¿Existe el PATRIARCADO?
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Con frecuencia oímos el término “patriarcado”, y suele estar rodeado de controversia. ¿Es
natural o se construyó históricamente? Hay quien argumenta que el patriarcado,
si acaso existió, ya fue superado en buena parte del mundo. Así que hoy responderemos …
¿Existe el patriarcado?
Aunque hay varias definiciones del término, hablamos de patriarcado cuando en una organización
social son los hombres quienes ejercen la autoridad mientras que las mujeres se
encuentran subordinadas. Esto se manifiesta no sólo en las leyes, sino en las ideas,
costumbres y sobre todo en las prácticas sociales. ¿Cómo surgió? Se ha argumentado que dos factores
de tipo biológico pudieron facilitar la institución de los sistemas patriarcales.
El primero es la capacidad de las mujeres de gestar nuevas vidas: esto se usaría para
vincularlas con las actividades reproductivas y de cuidado a los demás. En segundo lugar,
la mayor fuerza física promedio de los hombres, lo que les daría más medios para imponer su voluntad
e incluso usar a las mujeres como propiedad. Estas ventajas les habrían permitido a los hombres tener
el control y producir narrativas –primero mitológicas, luego legales y después hasta
pseudocientíficas– que hicieran ver a lo masculino como superior y naturalmente destinado a imponerse
por sobre lo femenino. Y, aunque la dominación se mitigara ofreciendo manutención o protección,
seguía siendo una relación de opresión. Hubo dos culturas que forjaron el patriarcado
que ha definido la historia occidental. Una es la griega, en la que el epítome de lo noble,
lo racional y lo fuerte era lo masculino; y las mujeres se consideraban seres humanos
incompletos que ni siquiera podían ser ciudadanas: sus roles se limitaban a
ser esposas y madres o bien trabajadoras sexuales. La otra cultura fue la hebrea,
que es de donde viene el término “patriarca”: los patriarcas eran los hombres mayores a quienes se
les reconocía su sabiduría y se les debía el mayor respeto y sumisión, mientras que las mujeres se
consideraban buenas si tenían las cualidades del silencio, la castidad y la obediencia.
De esa manera, la organización patriarcal ha sido la más notoria durante los últimos miles
de años. Aunque con diferentes intensidades y matices, lo común ha sido que sólo los hombres
tengan acceso a la educación, y las mujeres no tengan derecho a tener bienes ni a votar
y mucho menos a ocupar puestos importantes. “Bueno,” –dirás– “pero eso ya se dejó atrás.
Aparte de algunos países, ahora las mujeres tienen derecho a votar, a tener propiedades,
a la educación y hasta ocupan puestos importantes en las empresas y el gobierno.
¡El patriarcado ya no existe!” Pues sí, las luchas feministas
han logrado avances importantes, pero miles de años de historia y cultura no se borran
tan fácilmente. Y es que las prácticas sociales no se reducen a lo legal. Veamos
cómo las ideas patriarcales siguen lastrando principalmente a las mujeres, con este ejemplo.
Imagínate a Helena: es una niña de siete años que tiene derecho a la educación,
pero debe ir a la escuela usando falda: no puede jugar a tantas cosas como su
hermano Manuel y siempre se tiene que estar cuidando de que los niños no la molesten.
Ahora Helena tiene 12 años. Se supone que tiene las mismas oportunidades que Manuel. Pero
mientras él dedica su tiempo libre a jugar, leer o hacer experimentos, ella tiene la obligación de
ayudar a su mamá en las tareas domésticas. A los 16 años Manuel puede andar por casi
cualquier lugar a cualquier hora del día; Helena también tiene derecho al uso y disfrute del
espacio público, pero sabe que por ser mujer hay más peligro de que alguien la acose o la violente.
A los 19 años ambos estudian la carrera que eligieron, pero Manuel no tiene que preocuparse
de cosas como las que le pasan a Helena: ella decidió estudiar ingeniería y algunos maestros
la desaniman y le dicen que mejor se case o estudie algo “de mujeres”. Otros profesores
la acosan y algunos de sus compañeros, la mayoría hombres, tienden a despreciarla.
A los 25 años Helena tiene dificultades para encontrar trabajo:
no confían en una ingeniera mujer. Y cuando lo encuentra, le dan un puesto menor y le
pagan menos que a sus compañeros hombres. A los 29 años Helena forma una familia y
tiene que seguir trabajando. Aunque su pareja la “ayuda” en casa, cae sobre ella la responsabilidad
de criar a su hijo, hacer de comer y tener la casa limpia: termina el día agotada.
Como ves, son muchos los obstáculos que las mujeres tienen que superar para lograr las
mismas cosas que sus contrapartes masculinas. Según las estadísticas:
1 de cada 2 mujeres ha sufrido algún tipo de violencia machista en su vida. La gran mayoría
de agresiones sexuales la sufren mujeres y es muy común que los hombres se sientan con derecho de
agredir a sus parejas o ex parejas porque creen que “les pertenecen”: los llamados “crímenes
pasionales” más bien son crímenes machistas. 3 de cada 5 mujeres asesinadas lo fueron a manos
de su pareja o de un familiar y 7 de cada 10 personas víctimas de trata son mujeres y niñas.
Las mujeres ganan menos que los hombres. En México, por ejemplo, la brecha salarial es del
18%. Hay quien dice que la brecha salarial es un mito y que la diferencia se debe a que los hombres
trabajan más y eligen empleos mejor remunerados. La verdad es que las mujeres muchas veces no
tienen oportunidad de acceder a puestos mejor remunerados… y los empleos que pueden elegir,
como el cuidado de niños, enfermos y ancianos, suelen ser menos valorados.
Y si no trabajan tantas horas extras es porque deben dedicar tiempo a actividades domésticas no
pagadas. Lo impresionante es que sin estas actividades, la economía no se sostendría.
Hay pocas mujeres en puestos de toma de decisiones. Sólo 15 países
del mundo tienen mujeres como cabeza de gobierno; únicamente el 21 por ciento de
los ministerios tienen liderazgos femeninos y sólo el 25 por ciento de las posiciones
en los parlamentos son ocupadas por mujeres. De manera que sí: el patriarcado sigue ahí,
aunque concesiones como la caballerosidad o algunas formas de romanticismo parecen
disfrazarlo. Todavía habrá quien arguya que el patriarcado no existe porque los hombres
lo pasamos mal en esta sociedad: tenemos mayores probabilidades de sufrir accidentes de trabajo,
somos la mayor parte de las víctimas de violencia, morimos más jóvenes y sufrimos
mayores tasas de trastornos mentales y suicidio… y para acabarla, nos toca ir a la guerra… Y pues
¿qué crees? Todos estos problemas también se deben a que vivimos en una sociedad patriarcal.
Prácticamente toda la violencia de la que son víctimas los hombres ¡es por parte de
otros hombres! Y es que los roles asignados por el patriarcado nos dejan pocas opciones para
resolver conflictos y expresar frustraciones. En un patriarcado se espera que los hombres asumamos
en silencio nuestros problemas emocionales o que los expresemos con agresión: eso conlleva a
mayores tasas de depresión y suicidio y violencia entre nosotros. En una sociedad igualitaria,
los trabajos difíciles no tendrían por qué ser exclusivos de los varones y, si el sistema en que
vivimos no fuera tan opresivo, no tendrían que ser riesgosos o incluso no tendrían razón de existir.
Aunque el patriarcado se instauró sobre la premisa de diferencias biológicas,
estas han sido malinterpretadas. Por ejemplo: que las mujeres sean capaces de concebir no significa
que todas deban, puedan o quieran hacerlo. Y si bien los hombres tienden a tener más fuerza
física, esto no ocurre en todos los casos y sobre todo, no debería ser la base para
justificar una supuesta superioridad. Incluso nuestra biología es flexible:
nuestros cuerpos responden al ejercicio y la alimentación, por ejemplo. Nuestras similitudes
son mayores que nuestras diferencias. El sistema patriarcal no está basado en la biología,
sino en una etapa primitiva de la historia humana que deberíamos superar porque es injusta y pone
en riesgo a los seres humanos y al medio ambiente. En la historia de la humanidad ha habido formas de
organización social diferentes, más igualitarias, y en algunas comunidades actuales también. Eso
significa que el sistema se puede cambiar y, de hecho, si comparas la actualidad con cómo
vivían tus abuelos, verás que la sociedad sí se ha estado transformando, pero aún falta mucho por
hacer. ¿Cómo lo lograremos? En primer lugar no hay que permitir las violencias y protestar en
su contra cuando sea necesario. También apoyar acciones políticas en favor de la equidad. Y,
sobre todo, ser capaces de imaginar e inventar otras formas más igualitarias de relacionarnos
y emprender procesos de transformación personal y colectiva, especialmente nosotros,
los hombres. Además de compartir las tareas de cuidado y domésticas y manifestar responsabilidad
emocional ¿No nos quitaría un peso de encima dejar de tener el rol obligatorio de ser el proveedor,
el que toma todas las decisiones, el que se aguanta sus emociones y que siempre tiene
que demostrar dominancia? ¿No sería genial ver a las mujeres como compañeras, socias, amigas…
como iguales? Quizá hasta sería una sociedad con menos violencia y mayor armonía ¡Curiosamente!
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