¿El lenguaje inclusivo sirve de algo?
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¿De verdad el español es un idioma machista? Y si no ¿por qué decimos “nosotros”
aunque en un grupo la mayoría sean mujeres? ¿Cuando alguien dice “la historia del hombre”
no incluye a la historia de la mujer? ¿Está bien cambiar las oes por arrobas, equis o
es? ¿Destruiríamos el idioma si lo cambiamos así? Y, sobre todo, si lo modificamos ¿tendría
algún efecto positivo? Hoy preguntémonos...
¿El lenguaje inclusivo sirve de algo?
Si alguien llega a una reunión y saluda: “¡Buenas tardes a todas!”, y hay un hombre,
probablemente, éste emitiría un *carraspeo* y la persona recién llegada se vería impelida
a corregir: “¡Ah, je je, perdón! Buenas tardes a todos.” Este uso en el que la opción
masculina engloba tanto a hombres como a mujeres se llama “masculino genérico” ¿Eso indica
que el español es un idioma sexista? Y ¿no se te hace curioso que en español, francés
e italiano, las cosas tengan género? ¿Por qué “la hoja” es femenino y “el árbol”
masculino? Bueno, pero ¿por qué hablamos así?
Antes de existir el español, existía el idioma indoeuropeo, abuelito de casi todas
las lenguas Europa, India y la meseta iraní. Esta lengua hipotética, la única distinción
de género que hacía era entre lo animado, o sea personas y animales, y lo inanimado:
cosas y plantas. ¡No había distinción de género! Para hacer la distinción entre personas,
había que usar expresiones del estilo de “bebé varón” o “bebé mujer”. Se
cree que en indoeuropeo “mujer” se decía algo así como “gwenā”. Esa “a” al
final se empezó a usar al final de los sustantivos referentes a personas para hacerlos femeninos.
Una de las ramas del indoeuropeo, la itálica, dio origen al latín. En latín existen tres
géneros: femenino masculino y neutro, pero estos no se notan en la terminación de la
palabra. El árbol llamado pinus es femenino, por ejemplo. Pero sí se empezó a usar la
“a” al final de algunas palabras para hacerlas femeninas: si filius es “hijo”,
sin indicar su género, decir filia ya indicaba el concepto de “hija”. La “a” al final
nació para señalar el género de una persona cuando era necesario destacarlo de la norma
general. Avus es “abuelo” y “abuela” avia. Algunas otras palabras terminaban en
a por otros motivos, por ejemplo, porque en latín los plurales terminan en esa letra.
Conforme el latín se fue extendiendo por el mundo se fue convirtiendo en todas las
lenguas romances, entre ellas el español. En estos idiomas, esta costumbre de distinguir
personas por género pasó también a las cosas. Casi todas las palabras latinas terminadas
en “us” o en “um”, por economía, se convirtieron en terminadas en “o” y
se volvieron masculinas, conservando su estatus de “lo normal”. Pinus se convirtió en
“pino”. Y las terminadas en “a”, ya sea por ser plurales o por referirse a hembras,
fueron consideradas femeninas (Algunas excepciones son las palabras “día” y “mano” ¡aún
no se sabe por qué!). Entonces, es fácil entender por qué la Real Academia Española
considera que palabras como “nosotros”, “amigos”, “vecinos”, aunque estén
en masculino, incluyen tanto a hombres como mujeres: es el masculino genérico que tiene
la que la cultura era androcéntrica: centrada en los varones. En Roma eran los hombres los
que tomaban las decisiones, los que protagonizaban los grandes sucesos sociales y quienes escribían
la historia y las reflexiones filosóficas, mientras que las mujeres no tenían derechos
legales y dependían en todo de sus padres y esposos. De manera que el masculino genérico
le vino muy bien a esta cultura en la que el varón era considerado la medida de todo.
Estos patrones sociales y culturales se perpetuaron durante toda la Edad Media y, aunque se han
referente “por default” en el que pensamos cuando enunciamos “todos” y lo femenino
viene a ser un caso especial que muchas veces ni se menciona... ni se piensa.
Por eso han surgido movimientos que reclaman que se use el llamado “lenguaje inclusivo”
o “incluyente”: para que la mitad de la humanidad esté presente en nuestra habla
y nuestra escritura, incluyendo mujeres y personas de otros géneros. Y lo que no se
menciona, no se piensa: es hacer como si no existiera.
Pero ¿realmente serviría de algo cambiar nuestra forma de hablar? ¿El lenguaje puede
modificar la realidad? ¡Pues sí! Hay diversos estudios que muestran cómo el lenguaje no
sólo expresa el pensamiento, sino que determina cómo pensamos: la lengua le da forma a nuestra
percepción de la realidad. Para empezar, el lenguaje afecta cómo nos sentimos. En
un estudio se les dio a leer a un grupo mixto de aspirantes una entrevista de trabajo. A
la mitad se les dio en lenguaje convencional masculino y a la otra mitad se les dio el
escrito en lenguaje inclusivo, y luego les preguntaron qué tan bienvenidas y bienvenidos
se habían sentido. Los hombres de ambos grupos no mostraron diferencia alguna, pero las mujeres
que leyeron la entrevista en lenguaje inclusivo se sintieron menos excluidas y marginadas
que las del otro grupo. Pero también afecta fenómenos más concretos.
En otro experimento se demostró que,cuando los adultos usaban el masculino genérico,
niñas y niños se mostraban más propensos a formarse estereotipos de cuáles eran empleos
“para hombres” y cuáles “para mujeres”, lo que podría afectar sus futuras elecciones
de carrera. En un estudio hecho en Suecia se mostró que
los niños y las niñas que habían sido educados en escuelas con lenguaje y prácticas inclusivas
¡tenían más posibilidades de tener éxito en un futuro! Y como estos, hay muchos ejemplos
más. Pero ¿usar lenguaje inclusivo no destruye
el idioma? En primer lugar, los idiomas están evolucionando todo el tiempo: el español
que usas hoy no es el mismo que usaban tus abuelos o el que usaba Cervantes. Y seguramente
el del futuro también será diferente. La única diferencia es que comúnmente no nos
damos cuenta de los cambios y esta vez se está buscando que suceda de manera consciente
y deliberada. Si es algo forzado y no prospera, sólo el tiempo lo dirá… pero las nuevas
generaciones parecen mucho más dispuestas a adoptarlo. En Suecia, por ejemplo, en los
años 60 se propuso el pronombre neutro “hen”, que sería el equivalente al “elle” del
español. Al principio hubo muchísima resistencia y burlas, pero en la actualidad está ganando
aceptación y se usa en periódicos e instituciones. En segundo lugar, hay una mala concepción
de qué significa usar lenguaje inclusivo. No, no significa poner la letra “e” “al
últime de todes les palabres”. El uso de la “e” se propone sólo para mencionar
a personas de género no–binario o para referirse a alguien cuyo género no está
determinado por no ser alguien específico, como en el ejemplo “Quien sea elegide deberá
postularse como candidate” Puede que suene peculiar, pero peculiar no necesariamente
es malo. Claro que este uso no está aprobado por la Real Academia Española… aún. A
reserva de lo que podamos discutir sobre la legitimidad de la RAE, por ahora conviene
mencionar que La Fundación del Español Urgente (Fundéu), organización apoyada por la Real
Academia, sí dice que:
“Si lo que se quiere es dar una imagen más representativa de la realidad y, sobre todo,
hacer la realidad más inclusiva, el lenguaje es una de las herramientas más eficaces.
Darle nombre a lo que queremos que exista, a lo que queremos identificar, fomentar y
cuidar. Nombrar es siempre uno de los primeros pasos y lo es precisamente porque posibilita
el reconocimiento que está en la base misma de la existencia.”
¡Están a favor! No específicamente de la “e” neutra, pero sí de un lenguaje más
inclusivo. Entonces, si te parece demasiado radical usar la “e” inclusiva, aquí te
van algunos consejos para usar lenguaje incluyente que no hacen enojar a la RAE:
Usar los femeninos de las profesiones cuando quienes las ejerzan sean de ese género. Sí,
la Real Academia acepta presidenta, ingeniera, médica, arquitecta, jueza y, aunque suene
raro, hasta pilota, obispa y muchas más. Y aunque algunas palabras como música, química
y jardinera ya significan otra cosa, nada impide la polisemia, o sea, que signifiquen
otra. Evita en lo posible el masculino genérico.
Para eso puede usar el desdoblamiento. Desdoblar por ejemplo el genérico “niños” en “niñas
y niños”, “amigos” en “amigos y amigas”. A veces puede ser pesado desdoblar todos los
plurales, así que Fundeú recomienda algo radical pero gramaticalmente correcto: cuando
el grupo incluya claramente más mujeres que hombres, usemos el femenino. Por ejemplo:
si en una clase hay más chicas que chicos, se vale decir “las alumnas”. Será cosa
de acostumbrarnos. También se pueden usar sustantivos neutros:
si mi grupo de amigas y amigos incluye personas de más de un género, puede ser más económico
decir “mis colegas” o “mis camaradas”. Además se puede sustituir los artículos
“los” y “él” por “quién” o “cualquiera”. En vez de decir “Los que quieran inscribirse
en el equipo hagan una fila”, se puede decir “Quienes quieran inscribirse en el equipo
hagan una fila”; En vez de “El que esté interesado levante la mano”. “Cualquiera
que tenga interés que levante la mano”. O usar la palabra “personas”: en vez de
“Los sordos”, decir “Las personas sordas”. Sustituir los colectivos masculinos, por ejemplo
usando colectivos neutros: en vez de “los ciudadanos”, “la ciudadanía”, en vez
de “el hombre”, “el ser humano”. También se puede omitir el sujeto: en vez de “Los
niños menores de 10 años entran gratis”, simplemente “Menores de 12 años entran
gratis”. O incluso cambiar el enunciado de la tercera persona a la segunda. En lugar
de “los interesados pueden enviar su solicitud”, decir “puedes enviar tu solicitud”.
Y claro, cuando hablemos con alguien que nos pida que nos refiramos a él, ella
o elle con determinado pronombre y género, lo más cortés y empático será hacerlo
como nos lo pida. Usar determinado lenguaje no sólo es cuestión de corrección, sino
también de entendernos y comunicarnos, y conlleva una postura ética y política. La
decisión queda a tu criterio. Al final, la lengua la hacemos quienes la hablamos. ¡CuriosaMente!
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