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El Alquimista, El Alquimista Episodio 16

El Alquimista Episodio 16

El muchacho también tenía un libro que había intentado leer durante los primeros días de viaje.

Pero encontraba mucho más interesante contemplar la caravana y escuchar el viento. Así que aprendió a conocer mejor a su camello y al aficionarse a él, tiró el libro. Era un peso innecesario, aunque el chico había alimentado la superstición de que cada vez que abría el libro encontraba a alguien importante. Terminó trabando amistad con el camellero que viajaba siempre a su lado.

De noche, cuando paraban y descansaban alrededor de las hogueras, solía contarle sus aventuras como pastor. Durante una de esas conversaciones, el camellero comenzó a su vez a hablarle de su vida.

-Yo vivía en un lugar cercano a El Cairo -le explicó-.

Tenía mi huerto, mis hijos y una vida que no iba a cambiar hasta el momento de mi muerte. Un año que la cosecha fue excelente, fuimos todos hasta La Meca y yo cumplí con la única obligación que me faltaba llevar a cabo en la vida. Podía morir en paz, y me agradaba la idea... »Cierto día la tierra comenzó a temblar, y el Nilo se desbordó.

Lo que yo pensaba que sólo ocurría a los otros terminó pasándome a mí. Mis vecinos tuvieron miedo de perder sus olivos con las inundaciones; mi mujer de que las aguas se llevaran a nuestros hijos, y yo de ver destruido todo lo que había conquistado.

»Pero no hubo solución.

La tierra quedó inservible y tuve que buscar otro medio de subsistencia. Hoy soy camellero. Pero entonces entendí la palabra de Alá, nadie siente miedo de lo desconocido porque cualquier persona es capaz de conquistar todo lo que quiere y necesita.

»Sólo sentimos miedo de perder aquello que tenemos, ya sean nuestras vidas o nuestras plantaciones.

Pero este miedo pasa cuando entendemos que nuestra historia y la historia del mundo fueron escritas por la misma Mano. A veces las caravanas se encontraban durante la noche.

Siempre una de ellas tenía lo que la otra necesitaba, como si realmente todo estuviera escrito por una sola Mano. Los camelleros intercambiaban informaciones sobre las tempestades de viento y se reunían en torno a las hogueras para contar las historias del desierto. En otras ocasiones llegaban misteriosos hombres encapuchados; eran beduinos que espiaban las rutas seguidas por las caravanas.

Traían noticias de asaltantes y de tribus bárbaras. Llegaban y partían en silencio, con sus ropas negras que sólo dejaban ver los ojos. Una de esas noches el camellero se acercó hasta la hoguera donde el muchacho estaba sentado junto al Inglés.

-Se rumorea que hay guerra entre los clanes -dijo el camellero.

Los tres se quedaron callados.

El muchacho notó que el miedo flotaba en el aire, aunque nadie dijese ni una palabra. Nuevamente estaba percibiendo el lenguaje sin palabras, el Lenguaje Universal. Poco después el Inglés preguntó si había peligro.

-Quien entra en el desierto no puede volver atrás -repuso el camellero-.

Y cuando no se puede volver atrás, sólo debemos preocuparnos por la mejor manera de seguir hacia adelante.

El resto es por cuenta de Alá, inclusive el peligro. Y concluyó diciendo la misteriosa palabra: Maktub.

-Tendría que prestar más atención a las caravanas -dijo el muchacho al Inglés cuando el camellero se fue-.

Dan muchas vueltas, pero siempre mantienen el mismo rumbo. -Y tú tendrías que leer más sobre el mundo -replicó el Inglés-.

Los libros son igual que las caravanas. El inmenso grupo de hombres y animales empezó a caminar más rápido.

Además del silencio durante el día, las noches -cuando las personas se reunían para conversar en torno a las hogueras- comenzaron a hacerse también silenciosas.

Cierto día el Jefe de la Caravana decidió que no podían encenderse más hogueras, para no llamar la atención. Los viajeros se vieron obligados a formar un gran círculo con los animales y a colocarse todos en el centro, intentando protegerse del frío nocturno.

El Jefe instaló centinelas armados alrededor del grupo.

Una de aquellas noches, el Inglés no podía dormir.

Llamó al muchacho y comenzaron a pasear por las dunas que rodeaban el campamento. Era una noche de luna llena, y el muchacho contó al Inglés toda su historia.

El Inglés se quedó fascinado con el relato de la tienda que había prosperado después de que el chico empezó a trabajar allí.

-Éste es el principio que mueve todas las cosas -dijo-.

En Alquimia se le denomina el Alma del Mundo. Cuando deseas algo con todo tu corazón, estás más próximo al Alma del Mundo. Es una fuerza siempre positiva. Le explicó también que esto no era un don exclusivo de los hombres; todas las cosas sobre la faz de la Tierra tenían también una alma, independientemente de si era mineral, vegetal, animal o apenas un simple pensamiento.

-Todo lo que está sobre la faz de la Tierra se transforma siempre, porque la Tierra está viva, y tiene una alma.

Somos parte de esta Alma y raramente sabemos que ella siempre trabaja en nuestro favor. Pero tú debes entender que en la tienda de los cristales, hasta los jarros estaban colaborando en tu éxito. El muchacho se quedó callado unos instantes, mirando la luna y la arena blanca.

-He visto la caravana caminando a través del desierto -dijo por fin-.

Ella y el desierto hablan la misma lengua y por eso él permite que ella lo atraviese.

Probará cada paso suyo, para ver si está en perfecta sintonía con él; y si lo está, ella llegará al oasis. »Si uno de nosotros llegase aquí con mucho valor, pero sin entender este lenguaje, moriría el primer día.

Continuaron mirando la luna juntos.

-Ésta es la magia de las señales -continuó el muchacho-.

He visto cómo los guías leen las señales del desierto y cómo el alma de la caravana conversa con el alma del desierto. Permanecieron varios minutos en silencio.

-Tengo que prestar más atención a la caravana -dijo por fin el Inglés.

-Y yo tengo que leer sus libros -dijo el muchacho.

Eran libros extraños.

Hablaban de mercurio, sal, dragones y reyes, pero él no conseguía entender nada. Sin embargo, había una idea que parecía repetirse en todos los libros: todas las cosas eran manifestaciones de una cosa sola.

En uno de los libros descubrió que el texto más importante de la Alquimia constaba de unas pocas líneas, y había sido escrito en una simple esmeralda.

-Es la Tabla de la Esmeralda -dijo el Inglés, orgulloso de enseñarle algo al muchacho.

-Y entonces, ¿para qué tantos libros?

-Para entender estas líneas -repuso el Inglés, aunque no estaba muy convencido de su propia respuesta.

El Alquimista Episodio 16 The Alchemist Episode 16

El  muchacho también tenía un libro que había intentado leer durante  los primeros días de viaje.

Pero encontraba mucho más interesante  contemplar la caravana y escuchar el viento. Así que aprendió  a conocer mejor a su camello y al aficionarse a él, tiró el libro. Era un  peso innecesario, aunque el chico había alimentado la superstición de que cada vez que abría el  libro encontraba a alguien importante. Terminó trabando amistad con el camellero que  viajaba siempre a su  lado.

De noche, cuando paraban y descansaban alrededor de las hogueras, solía contarle sus aventuras como pastor. Durante  una de esas conversaciones, el camellero comenzó a su vez a hablarle de su vida.

-Yo  vivía en un lugar cercano a El Cairo -le explicó-.

Tenía mi huerto, mis hijos y una vida que no iba a cambiar  hasta el momento de  mi muerte. Un año que la cosecha fue excelente, fuimos todos hasta La Meca y yo cumplí con la única obligación que me faltaba  llevar a cabo en la vida. Podía morir en paz, y me agradaba la idea... »Cierto día la tierra comenzó a  temblar, y el Nilo se desbordó.

Lo que yo pensaba  que sólo ocurría a los otros terminó pasándome a mí. Mis vecinos tuvieron  miedo de perder sus olivos con las inundaciones;  mi mujer de que las aguas se llevaran a nuestros hijos, y yo de ver destruido todo lo que había conquistado.

»Pero  no hubo solución.

La tierra quedó inservible y tuve que buscar  otro medio de subsistencia. Hoy soy camellero. Pero entonces entendí  la palabra de Alá, nadie siente miedo de lo desconocido porque  cualquier persona es capaz de conquistar todo lo que quiere y necesita.

»Sólo  sentimos miedo de perder aquello que tenemos, ya sean nuestras vidas  o nuestras plantaciones.

Pero este miedo pasa cuando entendemos  que nuestra historia y la historia del mundo fueron escritas por la misma Mano. A  veces las caravanas se encontraban durante la noche.

Siempre una  de ellas tenía lo que la otra necesitaba, como si realmente todo estuviera escrito por una sola Mano. Los camelleros  intercambiaban informaciones sobre las tempestades de viento  y se reunían en torno a las hogueras para contar las historias del desierto. En  otras ocasiones llegaban misteriosos hombres encapuchados; eran beduinos que espiaban las rutas seguidas por las caravanas.

Traían noticias  de asaltantes y de tribus bárbaras. Llegaban y partían en silencio, con sus ropas negras que sólo dejaban ver los ojos. Una  de esas noches el camellero se acercó hasta la hoguera donde el muchacho estaba sentado junto al Inglés.

-Se rumorea que hay guerra entre los clanes -dijo el camellero.

Los  tres se quedaron callados.

El muchacho notó que el miedo flotaba  en el aire, aunque nadie dijese ni una palabra. Nuevamente estaba percibiendo el lenguaje sin palabras, el Lenguaje Universal. Poco después el Inglés preguntó si había peligro.

-Quien  entra en el desierto no puede volver atrás -repuso el camellero-.

Y cuando no se puede volver atrás, sólo debemos preocuparnos  por la mejor manera de seguir hacia adelante.

El resto es por cuenta de Alá, inclusive el peligro. Y concluyó diciendo la misteriosa palabra: Maktub.

-Tendría  que prestar más atención a las caravanas -dijo el muchacho al Inglés cuando el camellero se  fue-.

Dan muchas vueltas, pero siempre mantienen el mismo rumbo. -Y tú tendrías que leer más sobre  el mundo -replicó el Inglés-.

Los libros son igual que las caravanas. El  inmenso grupo de hombres y animales empezó a caminar más rápido.

Además del silencio durante el día, las noches -cuando las personas  se reunían para conversar en torno a las hogueras- comenzaron  a hacerse también silenciosas.

Cierto día el Jefe de la Caravana decidió  que no podían encenderse más hogueras, para no llamar la atención. Los  viajeros se vieron obligados a formar un gran círculo con los animales y a  colocarse todos en el centro, intentando protegerse del frío nocturno.

El Jefe instaló centinelas armados alrededor del grupo.

Una  de aquellas noches, el Inglés no podía dormir.

Llamó al muchacho y comenzaron a pasear por las dunas que rodeaban el campamento. Era una noche de luna llena, y el muchacho contó al Inglés toda su historia.

El Inglés  se quedó fascinado con el relato de la tienda que había prosperado después de que el chico empezó a trabajar allí.

-Éste  es el principio que mueve todas las cosas -dijo-.

En Alquimia se le denomina el Alma del Mundo. Cuando deseas algo con todo tu corazón, estás más próximo al Alma del Mundo. Es una fuerza siempre positiva. Le  explicó también que esto no era un don exclusivo de los hombres; todas las cosas sobre la faz de la Tierra tenían  también una alma,  independientemente de si era mineral, vegetal, animal o apenas un simple pensamiento.

-Todo  lo que está sobre la faz de la Tierra se transforma siempre, porque la Tierra está viva, y tiene  una alma.

Somos parte de esta Alma y  raramente sabemos que ella siempre trabaja en nuestro favor. Pero tú debes  entender que en la tienda de los cristales, hasta los jarros estaban colaborando en tu éxito. El muchacho se quedó callado unos  instantes, mirando la luna y la arena blanca.

-He  visto la caravana caminando a través del desierto -dijo por fin-.

Ella y el desierto hablan  la misma lengua y por eso él permite que ella lo  atraviese.

Probará cada paso suyo, para ver si está en perfecta sintonía con él; y si lo está, ella llegará al oasis. »Si  uno de nosotros llegase aquí con mucho valor, pero sin entender este lenguaje, moriría el primer día.

Continuaron mirando la luna juntos.

-Ésta es la magia de  las señales -continuó el muchacho-.

He visto cómo  los guías leen las señales del desierto y cómo el alma de la caravana conversa con el alma del desierto. Permanecieron varios minutos en silencio.

-Tengo que prestar más atención a la caravana -dijo por fin el Inglés.

-Y yo tengo que leer sus libros -dijo el muchacho.

Eran  libros extraños.

Hablaban de mercurio, sal, dragones y reyes, pero él no conseguía entender nada. Sin embargo, había una idea que parecía  repetirse en todos los libros: todas las cosas eran manifestaciones de una cosa sola.

En uno de  los libros descubrió que el texto más importante de la Alquimia constaba de unas pocas líneas, y había sido  escrito en una simple esmeralda.

-Es la Tabla de la Esmeralda -dijo el Inglés, orgulloso de enseñarle algo al muchacho.

-Y entonces, ¿para qué tantos libros?

-Para  entender estas líneas -repuso el Inglés, aunque no estaba muy convencido de su propia respuesta.