¿De dónde vienen tus MIEDOS más profundos?
Conoces la sensación. Quizá es por escuchar una historia sobrenatural, o por caminar por
un oscuro callejón… o porque te toca hablar en público. Tus pupilas se dilatan, tu respiración
se acelera, sientes los latidos de tu corazón en todo tu cuerpo, y hasta tus tripas se sienten
inquietas. ¡Tienes que salir corriendo! ¡Es el miedo! ¿De dónde viene? ¿Cuáles son
los peores miedos? ¿Es posible vivir sin miedos? Hoy veremos, si te atreves…
¿De dónde vienen tus miedos más profundos? ¡Ja, ja, ja, ja!
(YA NORMAL) De todas las emociones, quizá el miedo es
la que menos quisiéramos tener: puede ser incontrolable y a veces nos impide hacer lo
que deseamos. ¿Sirve de algo tener una reacción tan desventajosa?
Como otras emociones, el miedo se origina en la amígdala, en lo profundo del cerebro.
Y es una emoción útil porque nos hace alejarnos de las situaciones peligrosas. Conoce a la
Paciente SM: es una mujer normal en muchos aspectos, excepto que siendo una niña sufrió
una enfermedad que destruyó su amígdala. Como resultado, SM no le teme a nada. Es incapaz
de sentir miedo. Así que no le da pena hablar con desconocidos, y las películas de terror
más espeluznantes sólo le provocan curiosidad. Pero tampoco se aleja de lugares peligrosos
y la han asaltado varias veces, con riesgo de su vida. Los incidentes de violencia han
sido muchos en su vida porque su condición no le permite identificarlos, y tampoco puede
identificar expresiones de susto u hostilidad en los demás. Tampoco muestra signos de urgencia
que la lleven a buscar ayuda. Y es que el miedo nos ayuda a mantenernos
vivos. Pero si eso es cierto ¿por qué se le puede tener miedo a prácticamente cualquier
cosa, aunque no nos ponga en peligro mortal? Entre los miedos más comunes está el miedo
a hablar en público, y hay quien le tiene miedo a los payasos, o incluso a cosas que
no existen, como los fantasmas. Esta podría ser la explicación:
Según los expertos, de nuestras ganas de no morirnos surgen varios miedos fundamentales
o “aversiones innatas”. No hay un consenso de cuántas son, pero entre ellas están
cinco situaciones que provocan una respuesta de miedo sin que tengamos que aprenderla:
El caer Los ruidos fuertes
El dolor La asfixia
El aislamiento Por cierto: de estos miedos el más profundo
es… la asfixia. Incluso la Paciente SM entró en pánico en un experimento donde se le suministró
dióxido de carbono y sintió que se ahogaba: sucede que este miedo no lo controla la amígdala,
sino el mesencéfalo y el tallo cerebral. Pero para los demás, cualquiera de estas
situaciones significa una amenaza para nuestra vida y tratamos de evitarlas a toda costa.
Los miedos que vamos construyendo después resultan de asociaciones que hacemos entre
las aversiones innatas y otros estímulos. Si le temías la chancla de tu mamá (o todavía
le temes) es porque viene acompañada de un sonido fuerte y de la promesa de ¡dolor!
El miedo a hablar en público, por ejemplo, es muy común, y forma parte de los miedos
sociales: lo que tiene de fondo es el miedo al ridículo: es decir, es miedo a ser juzgado
por los demás y a que nos segreguen: en el fondo es un miedo al aislamiento.
Un miedo que no tenemos al nacer pero que se desarrolla desde la infancia temprana es
el temor a lo desconocido, y se manifiesta en forma de miedo a la oscuridad. Los fetos
y los recién nacidos no tienen problema con la falta de luz, pero pronto aprenden que
en la oscuridad puede haber peligros ¡que no se pueden ver! Y a eso súmale la sensación
de aislamiento que da la oscuridad. Conforme vamos creciendo, notamos que las
cosas se pueden ordenar en patrones predecibles, en causas y consecuencias y en formas regulares.
Entonces surge el miedo a lo anormal e impredecible. Imagina que sales de un lugar donde acabas
de hablar con una persona y entras a otra habitación que piensas que está vacía ¡pero
frente a tí está la persona con la que acabas de hablar! Este rompimiento de la lógica
te causaría tremendo susto. Podría ser que de estos miedos a las anomalías también
venga el miedo a los monstruos y ¡a los payasos! Otros miedos aprendidos, relacionados con
lo anormal, son los que tienen que ver con fantasmas, demonios y demás mitos sobrenaturales.
Escuchamos las historias de espanto, donde cosas horribles le pasan a personas que están
aisladas y en la oscuridad y aprendemos a temer a seres ¡que jamás hemos visto!
Si es una sensación tan desagradable ¿por qué vemos películas de terror? Pongamos
un ejemplo: el miedo a caer se ha probado que lo traemos desde bebés, y aún siendo
mayores “se nos va la sangre a los pies” y sudamos frío cuando vemos a alguien hacer
acrobacias. ¡Pero nos encanta la sensación de alivio que sentimos al final, cuando nuestro
cerebro libera esa preciada dopamina! Lo mismo pasa con el cine de miedo: después de pasar
mil sustos salimos del cine sanos y salvos. Además, es una experiencia social: experimentar
sustos juntos crea vínculos entre personas. Así que ahí lo tienes: tus miedos más profundos
vienen de la necesidad de permanecer vivo. Pero hay otros miedos que son aprendidos,
que no necesariamente tienen fundamento y que te pueden evitar alcanzar tus metas. Exponerte
a ellos de forma gradual te puede demostrar que no hay nada que temer ¡y así superarlos!
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