tono de voz de lo más singular, a medio camino entre la risa y el llanto, y si hubiesen observado su rostro excitado y acalorado.
"¡Ahí está el Loro! ", exclamó Scrooge. "El cuerpo verde y la cola amarilla, con algo parecido a una lechuga saliéndole de lo alto de la cabeza. ¡Ahí está! Pobre Robin Crusoe, le dijo cuando volvió a casa tras navegar alrededor de la isla. "Pobre Robin Crusoe, ¿dónde has estado Robin Crusoe?". El hombre pensó que soñaba, pero no. Era el loro, ¿verdad?. ¡Allá va Viernes, corriendo hacia la pequeña ensenada para salvarse! ¡Vámos! ¡Corre! ".
Después, con una repentina transición, muy lejana a su habitual carácter, dijo compadeciéndose de su pasado: "¡Pobre muchacho! ", y volvió a llorar.
"Desearía...", murmuró metiendo la mano en el bolsillo y mirando alrededor, tras secar los ojos con la manga, "pero ahora ya es demasiado tarde".
"¿De qué se trata", preguntó el espíritu.
"Nada", contestó Scrooge, "nada. Anoche, un chico estuvo cantando un villancico en mi puerta. Desearía haberle dado algo; eso es todo".
El fantasma sonrió pensativamente e hizo un ademán con la mano mientras decía: "¡Veamos otra Navidad! ".
Con estas palabras, la persona del Scrooge juvenil se hizo mayor y la estancia se volvió un poco más oscura y más sucia. Los paneles encogidos, las ventanas rotas; fragmentos de yeso se habían desprendido del techo dejando a la vista las rasillas. Pero Scrooge no sabía cómo se habían producido estos cambios; no sabía más que tú, lector. Lo único que sabía es que era cierto, así había sucedido; y sabía que él estaba allí, otra vez solo, cuando todos los demás chicos se habían ido a casa a pasar las festivas vacaciones.
Ahora no estaba leyendo sino dando pasos arriba y abajo, desesperado. Scrooge miró al fantasma y con un dolorido movimiento de negación con la cabeza, dirigió una mirada llena de ansiedad hacia la puerta. La puerta se abrió y una niñita, de edad mucho menor que el muchacho, entró como una exhalación, le echó los brazos al cuello y le besaba repetidamente llamándole "Querido, querido hermano".
"¡He venido para llevarte a casa, querido hermano! ", decía la niña palmoteando con sus manos pequeñas y encogida por las risas. ¡Para llevarte a casa, a casa, a casa!
"¿A casa, mi pequeña Fan? ", contestó el muchacho.
"¡Sí! ", dijo la niña desbordante de felicidad. "A casa, a casa para siempre. Ahora Padre está mucho más amable, nuestra casa parece el cielo. Una bendita noche, cuando me iba a la cama, me habló tan cariñoso que me atreví a preguntarle una vez más si tú podrías volver; y dijo que sí, que era lo mejor, y me mandó en un coche a buscarte. ¡Ya vas a ser un hombre", dijo la niña, abriendo los ojos, "y nunca vas a volver aquí; estaremos juntos toda la Navidad y será lo más maravilloso del mundo!"
"¡Eres toda una mujer, Fan! ", exclamó el chico.
Ella palmoteaba, reía e intentó llegarle a la cabeza, pero era demasiado pequeña y reía otra vez, y se puso de puntillas para abrazarle. Luego empezó a arrastrarle, con infantil impaciencia, hacia la puerta, y él de muy buen grado la acompañó.
Una voz terrible gritó en el vestíbulo "¡Bajad el baúl del Sr. Scrooge, aquí!". Y en el vestíbulo apareció el director de la escuela en persona, observó al Sr. Scrooge con feroz condescendencia y le estrechó las manos, sumiéndole en un estado de terrible confusión. A continuación condujo a Scrooge y su hermana hasta la sala de visitas más estremecedora que se haya visto, donde los mapas en la pared y los globos terráqueos y celestes en las ventanas estaban cerúleos por el frio. Allí sacó una licorera de vino sospechosamente claro, y un bloque de pastel sospechosamente denso, y administró a los jóvenes "entregas" de tales exquisiteces. Al mismo tiempo, envió fuera a un enflaquecido sirviente para que ofreciese un vaso de "algo" al chico de la posta, quien respondió que daba las gracias al caballero, pero si lo que le iban a dar salía del mismo barril que ya había probado anteriormente, prefería no tomarlo. El baúl del señor Scrooge ya estaba amarrado en el carruaje; los niños se despidieron gustosos del director de la escuela, se acomodaron en él y rodaron alegremente hacia la curva del parque, las veloces ruedas pulverizaban y rociaban de escarcha y de nieve las oscuras hojas perennes de los arbustos.