Capítulo 3. Una noche de mucho movimiento
La Feria y el mercado del Día de los Difuntos eran famosos en toda
la República de Santa Fe. En la plaza principal había muchos puestos
donde comprar bebidas y comidas. En las mesas los hombres jugaban
a las cartas. Un ciego con una guitarra y una niña cantan delante de
grupos de gente pobre. Hay jóvenes que corren por las calles, van
bromeando y gritando. La multitud está esperando el anuncio del
toro de fuego, porque en las calles están apagando las farolas: así,
cuando pase, puede verse mejor el fuego de sus cuernos. Ahora solo
se ve la luna en el cielo.
En las calles hay gente de todas las clases sociales: criollos dueños de
ranchos entran en los bares y se sientan en las mesas. La plebe de piel
oscura, sucia y descalza, está sentada en las escalerillas de las iglesias,
porque no tienen dinero. Los indios alfareros venden cacharros de
barro con círculos y dibujos. Mucha gente ha ido por el día al cementerio,
a visitar las tumbas de sus familiares y ahora tienen ganas de divertirse.
En todas las esquinas se oyen risas y la música de las guitarras.
En el burdel de la plaza, el doctor Polaco ha hipnotizado a
Lupita:
—Responda la señorita Médium.
—¡Ay! Sube por una escalera muy grande... No puedo. Ya no está...
—Siga usted hasta encontrarle, Señorita.
—No puedo.
—Yo lo mando. ¿Qué ve?
—¡Ay! Las estrellas grandes como lunas pasan corriendo por el cielo.
—¿Dónde está usted?
—¡Estoy muerta!
—Voy a devolverle la vida, señorita Médium.
El hombre le pone en la frente la piedra de un anillo. Después la
pasa las manos por la cabeza y sopla en los ojos de la joven:
—Va usted a despertarse contenta y sin dolor de cabeza.
En una habitación de al lado está el coronel de la Gándara tocando
la guitarra. Va medio desnudo y se le ve su enorme barriga. Es un
hombre de piel oscura, pelo rizado y brazos largos. En cuanto tiene
dinero, va a gastarlo al burdel, con las pecadoras o a beber mucho.
Ahora canta una ranchera, habla de un hombre traicionado por una
mujer que acaba en la cárcel.
En el salón central, un hombre toca el piano y una chica muy joven
canta una triste canción de un amor desgraciado. Dos mulatas de
piel de ébano la miran. Algunas parejas bailan con las caras pegadas.
El doctor y Lupita siguen hablando. Ella se ha despertado y dice:
–¡Me ha entrado mucho sueño y me duele mucho la cabeza!
El falso doctor la tranquiliza:
—Eso se pasa pronto con una taza de café.
—¡Es la última vez que me hace estas cosas!
Polaco felicita a la mujer con palabras amables:
—Es usted un caso muy interesante de médium. Puedo asegurarle
un contrato para un teatro de Berlín. Puede hacerse famosa.
La joven se toca la cabeza con sus dedos con joyas falsas:
—¡Nunca más!
—¿No se anima usted a presentarse en público? Yo la ayudo, pronto
puede actuar usted en un teatro de Nueva York. El Coronelito me ha
hablado de su caso, pero no me imaginaba sus virtudes.
—Dicen que la rubia que iba con usted en tiempos pasados ha
muerto en un teatro.
—¿Y que yo estaba en la cárcel? Pues ya ve que no estoy preso.
—Seguro que se ha escapado
—¿Me cree usted con tanto poder?
—¿No es usted brujo?
—Soy un científico.
La dueña del burdel grita desde el pasillo:
—Lupita, preguntan por ti.
—¡No tengo ganas de ver a nadie! Estoy muy cansada.
—Lupita, puede usted tener éxito en un escenario y dejar esta vida.
—¡Me da mucho miedo!
Ha pasado un rato. La pareja del pecado está desnuda en la cama. Él
es el licenciado Nacho Veguillas. Ella, Lupita, le pregunta:
—Nachito, tú, en la hora de la muerte, ¿vas a confesar como
cristiano?
—¡Yo no niego la vida del alma!
—¡Nachito, somos espíritu y materia! ¡Mi vida es horrible, pero soy
una romántica! Hoy no tenía que trabajar por respeto a los muertos.
¡Yo hablo y sueño con los muertos! ¡La dueña me ha obligado! Tengo
una deuda con ella. Tú no eres romántico, dame el dinero y vete.
—¿Quieres que yo te pague la deuda?
—No me gustan las bromas Nachito, para mí es importante.
—¿Debes mucho?
—¡Una fortuna! ¡Tú puedes pagarlo, me voy contigo y tienes una
fiel esclava!
—¡Siento no ser negrero!
—Ya hemos tenido esta conversación, Veguillas.
Oyen la guitarra, las canciones y el ruido de bailes y risas que
llegan desde el salón .
—¡Ave María! Te juro que eso lo he oído antes. Veguillas, tú me
contaste el mal fin que tenía el Coronelito de la Gándara.
Gritó Veguillas:
—¡Ese secreto jamás ha salido de mis labios!
—¡Ya me haces dudar! ¡Quizá lo soñé, Nachito!
—Lupita, tienes poderes de bruja.
Nacho Veguillas se ríe, pero también está asustado, y le da un golpe
cariñoso a la moza en las nalgas:
—¡Lupita, tú hablas con los espíritus!
—¡Nacho Veguillas, llevas buena relación con el Coronel Gandarita?
—¡Amigos del alma!
—¿Por qué no le avisas y así se salva?
—Pues ¿qué sabes tú?
—¿No hablamos antes?
—¡No!
—¡Lo juras, Nachito?
—¡Jurado!
—¿No hablamos nada? ¡Pues te he leído el pensamiento!
Ha amanecido. Las luces de los faroles empiezan a apagarse. Van
cruzando la plaza un músico ciego y su lazarillo, una niña que parece
una muerta. Han estado tocando y cantando, pero la gente no les ha
dado dinero. El ciego dice:
—¡Qué mal ha ido la feria! Nos han dado muy pocas limosnas.
Son unos miserables.
—En otros sitios nos ha ido mejor. Aquí gastan todo el dinero en
burdeles y borracheras.
—Para sacar dinero necesitamos una orquesta. Yo puedo dirigirla.
—¿Ciego?
—Operándome los ojos.
—¡Ay mi viejo, tú sueñas mucho!
—¿No saldremos alguna vez de esta pobreza?
—¡Quién sabe!
—Tú no conoces otra vida, y no la quieres.
—¡Tú tampoco la conoces!
—La he visto en otros, y la envidio.
—Yo no envidio riquezas.
—¿Y qué envidias?
—¡Ser pájaro! Cantar en una rama.
—No digas tonterías.
—Ya hemos llegado.
En el burdel, el Coronelito de la Gándara entra en la habitación de Veguillas. Este, muy borracho, no puede levantarse, pero le dice:
—¿Por qué entras en la habitación de dos enamorados?
—Veguillas, hermano, necesito dinero para jugar a las cartas. Te
pido un préstamo. Mañana te lo devuelvo.
—¡Mañana! —Nachito, oye esa palabra y sonríe. Sabe que mañana
el coronelito estará en la cárcel o muerto. De la Gándara insiste—:
Mañana. ¡Y si no, cuando me entierren!
Nachito empieza a llorar:
—Siempre va con nosotros la muerte. Domiciano, el dinero de
nada te sirve.
Lupita sale entre las cortinas, se está abrochando el vestido, y dice:
—¡Domiciano, tienes que salvarte! Este pendejo no te lo dice,
pero él sabe que estás en las listas de Tirano Banderas.
El Coronelito mira a Veguillas. Y este, con los brazos abiertos, grita:
—¡Me has traicionado! ¡Eres una serpiente! Con tus besos
hechiceros me has adivinado el pensamiento.
El Coronelito se acerca a Nachito, saca el machete.
—Voy a sacarte toda la sangre de tu cuerpo desgraciado.
La joven se coloca entre los dos:
—Estás loco, Domiciano. ¿Qué vas a hacer? Me van a castigar a mí,
no debes matarle. ¿Estás en peligro? ¡Pues tienes que irte!
El Coronelito de la Gándara se tira de los bigotes:
—¿Quién me denuncia, Veguillas? Habla o te mato ahora mismo.
Veguillas se estaba vistiendo. Le temblaban las manos.
—Hermano, te denuncia la vieja tabernera. Tú no le pagabas y ella
se lo ha dicho a Banderas. Estás condenado.
La joven le dice otra vez:
—¡No pierdas tiempo, Domiciano!
Veguillas estaba temblando en una pared, y con los pantalones en
la mano. El Coronelito se los quita de un golpe:
—¿Cuál es mi sentencia?
—¡Hermano, no me preguntes! Cada palabra es una bala... ¡Me
estoy suicidando! La sentencia que es para ti va contra mi cabeza.
La joven estaba desesperada.
—Tienes que salvarte. ¡Van a venir a llevarte a la cárcel!
El Coronelito coge por el pelo a Veguillas:
—¿Van a detenerme o a matarme? Responde.
Veguillas saca la lengua:
—¡Me he suicidado!
La pareja del ciego y la niña triste han llegado a la casa de empeños
de Pereda. El empeñista les dice:
—Pasen ustedes. Supongo que traen el dinero del piano. Me deben
ya tres meses.
Murmuró el ciego:
—Nuestro deseo es cumplir, pero…
—El deseo no basta. Están ustedes muy atrasados. Me gusta
atender las circunstancias de mis clientes, pero, con la revolución,
todos los negocios van fatal. ¿Cuánto pensaban pagar ahora?
Murmuró, dolorosa, la chica:
—No hemos podido reunir la plata. Le pedimos esperar a la
segunda quincena.
—¡Imposible, chulita! Voy a tener que quitarles el pianito. Me
duele mucho.
—¿Y perderíamos lo entregado?
—¡Naturalmente! Van a pagar los transportes y el uso del
instrumento.
Murmuró desesperado el ciego:
—Señor Peredita, hasta la segunda quincena. No pedimos más.
—¡No puede ser! Hasta mañanita puedo esperar, más no. No
pierdan aquí el tiempo. La suplicas de la niña y el viejo ciego no sirven
de nada. Al final se van y el ciego golpeaba en la puerta con el hierro
del bastón:
—Este gachupín nos mata. ¡Te quita el pianito cuando estabas
mejor en tus estudios!
El Coronelito ha salido a la calle, pero ha visto los fusiles de una patrulla.
Vienen a por él. Se tira al suelo y cruza la calle. Un indio medio desnudo
abre una puerta y Gándara entra. Veguillas le sigue y suben las escaleras.
Una criada los ve y va a gritar pero el coronel le pone un cuchillo en el
cuello y no dice nada. Entran en la habitación de un estudiante, donde
ven una ventana abierta. El Coronelito, pregunta y señala:
—¿A dónde da?
El estudiante levanta la vista de los libros, sorprendido. El
Coronelito, sin esperar respuesta, salta por la ventana y cae en un
pequeño tejado. Rompe muchas tejas y se ha hecho daño, pero puede
marcharse cojeando. Nachito no se atreve a saltar y dice:
—¡Es como un gato! ¡Me he suicidado!
El estudiante le pregunta:
—¿Usted es un fugado del penal de Santa Mónica?
Nachito se frota los ojos:
—Es lo contrario. Me van a llevar allí. Yo, amigo, no escapo...
Escapa el otro. Yo he venido detrás de él. No sé la razón, yo mismo
no comprendo.
El estudiante le mira sin entender nada. Se oye en el pasillo mucho
ruido de voces y entran unos soldados con fusiles y un capitán con
una pistola:
—¡Manos arriba!
Por otra puerta entra una mujer, descalza, en camisón. Está
despeinada y tiene ojos y cejas muy negros sobre una cara morena.
Es muy alta y grande y parece una estatua.
—¿Qué buscan en mi casa? ¿Van a llevarse al chamaco? ¿Quién lo
manda?
—No se preocupe, Doña Rosita. El chico tiene que venir al cuartel.
Le hacemos unas preguntas y vemos que no tiene culpa. Le garantizo
que vuelve aquí.
El muchacho mira a su madre, y le recomienda silencio. La
gigantona estremecida corre para abrazarlo:
—Mi vieja, no digamos nada. Es mejor.
Grita la madre:
—¡Capitán! ¿Qué ha pasado aquí?
La interrumpe el mozo:
—Uno que entró perseguido y se fugó por la ventana.
—¿Tú qué le has dicho?
—No tuve tiempo de verle la cara.
Interviene el capitán:
—Haces esta declaración en el cuartel, y has terminado.
Doña Rosita dobla los brazos:
—¿Quién era el que se escapaba?
Nachito, todavía borracho, dice en voz muy bajita:
—¡El Coronel de la Gándara! ¡Me he suicidado!
El capitán levanta una mano y los soldados se llevan al estudiante
y a Nachito.
A Zacarías San José le llaman Zacarías el Cruzado porque tiene una
cicatriz en la cara. Vive en una choza en una gran zona pantanosa.
Vuelan moscas por el aire y algunos caballos muerden la hierba.
Zacarías trabaja haciendo figuritas de barro, que vende en la ciudad.
También tiene cerdos. Está preocupado porque ha notado en los
últimos días varias señales de mala suerte. Su mujer está vigilando a
su hijo pequeño, que juega en el barro.
—¡Zacarías, estás muy callado! No tenemos dinero ni nada para
comer.
—Hoy coceré las figuras de barro.
En la puerta aparece el Coronelito Domiciano de la Gándara. Se
ha acordado de que este indio le debe favores y ha ido a su casa.
–¿Zacarías, quieres ayudarme? Mi compadre Santos Banderas me
persigue.
—¡Usted manda, y yo obedezco!
—Quiero que me lleves en canoa por el pantano hasta las tierras
de Filomeno Cuevas.
—Vamos en seguida, patroncito.
—Puede ser peligroso para tu vida, Zacarías
—Mi vida no vale nada. Mujer, tengo que irme con el patrón.
—¿Qué hago yo? No tenemos para comer.
—Empeña el reloj.
—Tiene el cristal roto. No nos dan nada a cambio.
El Coronelito se quita una sortija:
—Con esta puedes conseguir algo.
La india se arrodilla, besando las manos al militar.
Zacarías se viste y se cuelga el machete.
—Brilla mucho. Seguro que sacas bastante dinero. No te dejes
engañar en la casa de empeños.
—Me dan dinero por un anillo bueno. Espero que este no es falso…
El Coronelito en la puerta le dice que tienen prisa.
—¿Cuándo vuelves?
—¡Quién sabe! Enciéndele una velita a la virgen de Guadalupe.
—¡Le enciendo dos!
Zacaría besa a su hijo, haciéndole cosquillas los bigotes, y lo pone
en brazos de la madre.
Luego el Coronelito y Zacarías caminan por el borde del pantano
hasta la canoa.