Gastornis, el ave de Gastón
suscripción La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Quincenalmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles. Hace siglo y medio, en 1855, el físico Gaston Planté, por entonces profesor ayudante de física aplicada en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios de Francia, descubrió unos huesos fósiles en una excursión que realizó con sus alumnos al yacimiento de arcillas plásticas de Meudon, al sudoeste de París. Planté puso los restos a disposición de Louis Constant Prévost, catedrático de geología de la Sorbona, que los presentó ante la Academia de Ciencias el 12 de marzo de ese mismo año. Aunque fue su sucesor en la cátedra, Edmond Hébert, quien publicó la descripción científica de los restos, que resultaron ser los de un ave gigante, a la que puso el nombre de Gastornis parisiensis, “ave de Gaston parisiense”, en honor de su descubridor. El descubrimiento fue muy popular en la época, no solo por el gran tamaño de Gastornis, sino porque además era una de las aves más antiguas conocidas por aquel entonces. Aunque no fue por eso por lo que Gaston Planté pasó a la historia. Planté, que era ayudante de Edmond Becquerel, el descubridor del efecto fotovoltaico y padre del Premio Nobel Henri Becquerel, descubridor de la radiactividad, consiguió en 1860 el puesto de profesor de física en la Asociación Politécnica para el Desarrollo de la Instrucción Popular, fundada por los alumnos de la Escuela Politécnica, como consecuencia de la Revolución de Julio de 1830, para proporcionar instrucción gratuita a los obreros. Durante toda su carrera, Planté realizó investigaciones sobre la electricidad; entre sus invenciones destaca el acumulador eléctrico de ácido-plomo, cuya aplicación más conocida en el actualidad es la batería de los automóviles. Volviendo a Gastornis, durante las décadas siguientes se encontraron nuevos restos fósiles en Francia, Inglaterra, Bélgica y Alemania, pero faltaba el cráneo, y durante mucho tiempo el ave se reconstruyó como una especie de grulla gigante. En 1874, el paleontólogo estadounidense Edward Drinker Cope descubrió en el oeste de Estados Unidos los restos de un ave terrestre gigante a la que en 1876 bautizó con el nombre de Diatryma gigantea, aunque hoy se considera que es tan semejante a los Gastornis europeos que pertenece al mismo género, y debe llamarse por tanto Gastornis gigantea. En la actualidad se reconocen cinco especies válidas de Gastornis: tres europeas, incluyendo la primera, Gastornis parisiensis, que datan desde finales del Paleoceno hasta mediados del Eoceno, hace entre 60 y 40 millones de años, una china de principios del Eoceno, hace unos 50 millones de años, y Gastornis gigantea, la más grande y mejor conocida, que data de mediados del Eoceno, hace unos 40 millones de años. El primer cráneo casi completo, perteneciente a la especie norteamericana, se encontró en Wyoming en 1916, y dio a los científicos por primera vez una imagen clara del ave. Se trata de un ave no voladora de gran tamaño, de hasta dos metros de altura y cien kilos de peso, con un cráneo y un pico enormes. El pico es muy alto, aplanado lateralmente, y con una musculatura muy fuerte. Aunque en líneas generales Gastornis recuerda a los forusrácidos, las aves del terror que millones de años más tarde dominarían Sudamérica, el pico de Gastornis no termina en un gancho como en el caso de estas. Probablemente Gastornis era herbívora, aunque en un principio se creyó que era un depredador como las aves del terror. Tampoco estaba estrechamente emparentada con esas aves sudamericanas, sino con las dromornítidas, los patos gigantes australianos de los que ya hemos hablado aquí. Dada la escasez de sus fósiles, parece que Gastornis era un ave solitaria. Los isótopos de calcio y otros elementos en sus huesos confirman que la carne no formaba parte de su dieta. Con su fuerte pico, probablemente se alimentaba de semillas y otras materias vegetales duras. El cuello de Gastornis es corto, formado por grandes vértebras. El torso también es corto, y las alas están atrofiadas, parecidas en sus proporciones a las del casuario. Las patas son largas y robustas. Los huesos son huecos y ligeros, de manera que, a pesar de su tamaño, Gastornis es capaz de correr y saltar. Hasta hace unos años, basándose en unos restos fibrosos encontrados en Colorado, los paleontólogos pensaban que el plumaje de Gastornis era largo y filamentoso, semejante al de los avestruces. Pero se ha demostrado que esos restos no eran plumas, sino fibras vegetales. En el mismo yacimiento se ha encontrado posteriormente una pluma fósil, más parecida a las plumas de las aves voladoras, de 24 centímetros de logitud, que es posible que perteneciera a Gastornis. Se han descubierto fragmentos de grandes huevos en yacimientos de finales del Paleoceno de España y Francia que probablemente corresponden a Gastornis. Si bien no están asociados con restos de Gastornis, no conocemos otra ave tan grande en la misma época y en la misma región. A partir de los fragmentos se puede reconstruir el tamaño y forma de los huevos: 24 centímetros de largo y 10 de ancho, con un espesor de entre 2,3 y 2,5 milímetros. Más estrecho y alargado que un huevo de avestruz, y con un volumen ligeramente inferior. También se han encontrado huellas fósiles que se sospecha que pertenecen a Gastornis. Las primeras, descubiertas en los alrededores de París en el siglo XIX, conservaban en algunos casos detalles de la estructura de la piel. La más larga era una impresión de un dedo de cuarenta centímetros de largo. Pero de estas huellas, conservadas en el Museo de Historia Natural de París, no se sabe nada desde el año 1912. Están, si es que aún existen, en paradero desconocido. En 1992 apareció otra huella en rocas del Eoceno en el valle del Green River, en el estado de Washington. Mide 32 centímetros de largo y 27 de ancho, y aunque se conserva en la Universidad Western Washington, aún se debate su autenticidad. En 2009, un corrimiento de tierras cerca de Bellingham, también en el estado de Washington, dejó al descubierto dieciocho rastros de huellas en quince bloques de 53,7 millones de años de antigüedad. En ninguna de todas esas huellas descritas hay marcas de garras curvas y afiladas ni indicios de un dedo opuesto dirigido hacia atrás, lo que apoya la idea de que Gastornis era un ave herbívora. En la mayoría de los casos, como aquí, huevos y huellas fósiles no pueden asociarse inequívocamente con una especie. Por eso los paleontólogos, para identificarlos y poder trabajar con ellos, los clasifican, con nombres distintos, en lo que llaman ooespecies (especies de huevo) e icnoespecies (especies de huella). En este caso, los huevos que podrían corresponder a Gastornis se llaman Ornitholithus, la huella del valle de Green River Ornithoformipes controversus, y las de Bellingham, Rivavipes giantess. Se cree que las primeras Gastornis aparecieron en Europa, que en aquel entonces era una gran isla, y donde quizá eran los animales más grandes de la región. No está claro cómo llegaron a China y a Norteamérica, ni las causas de su extinción. Las últimas Gastornis vivieron en Europa, en un periodo de aislamiento, pero coexistieron sin problemas con los primeros grandes mamíferos herbívoros, los pantodontos, y sobrevivieron a grandes cambios climáticos, como el Máximo térmico del Paleoceno-Eoceno. Quizá la aparición de depredadores que cazaban en manada, como los creodontos, influyó en su desaparición. OBRAS DE GERMÁN FERNÁNDEZ: Infiltrado reticular Infiltrado reticular es la primera novela de la trilogía La saga de los borelianos. ¿Quieres ver cómo empieza? Aquí puedes leer los dos primeros capítulos. El ahorcado y otros cuentos fantásticos. Ed. Rubeo