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Las aventuras de Pinocho - The adventures of Pinocchio with Audio, Las aventuras de Pinocho, Capítulo 34 - The adventures of Pinocchio with Audio

Las aventuras de Pinocho, Capítulo 34 - The adventures of Pinocchio with Audio

por Carlo Collodi

https://albalearning.com/audiolibros/collodi/pinocho01.html

Pinocho, es arrojado al mar y devorado por los peces. Vuelve a su primitivo estado de muñeco; pero, mientras nada para salvarse, se lo traga el terrible dragón marino.

Ya llevaba el burro más de cincuenta minutos en el mar, cuando el que lo había comprado dijo para sí:

- Ya debe estar ahogado y más que ahogado. ¡Ea! Voy a sacarlo, y aquí mismo le arrancaré la piel para hacer un magnífico tambor.

Comenzó a tirar de la soga que había atado a la pata de Pinocho, y tirando, tirando, tirando... ¡Qué diréis que sacó! Pues, en vez de un burro muerto, se encontró con un muñeco vivo, que se retorcía como una anguila.

Al ver aquel muñeco de madera creyó soñar el pobre hombre, y se quedó como atontado, con la boca abierta y los ojos asustados.

Cuando se repuso un poco de la primera impresión, dijo balbuceando y hecho un mar de lágrimas:

- Pero, ¿y mi burro? ¿Dónde está el burro que he tirado al mar?

-¡Ese burro soy yo! - respondió el muñeco riéndose.

-¿Tú?

-¡Yo!

-¡Granuja! ¡No consiento que te burles de mí!

-¿Burlarme de usted? Todo lo contrario, querido amo; le hablo completamente en serio.

- Pero, ¿cómo es posible que siendo tú hace poco un burro de carne y hueso, te hayas convertido dentro del mar en un muñeco de madera?

-¡Psch !... ¡Cosas del agua del mar! Al mar le gustan estas bromas.

-¡Mucho ojo con tomarme el pelo, muñeco; mucho ojo! ¡Como se me acabe la paciencia, pobre de ti!

- Pues bien, mi amo: ¿quiere usted saber toda la verdadera historia? Pues yo se la contaré; pero antes hágame el favor de soltarme esa soga, que me hace daño.

Deseando conocer aquella verdadera historia, que prometía ser maravillosa, el bueno del comprador desató el nudo que sujetaba la pierna de Pinocho, que quedó libre como un pájaro en el aire, y empezó de este modo su relación:

- Sepa usted que yo era antes un muñeco de madera, como lo soy ahora; pero por mi poca afición al estudio y por seguir los consejos de malas compañías, me escapé de mi casa, y un día me desperté siendo un pollino, con unas orejas así de grandes y una cola así de larga. ¡Qué vergüenza más grande pasé! Una vergüenza como no quiera Dios que la pase usted nunca, querido amo. Me llevaron al mercado de ganados, y me compró el Director de una compañía ecuestre, al cual se le metió en la cabeza hacer de mí un gran bailarín y gran saltador de aro; pero una noche di una mala caída durante la función, y me quedé cojo de las dos patas. Entonces el director dijo que no quería a su lado un burro cojo, y me envió a vender al mercado, que fue cuando usted me compró.

-¡Para mi desgracia! ¡Como que pagué por ti veinte perros chicos! Y ahora, ¡quién va a devolverme mi dinero!

-¿Para qué me compró usted? ¡Para hacer un tambor con mi piel! ¡Un tambor!

- Dime ahora, monigote impertinente: ¿Has terminado ya tu historia?

- No - respondió el muñeco -; faltan pocas palabras para terminarla. Después de haberme comprado me trajo usted a este sitio para matarme; pero, sintiéndose compasivo, prefirió atarme una piedra al cuello y tirarme al mar. Este sentimiento de humanidad le honra a usted mucho y se lo agradeceré eternamente. Pero usted no había contado con el Hada.

-¿Y quién es esa Hada?

- Es mi mamá, que como todas las mamás buenas que quieren mucho a sus hijos, no les pierden nunca de vista, y cuidan de ellos amorosamente, aunque estén muy lejos, y aunque esos hijos, por su mala conducta, por sus travesuras y por sus escapatorias, merezcan que se les deje abandonados y no se les vuelva a hacer caso en toda la vida. Decía, pues, que apenas mi buena Hada me vio en peligro de ahogarme, envió alrededor de mí un ejército de peces, que comenzaron a comerme, creyendo que era un burro de verdad. ¡Y qué bocados tiraban! Nunca hubiera creído que los peces fueran aún más glotones que los niños. Unos me comían las orejas, otros el hocico, otros el cuello y la crin, otros las patas; en fin, hasta hubo uno, chiquitín y muy gracioso, que tuvo la bondad de comerme la cola.

-¡Desde hoy - dijo horrorizado el comprador- juro no comer ningún pescado! ¡Me desagradaría mucho comer un salmonete o un besugo y encontrarme con un pedazo de cola de burro!

- Estamos de acuerdo - dijo riendo el muñeco -. Después, cuando ya los peces terminaron de comer toda aquella envoltura de carne y de piel de burro que me cubría desde la cabeza hasta los pies, llegaron, como es natural, al hueso, o, por mejor decir, a la madera; porque, como usted verá, estoy hecho de una madera muy dura. Pero apenas trataron de tirar algunos bocados, se convencieron, a pesar de su glotonería, de que yo no era plato a propósito para ellos, y se fueron cada cual por su lado con la barriga llena, sin darme ni siquiera las gracias por el banquete que les había proporcionado. Y aquí tiene usted explicado por qué, cuando ha tirado de la soga, se ha encontrado usted con un muñeco vivo, en vez de un burro muerto.

-¡Bueno, bueno! ¡Toda esa historia me importa un rábano! - gritó el comprador, encolerizado -. Lo que yo sé es que he dado veinte perros chicos por ti, y quiero mi dinero. ¿Sabes lo que voy a hacer? Llevarte de nuevo al mercado y venderte como leña para encender la chimenea.

-¡Oh, muy bien! ¡No tengo el menor inconveniente! - dijo Pinocho.

Pero al mismo tiempo dio un salto y se zambulló en el agua. Y mientras nadaba alegremente, alejándose de la orilla, gritaba al pobre comprador:

-¡Adiós, mi amo; si necesita usted una piel para hacer un tambor, acuérdese de mí!

Y se reía estrepitosamente y seguía nadando, para volverse poco después y gritar con más fuerza:

-¡Adiós, mi amo; si necesita usted un poco de leña para encender la chimenea, acuérdese de mí!

Poco después se había alejado tanto de la orilla, que ya no se le distinguía más que como un punto negro en la superficie del agua, que de vez en cuando sacaba fuera un brazo o una pierna, o bien daba saltos como un delfín que está de buen humor.

Nadando a la ventura, vio Pinocho en medio del mar un islote que parecía de mármol blanco, y en lo más alto de él una linda cabrita que balaba tiernamente y que le hacía señas de que se acercase.

Lo más singular del caso era que el pelo de la cabrita, en vez de ser blanco, o negro, o rojo, como el de las demás cabras, era de color azul turquesa; pero tan brillante, que se parecía mucho a los cabellos de la hermosa niña.

¡Figuraos cómo latiría el corazón del pobre Pinocho! Redobló sus esfuerzos para nadar más deprisa en dirección del islote blanco, y ya habría avanzado una mitad de la distancia, cuando he aquí que vio salir del agua la horrible cabeza de un monstruo marino con la boca abierta, que parecía una caverna, y tres filas de dientes que hubieran causado miedo con sólo verlos pintados.

¿Sabéis quién era aquel monstruo marino?

Pues aquel monstruo marino era nada menos que el gigantesco dragón de que se ha hablado varias veces en esta historia, y que por su insaciable voracidad venía causando tales estragos por aquellos mares, que se le llamaba el «Atila de los peces y de los pescadores».

¡Cuál no sería el espanto del pobre Pinocho a la vista del monstruo! Trató de escaparse, de cambiar de dirección, de huir; pero todo era inútil; aquella enorme boca se le venía siempre encima con la velocidad de un tren expreso.

-¡Date prisa, Pinocho, por Dios! - gritaba, balando, la linda cabrita.

Y Pinocho nadaba desesperadamente con los brazos, con las piernas, con el pecho, con todo el cuerpo.

-¡Corre, Pinocho, corre; que se acerca el monstruo!

Y Pinocho redoblaba sus esfuerzos para aumentar la velocidad.

-¡Más de prisa, Pinocho, que te coge! ¡Ya está ahí! ¡Más a prisa o estás perdido! ¡Que te coge!

¡Que te coge!

Y Pinocho nadaba desesperadamente y se deslizaba por el agua como una bala de fusil.

Ya se acercaba al escollo, y ya la linda cabrita se inclinaba sobre la orilla, alargándole las dos patitas delanteras para ayudarle a salir del agua; pero...

¡Pero ya era tarde! Tan cerca estaba el monstruo, que no hizo más que dar un sorbo, y se tragó al muñeco con el agua que le rodeaba, como quien se sorbe un huevo de gallina. Y se lo tragó con tal ansia y violencia, que Pinocho se dio contra una muela del dragón un golpe tan tremendo, que le hizo estar sin sentido un cuarto de hora.

Cuando volvió de su desmayo no sabía en qué mundo se encontraba. En torno suyo reinaba una gran oscuridad pero tan negra y profunda, que le parecía hallarse en la bolsa de tinta de un calamar.

Quiso escuchar, pero no oyó ruido alguno; únicamente sentía de cuando en cuando una bocanada de aire que le daba en la cara. Al principio no podía saber de dónde vendría aquel aire; pero después comprendió que salía de los pulmones del monstruo. Porque hay que advertir que el monstruo padecía mucho de asma, y cuando respiraba parecía que se había desatado el huracán.

Al pronto trató Pinocho de infundirse a sí mismo algún valor; pero cuando ya tuvo la seguridad de que se encontraba encerrado en el cuerpo del monstruo marino, empezó a llorar y a gritar, diciendo:

-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Desgraciado de mí! ¿No hay quien venga a salvarme?

-¿Y quién va a salvarte, desgraciado? - contestó en aquella oscuridad una voz cascada, como de guitarra sin templar.

-¿Quién me ha hablado? - preguntó Pinocho, sintiendo aún mayor espanto.

-¡Soy yo: un mísero bacalao que el dragón ha engullido lo mismo que a ti! ¿Y tú, qué pez eres?

-¡Qué pez ni qué narices! ¡Yo no soy pez de ninguna clase! ¡Yo soy un muñeco!

- Pues si no eres un pez, ¿Por qué te has dejado tragar por el monstruo?

-¡Hombre, eso no se le ocurre más que a un bacalao! He hecho todo lo posible para que no me tragara; pero se ha empeñado, y como este diablo de dragón corre que se las pela.. Bueno, ¿y qué hacemos en esta oscuridad?

- Resignarnos y esperar a que el dragón nos digiera a los dos.

-¡Es un lindo porvenir! - dijo Pinocho.

Y poniéndose muy triste de repente, empezó a llorar como un becerro.

- Hombre, a mi tampoco me hace una gracia extraordinaria - contestó el bacalao -; pero soy filósofo, y me resigno. Bien mirado, hasta me alegro; porque cuando uno nace bacalao, es más honroso morir en el agua que en el aceite frito.

-¡Valiente majadería! - dijo Pinocho.

- Es una opinión; y como dicen los peces de la política, todas las opiniones deben ser respetadas.

- Bueno, yo lo que digo es que quiero salir de aquí, que quiero escaparme.

- Prueba, si lo consigues, mejor para ti.

-¿Es muy grande este dragón que nos ha tragado? - preguntó el muñeco.

- Figúrate que su cuerpo tiene más de un kilómetro de largo, sin contar la cola.

Mientras así conversaba Pinocho en aquella oscuridad, le pareció ver allá lejos, pero muy lejos, una especie de resplandor.

-¿Qué será aquella lucecita que se ve allá lejos? - dijo Pinocho.

- Será algún compañero nuestro de desgracia, que estará esperando, igual que nosotros, el momento de ser digerido.

- Me voy a buscarlo. ¡Quizá sea algún pez viejo que pueda enseñarme la salida!

- Te lo deseo con toda mi alma, simpático muñeco.

-¡Adiós, amable bacalao!

-¡Adiós, muñeco, y buena suerte!

-¿Dónde volveremos a vernos?

-¡Vete a saber! ¡Vale más no pensarlo!


Las aventuras de Pinocho, Capítulo 34 - The adventures of Pinocchio with Audio

por Carlo Collodi

https://albalearning.com/audiolibros/collodi/pinocho01.html

Pinocho, es arrojado al mar y devorado por los peces. Vuelve a su primitivo estado de muñeco; pero, mientras nada para salvarse, se lo traga el terrible dragón marino.

Ya llevaba el burro más de cincuenta minutos en el mar, cuando el que lo había comprado dijo para sí:

- Ya debe estar ahogado y más que ahogado. ¡Ea! Voy a sacarlo, y aquí mismo le arrancaré la piel para hacer un magnífico tambor.

Comenzó a tirar de la soga que había atado a la pata de Pinocho, y tirando, tirando, tirando... ¡Qué diréis que sacó! Pues, en vez de un burro muerto, se encontró con un muñeco vivo, que se retorcía como una anguila.

Al ver aquel muñeco de madera creyó soñar el pobre hombre, y se quedó como atontado, con la boca abierta y los ojos asustados.

Cuando se repuso un poco de la primera impresión, dijo balbuceando y hecho un mar de lágrimas:

- Pero, ¿y mi burro? ¿Dónde está el burro que he tirado al mar?

-¡Ese burro soy yo! - respondió el muñeco riéndose.

-¿Tú?

-¡Yo!

-¡Granuja! ¡No consiento que te burles de mí!

-¿Burlarme de usted? Todo lo contrario, querido amo; le hablo completamente en serio.

- Pero, ¿cómo es posible que siendo tú hace poco un burro de carne y hueso, te hayas convertido dentro del mar en un muñeco de madera?

-¡Psch !... ¡Cosas del agua del mar! Al mar le gustan estas bromas.

-¡Mucho ojo con tomarme el pelo, muñeco; mucho ojo! ¡Como se me acabe la paciencia, pobre de ti!

- Pues bien, mi amo: ¿quiere usted saber toda la verdadera historia? Pues yo se la contaré; pero antes hágame el favor de soltarme esa soga, que me hace daño.

Deseando conocer aquella verdadera historia, que prometía ser maravillosa, el bueno del comprador desató el nudo que sujetaba la pierna de Pinocho, que quedó libre como un pájaro en el aire, y empezó de este modo su relación:

- Sepa usted que yo era antes un muñeco de madera, como lo soy ahora; pero por mi poca afición al estudio y por seguir los consejos de malas compañías, me escapé de mi casa, y un día me desperté siendo un pollino, con unas orejas así de grandes y una cola así de larga. ¡Qué vergüenza más grande pasé! Una vergüenza como no quiera Dios que la pase usted nunca, querido amo. Me llevaron al mercado de ganados, y me compró el Director de una compañía ecuestre, al cual se le metió en la cabeza hacer de mí un gran bailarín y gran saltador de aro; pero una noche di una mala caída durante la función, y me quedé cojo de las dos patas. Entonces el director dijo que no quería a su lado un burro cojo, y me envió a vender al mercado, que fue cuando usted me compró.

-¡Para mi desgracia! ¡Como que pagué por ti veinte perros chicos! Y ahora, ¡quién va a devolverme mi dinero!

-¿Para qué me compró usted? ¡Para hacer un tambor con mi piel! ¡Un tambor!

- Dime ahora, monigote impertinente: ¿Has terminado ya tu historia?

- No - respondió el muñeco -; faltan pocas palabras para terminarla. Después de haberme comprado me trajo usted a este sitio para matarme; pero, sintiéndose compasivo, prefirió atarme una piedra al cuello y tirarme al mar. Este sentimiento de humanidad le honra a usted mucho y se lo agradeceré eternamente. Pero usted no había contado con el Hada.

-¿Y quién es esa Hada?

- Es mi mamá, que como todas las mamás buenas que quieren mucho a sus hijos, no les pierden nunca de vista, y cuidan de ellos amorosamente, aunque estén muy lejos, y aunque esos hijos, por su mala conducta, por sus travesuras y por sus escapatorias, merezcan que se les deje abandonados y no se les vuelva a hacer caso en toda la vida. Decía, pues, que apenas mi buena Hada me vio en peligro de ahogarme, envió alrededor de mí un ejército de peces, que comenzaron a comerme, creyendo que era un burro de verdad. ¡Y qué bocados tiraban! Nunca hubiera creído que los peces fueran aún más glotones que los niños. Unos me comían las orejas, otros el hocico, otros el cuello y la crin, otros las patas; en fin, hasta hubo uno, chiquitín y muy gracioso, que tuvo la bondad de comerme la cola.

-¡Desde hoy - dijo horrorizado el comprador- juro no comer ningún pescado! ¡Me desagradaría mucho comer un salmonete o un besugo y encontrarme con un pedazo de cola de burro!

- Estamos de acuerdo - dijo riendo el muñeco -. Después, cuando ya los peces terminaron de comer toda aquella envoltura de carne y de piel de burro que me cubría desde la cabeza hasta los pies, llegaron, como es natural, al hueso, o, por mejor decir, a la madera; porque, como usted verá, estoy hecho de una madera muy dura. Pero apenas trataron de tirar algunos bocados, se convencieron, a pesar de su glotonería, de que yo no era plato a propósito para ellos, y se fueron cada cual por su lado con la barriga llena, sin darme ni siquiera las gracias por el banquete que les había proporcionado. Y aquí tiene usted explicado por qué, cuando ha tirado de la soga, se ha encontrado usted con un muñeco vivo, en vez de un burro muerto.

-¡Bueno, bueno! ¡Toda esa historia me importa un rábano! - gritó el comprador, encolerizado -. Lo que yo sé es que he dado veinte perros chicos por ti, y quiero mi dinero. ¿Sabes lo que voy a hacer? Llevarte de nuevo al mercado y venderte como leña para encender la chimenea.

-¡Oh, muy bien! ¡No tengo el menor inconveniente! - dijo Pinocho.

Pero al mismo tiempo dio un salto y se zambulló en el agua. Y mientras nadaba alegremente, alejándose de la orilla, gritaba al pobre comprador:

-¡Adiós, mi amo; si necesita usted una piel para hacer un tambor, acuérdese de mí!

Y se reía estrepitosamente y seguía nadando, para volverse poco después y gritar con más fuerza:

-¡Adiós, mi amo; si necesita usted un poco de leña para encender la chimenea, acuérdese de mí!

Poco después se había alejado tanto de la orilla, que ya no se le distinguía más que como un punto negro en la superficie del agua, que de vez en cuando sacaba fuera un brazo o una pierna, o bien daba saltos como un delfín que está de buen humor.

Nadando a la ventura, vio Pinocho en medio del mar un islote que parecía de mármol blanco, y en lo más alto de él una linda cabrita que balaba tiernamente y que le hacía señas de que se acercase.

Lo más singular del caso era que el pelo de la cabrita, en vez de ser blanco, o negro, o rojo, como el de las demás cabras, era de color azul turquesa; pero tan brillante, que se parecía mucho a los cabellos de la hermosa niña.

¡Figuraos cómo latiría el corazón del pobre Pinocho! Redobló sus esfuerzos para nadar más deprisa en dirección del islote blanco, y ya habría avanzado una mitad de la distancia, cuando he aquí que vio salir del agua la horrible cabeza de un monstruo marino con la boca abierta, que parecía una caverna, y tres filas de dientes que hubieran causado miedo con sólo verlos pintados.

¿Sabéis quién era aquel monstruo marino?

Pues aquel monstruo marino era nada menos que el gigantesco dragón de que se ha hablado varias veces en esta historia, y que por su insaciable voracidad venía causando tales estragos por aquellos mares, que se le llamaba el «Atila de los peces y de los pescadores».

¡Cuál no sería el espanto del pobre Pinocho a la vista del monstruo! Trató de escaparse, de cambiar de dirección, de huir; pero todo era inútil; aquella enorme boca se le venía siempre encima con la velocidad de un tren expreso.

-¡Date prisa, Pinocho, por Dios! - gritaba, balando, la linda cabrita.

Y Pinocho nadaba desesperadamente con los brazos, con las piernas, con el pecho, con todo el cuerpo.

-¡Corre, Pinocho, corre; que se acerca el monstruo!

Y Pinocho redoblaba sus esfuerzos para aumentar la velocidad.

-¡Más de prisa, Pinocho, que te coge! ¡Ya está ahí! ¡Más a prisa o estás perdido! ¡Que te coge!

¡Que te coge!

Y Pinocho nadaba desesperadamente y se deslizaba por el agua como una bala de fusil.

Ya se acercaba al escollo, y ya la linda cabrita se inclinaba sobre la orilla, alargándole las dos patitas delanteras para ayudarle a salir del agua; pero...

¡Pero ya era tarde! Tan cerca estaba el monstruo, que no hizo más que dar un sorbo, y se tragó al muñeco con el agua que le rodeaba, como quien se sorbe un huevo de gallina. Y se lo tragó con tal ansia y violencia, que Pinocho se dio contra una muela del dragón un golpe tan tremendo, que le hizo estar sin sentido un cuarto de hora.

Cuando volvió de su desmayo no sabía en qué mundo se encontraba. En torno suyo reinaba una gran oscuridad pero tan negra y profunda, que le parecía hallarse en la bolsa de tinta de un calamar.

Quiso escuchar, pero no oyó ruido alguno; únicamente sentía de cuando en cuando una bocanada de aire que le daba en la cara. Al principio no podía saber de dónde vendría aquel aire; pero después comprendió que salía de los pulmones del monstruo. Porque hay que advertir que el monstruo padecía mucho de asma, y cuando respiraba parecía que se había desatado el huracán.

Al pronto trató Pinocho de infundirse a sí mismo algún valor; pero cuando ya tuvo la seguridad de que se encontraba encerrado en el cuerpo del monstruo marino, empezó a llorar y a gritar, diciendo:

-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Desgraciado de mí! ¿No hay quien venga a salvarme?

-¿Y quién va a salvarte, desgraciado? - contestó en aquella oscuridad una voz cascada, como de guitarra sin templar.

-¿Quién me ha hablado? - preguntó Pinocho, sintiendo aún mayor espanto.

-¡Soy yo: un mísero bacalao que el dragón ha engullido lo mismo que a ti! ¿Y tú, qué pez eres?

-¡Qué pez ni qué narices! ¡Yo no soy pez de ninguna clase! ¡Yo soy un muñeco!

- Pues si no eres un pez, ¿Por qué te has dejado tragar por el monstruo?

-¡Hombre, eso no se le ocurre más que a un bacalao! He hecho todo lo posible para que no me tragara; pero se ha empeñado, y como este diablo de dragón corre que se las pela.. Bueno, ¿y qué hacemos en esta oscuridad?

- Resignarnos y esperar a que el dragón nos digiera a los dos.

-¡Es un lindo porvenir! - dijo Pinocho.

Y poniéndose muy triste de repente, empezó a llorar como un becerro.

- Hombre, a mi tampoco me hace una gracia extraordinaria - contestó el bacalao -; pero soy filósofo, y me resigno. Bien mirado, hasta me alegro; porque cuando uno nace bacalao, es más honroso morir en el agua que en el aceite frito.

-¡Valiente majadería! - dijo Pinocho.

- Es una opinión; y como dicen los peces de la política, todas las opiniones deben ser respetadas.

- Bueno, yo lo que digo es que quiero salir de aquí, que quiero escaparme.

- Prueba, si lo consigues, mejor para ti.

-¿Es muy grande este dragón que nos ha tragado? - preguntó el muñeco.

- Figúrate que su cuerpo tiene más de un kilómetro de largo, sin contar la cola.

Mientras así conversaba Pinocho en aquella oscuridad, le pareció ver allá lejos, pero muy lejos, una especie de resplandor.

-¿Qué será aquella lucecita que se ve allá lejos? - dijo Pinocho.

- Será algún compañero nuestro de desgracia, que estará esperando, igual que nosotros, el momento de ser digerido.

- Me voy a buscarlo. ¡Quizá sea algún pez viejo que pueda enseñarme la salida!

- Te lo deseo con toda mi alma, simpático muñeco.

-¡Adiós, amable bacalao!

-¡Adiós, muñeco, y buena suerte!

-¿Dónde volveremos a vernos?

-¡Vete a saber! ¡Vale más no pensarlo!