Parte (3)
Voy a mi consulta un momento. −Buenas noches, doctor Aguirre −contesta la chica. Debe leer un libro interesante. No se ha fijado en mí. Entramos en la consulta de Javier. −Tú me esperas aquí. No debe verte nadie. Yo voy al laboratorio. −Aquí no puedo hacer nada. Yo quiero ayudar. ¿Qué hago? −De acuerdo. Mientras yo estoy en el laboratorio, tú buscas las fichas de las mamoplastias que se hicieron el mes pasado. ¡Vamos! Los ficheros están en la oficina. La oficina está en la planta baja. El laboratorio está en el sótano. Salimos y vamos hacia las escaleras, situadas al final del pasillo. Todo está en silencio. Vemos que hay luz en la consulta de Carlo. −Esta noche Carlo tiene guardia −me dice Javier. Javier va al laboratorio y yo entro en el archivo. Empiezo a buscar. El fichero está ordenado por orden alfabético. En la parte superior de la ficha está escrito el nombre de
la paciente. ¡Yo tengo que leer todos los informes! Voy a tardar mucho. Miro el reloj. Ha pasado más de una hora y solo tengo diez fichas, en las que no entiendo nada más que la palabra «mamoplastia». ¡Putos33 médicos con su argot y su letra! Estoy cansada. Busco el móvil para llamar a Javier. No es una buena idea. Otras personas pueden oír el móvil. ¿Qué hago? Voy a ir al despacho de Javier y voy a esperarlo.
Cojo las fichas y las meto en mi bolso. Voy hacia la puerta, pero oigo voces en el pasillo. Me paro. Dos personas están hablando y cada vez están más cerca. ¿Vienen hacia aquí? ¡Vienen! Veo su silueta en la puerta de cristal del archivo. ¡Van a entrar! Miro rápidamente la habitación. ¿Dónde puedo esconderme? Veo una puerta. No está cerrada. 29 Escaleras. Corro hacia abajo. También puedo correr hacia arriba, por supuesto, pero no tan rápido. Llego al sótano. Empujo con cuidado la puerta, pero está cerrada. ¡Mierda!34 Sigo bajando. Otra planta y otra puerta. Esta se abre. Entro en una habitación, pero no hay luz. Busco por la pared un interruptor, pero no encuentro ninguno. He entrado por la salida de emergencia, pienso, y los interruptores siempre están cerca de la puerta principal. Doy unos pasos sin ver nada. Huele raro, a plástico y a productos químicos. No me gusta nada este lugar. Tropiezo con algo. La esquina de una mesa o una camilla se me clava en la pierna. ¿Qué es? Tela, y debajo algo blando, redondo y… ¡Joder! ¡Son dos pechos! Grito y doy un salto. Casi me caigo y me apoyo en otra camilla. Aparto la mano horrorizada. ¡Lo mismo! Otro par de tetas. Y donde hay tetas, hay tías. ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¡En el depósito de cadáveres! Yo me largo35. Pero todos sabemos lo que pasa en estos casos: la puerta por la que he entrado se ha cerrado sola y yo no veo nada.
Capítulo 10 Francisco Tilla, el famoso paparazzi, siempre consigue lo que quiere. Para él, las famosas no tienen secretos. Su público debe saber qué le pasa a Pamela Andrés y por qué está en esta clínica. Ha esperado en la calle muchas horas y cuando la recepcionista ha dejado su puesto un momento para ir al lavabo, el periodista ha entrado y ha subido corriendo por las escaleras. «¿En qué habitación está la Andrés36?» La clínica es grande y él no puede preguntar. Abre despacio la puerta de la habitación 101 y mira. Ve a un hombre durmiendo. Habitación 102. La luz de la habitación está apagada y si la enciende puede despertar a la persona que hay dentro. Francisco decide ir hasta la cama y encender su mechero para ver quién hay allí.
Capítulo 11 31 El doctor Occhiobello odia las guardias de noche. Una clínica de estética es de día un lugar alegre, pero de noche da un poco de miedo. Arturo le ha dicho que las noches son tranquilas, que generalmente no pasa nada. Carlo llega a las doce, va a su despacho y enciende su ordenador. Entra en un programa de güija virtual. Quiere hablar con su abuelo, que murió hace años. Quiere saber cómo le va por el más allá. En la pantalla del ordenador aparecen las letras del abecedario y los números del cero al nueve. Cierra los ojos para concentrarse y empieza la sesión. −¡Abuelo, ven! −dice en voz alta. Las letras de la pantalla tiemblan−. Abuelo, ¿estás aquí? −pregunta. De repente, las luces de la habitación se apagan. Un segundo después se encienden pero la pantalla del orde- nador está negra. «¡Qué raro!» Es la primera vez que un espíritu hace algo así en una sesión, pero recuerda que su abuelo odiaba la tecnología. −¿Eres tú, abuelo? –pregunta en voz alta. Silencio.
−¿Estás aquí? –pregunta más alto. Silencio.
−¿Puedes oírme? ¿Me oyes? −¡Sí! –la voz parece salida de un aparato de radio antiguo−. ¡Por fin! −¿Por fin? –pregunta Carlo−. ¿Querías ponerte en contacto conmigo? −Sí, pero no sabía cómo hacerlo. −No es fácil. ¿Quieres decirme algo? −Sí. Ya sé que es demasiado tarde, pero me arrepiento de lo que he hecho. −¿Por qué? ¿Qué has hecho? −Tú ya lo sabes. La culpa es de las mujeres −el abuelo de Carlo tenía fama de mujeriego. −¿De las mujeres? −Sí. El tipo que manda aquí me dijo: si firmas el contrato, vas a tener lo que siempre has querido. −¿Y qué querías? −¡Lo mismo que todo el mundo! ¡Ligar!38 −¡Vaya con el abuelo!38, piensa Carlo. −¿Qué firmaste? ¿Con quién? −Firmé un contrato. Con el jefe. Aquí todos lo conocen. El que no tiene edad. El que siempre está igual. Me dijo que yo podía ser como él: fama, belleza, mujeres y dinero. −¿Y el precio? −¡Carísimo! Yo ya he pagado una parte, pero esto no es lo que yo creía. Él me dijo: «No duele nada y es muy rápido». Pero lo estoy pasando muy mal y creo que llevo aquí una eternidad. Hace muchísimo calor. −¿Calor?
−Un calor de todos los demonios. Dicen que es normal, pero es insoportable. Estoy ardiendo. −Lo siento. ¿Puedo ayudarte? −¡Ven! Tienes que arreglar esto o sacarme de aquí. −Yo… Yo no puedo… −¿Cómo? ¿Por qué no? 33 −Ya lo sabes… No puedo ir donde tú estás. −¡Cómo que no! Quiero que vengas ahora mismo. ¡Me estoy asando! − No… No puedo ayudarte. Estás muy lejos. −¿Lejos? ¡Y un cuerno!39 ¡Ven de una puta vez40! −Pero… ¿Adónde quieres que vaya? ¿Dónde estás? −¡Aquí abajo! ¡Esto es el infierno, coño! Carlo se queda con la boca abierta. Entra Charo, una enfermera. −¿Por qué no quiere ir a ver al paciente de la 102? –pregunta la enfermera. −¿Qué? −El paciente de la 102. Está usted hablando con él por el interfono. Creo que debe verle. El pobre hombre está ardiendo. Carlo mira la luz roja del interfono, que indica que está funcionando. La enfermera mira el ordenador. −¡Uy, se ha apagado el ordenador! Es por las obras de la calle. Hay cortes de luz. ¿Vamos a ver al paciente? Está abajo, en la primera planta.
Capítulo 12 «¡Qué bien! El abuelo no está en el infierno», piensa Carlo. Pero le preocupa el paciente que va a ver. ¡Su primera guardia de noche y un paciente gravísimo! Entra en la habitación. Efectivamente, el hombre, que lleva una venda en la cabeza, suda muchísimo, debe tener mucha fiebre. −¿De qué le han operado? –pregunta el doctor. −Un trasplante de cabello –contesta la enfermera. −Esta operación no tiene ningún riesgo. No entiendo qué le pasa. ¿Por qué suda? −Porque la temperatura en la habitación es de 40 grados− dice un tipo que acaba de entrar−. Hola, soy Juan, el electricista. El aire acondicionado está estropeado. −El doctor Melo me dijo que un trasplante de cabello era una operación muy sencilla −dice el paciente−. Quería llamar porque hace mucho calor, pero no sabía cómo funcionaba el interfono. Cuando alguien, por fin, me ha contestado, me ha preguntado un montón de tonterías. ¡Vaya una clínica! Trasladan al paciente a otra habitación, Carlo vuelve a su despacho, enciende el ordenador y vuelve otra vez a la güija. Esta vez las cosas funcionan como de costumbre.
Capítulo 13 35 Francisco Tilla va a encender su mechero cuando oye un ruido. Juan, el electricista, no quiere arreglar el aire acondicionado ahora porque quiere irse a casa. Cierra la puerta desde fuera. En esa habitación no pueden poner a ningún paciente. Francisco enciende el mechero y ve que en la cama no hay nadie. Va hacia la puerta, pero no puede abrir. «¡Mierda! ¡Qué calor!» Se quita la chaqueta y enciende la luz de la habitación. Intenta otra vez abrir la puerta. Tiene que salir de ahí. Tiene que encontrar a Pamela Andrés. ¿Qué puede hacer? Ve el botón del interfono y lo aprieta. −¿Eres tú, Juan? –Charo, la enfermera que contesta desde el puesto de control, cree que Juan se ha quedado en la habitación para arreglar el aire acondicionado−. ¿Qué quieres? −Agua –Francisco Tilla dice lo primero que le pasa por la cabeza−. ¿Puede traerme agua, por favor? −¿Agua? ¿Tú de qué vas?41 –la enfermera conoce a Juan. Juan es un vago y un caradura−. ¿Has arreglado ya el aire acondicionado? −Sí, sí –Francisco no entiende de qué le está hablando la enfermera, pero tiene que conseguir salir de la habitación
como sea−. Pero necesito… La puerta está cerrada y no puedo salir. −La puerta esta cerrada, la puerta está cerrada…42 ¡Pues ábrela! −No puedo. No tengo llave. −¡Claro que tienes llave! ¡Tú tienes las llaves de todas las habitaciones! −Las he perdido.
−Tú eres gilipollas43. En este mismo momento, Juan, «el gilipollas», pasa por delante del puesto de control. −¿A quién llamas gilipollas, preciosa? −A ti… −La enfermera mira el interfono, mira a Juan−. ¿Con quién coño estoy yo hablando? En la 102 no hay 37 nadie. Hemos trasladado al paciente. −Y yo he cerrado la puerta. Allí no se puede estar. Hace un calor que te cagas44. −Esto es muy raro. Voy a avisar al doctor.
Capítulo 14 −Doctor Occhiobello, hay alguien en la habitación 102. −¿La habitación 102? Pero si hemos llevado al paciente a la 105. −Sí, pero he estado hablando con alguien que está en la 102. Yo creía que era Juan, que estaba arreglando el aire acondicionado. Pero Juan se va a casa y ha cerrado la habitación por fuera porque… Carlo Occhiobello, que sigue pensando en la güija y en su abuelo, cree que desde el más allá están tratando de decirle algo. Pide silencio a la enfermera y aprieta el botón de su interfono. −¿Hay alguien ahí? –pregunta. Francisco Tilla sabe que se ha metido en un lío, pero lo único que le importa es poder salir. El calor es insoportable. Se ha quitado la camisa y los pantalones, pero sigue sudando. −Sí, yo –responde Francisco. −¿Quién eres? −¡Napoleón Bonaparte! −y, bajito, añade: ¡No te jode!45 «¡El espíritu de Napoleón Bonaparte!», piensa Carlo. −Por favor, me estoy muriendo de calor. ¿Quieren sacarme de aquí?
−¿Pero, quién es? ¿Por qué se ha metido en esa habita- ción? –pregunta la enfermera. −Vamos –dice Carlo. El doctor Occhiobello llama a la puerta de la 102. −¡Adelante! –grita Francisco Tilla. −No es posible. Está cerrado. ¿Quién tiene la llave de la 39 habitación? –pregunta el doctor. −Juan –responde la enfermera. −Busca a Juan. Dile que venga. La enfermera se va y vuelve unos minutos después. −Juan se ha ido. −¿Cómo? −¡Por favooooor! –pide desde dentro Francisco Tilla−. ¡Me estoy ahogando! −Tenemos que abrir esta puerta. ¿Dónde tiene Juan las llaves? –pregunta el doctor. −Creo que en el sótano. En el cuarto que está al lado del almacén. −Vamos a buscarlas. En ese momento la enfermera tiene una llamada. −Me necesitan en la habitación 305 –Le dice la chica al doctor−. Es Pamela Andrés, que está muy nerviosa. −Está bien. Yo voy a buscar las llaves. Luego nos vemos. La enfermera sube a la tercera planta y el doctor baja hacia el sótano de muy mal humor. ¡Vaya nochecita! ¡Qué vergüenza! ¡Un cirujano plástico de su categoría haciendo de cerrajero!