¿Por qué nos parecemos a nuestros papás? La Genética 🧬
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SEÑORA: ¡Ay qué niña más linda! Tiene toda la nariz de su padre, pero con esos ojos se parece más a su madre.
VIEJITO: ¡Nada que ver! Está idéntica a su abuela cuando tenía la misma edad.
VIEJITA: Pues yo estoy segura que de grande se parecerá a su tía Eduviges.
JAVIER: Seguro que en algún momento habrás escuchado este tipo de comentarios,
y no podemos negar el hecho que nos parecemos a nuestros familiares.
Parece algo lógico, pero, en realidad...
¿Por qué nos parecemos a nuestros papás?
Durante muchas generaciones, la humanidad ha notado que los rasgos, tanto de de plantas,
humanos y otros animales, se pasan de una generación a otra: o sea que se heredan.
Muchos de estos rasgos se pueden identificar directamente de los padres, pero había otros
que parecían saltarse una generación, o estar presente en algún tío.
¿Cómo es posible? Además, si todos los hermanos de una familia provienen de los mismos papás
¿por qué no son todos iguales? Aún cuando los humanos habíamos podido intuir
lo suficiente los mecanismos de la herencia como para usarlos para la agricultura y la ganadería,
durante mucho tiempo realmente no se comprendía claramente cómo funcionaban.
Fue hasta el año 1865, cuando el cura austríaco Johann Gregor Mendel, con su riguroso estudio
en cruzas de chícharos, se decidió a descubrir estos misterios.
Comprendió que los caracteres se heredaban a través de “unidades discretas de herencia”,
que ahora conocemos como genes, y que después supimos que se codifican en nuestro ADN.
Estos genes suelen venir con sus variantes o alelos.
En sus experimentos trabajó con 7 genes distintos, y cada uno tenía dos alelos.
Por ejemplo, el gen del color de la flor tiene el alelo morado y el blanco.
Tanto en los chícharos como en nosotros, cada gen se hereda por pares,
ya que recibimos una copia de cada uno de nuestros padres. A la combinación total de
alelos específicos se le llama “genotipo”. El genotipo interactúa con el ambiente y
se expresa en una serie de características concretas: el fenoptipo.
Mendel comprendió que a la hora de conformarse los genotipos había ciertos alelos que parecían
ser más tímidos: preferían ocultarse ante la presencia de otros que sí se expresaban.
A estos últimos se les conoce como “alelos dominantes” y a los tímidos como “alelos recesivos”.
Nuestro amigo lo descubrió al reproducir unos chicharos de flor morada con otros de flor blanca.
Vio que todos los hijos tenían la flor morada, pero que al reproducir
a la descendencia, volvía aparecer la flor blanca en uno de cada cuatro nietos.
En este caso, el fenotipo dominante era el de la flor morada. Todos los individuos de
la primera descendencia tenían una copia del alelo dominante y otra del recesivo, aunque
la flor blanca quedaba “escondida” en el genotipo. Al volver a reproducirlas, la
segunda generación tenía todos los genotipos posibles.
Pero... ¿qué tiene que ver esto con parecernos a nuestros padres? “Elemental, mi querido Watson”.
Genéticamente somos igual de parecidos a nuestros dos padres, pues heredamos la misma
cantidad de ADN de cada uno de ellos. Pero hay ciertos rasgos que dominan sobre otros,
y es más probable que se muestren en tus hijos o en tus nietos.
Las Leyes de Mendel nos explican por qué hay características que parecen saltarse una generación,
como cuando te dicen que te pareces a tu abuelo o a tu tía Eduviges.
Esto ocurre cuando ambos padres tienen al menos una copia del gen recesivo, pudiendo estar “oculto” o no.
Por ejemplo: puede ser que tus dos padres tengan el pelo negro,
pero tú haber nacido si tú eres rubio o rubia como algún abuelo o algún tío.
Es porque ambos heredaron un alelo del pelo rubio, pero como es recesivo quedó oculto en su
genotipo, pues también heredaron del pelo negro, dominante, del otro abuelo.
Esto ocurre en muchas enfermedades genéticas, como el daltonismo. A pesar de que no son muy
comunes, los alelos logran persistir “ocultándose” ¡hasta por varias generaciones! Y solo se
descubren cuando coinciden los genes recesivos de los dos padres.
Y las cosas se pueden complicar aún más. El color de los ojos es un rasgo definido
por dos genes distintos. Llamémosle a uno “marronicidad” y al otro “verdosidad”.
El primero con los alelos “marrón sí” dominante, y “marrón no” recesivo.
Igual pasa con el de “verdosidad”. Pero también ocurre que el marrón es dominante
sobre el verde, así que para que se exprese el fenotipo de ojos verdes, el gen
de ojos marrones debe tener dos recesivos. Y la única manera de que aparezca el color de ojos claros,
es que coincida con los dos alelos recesivos de “marronicidad” y “verdicidad”.
Y así sucede con muchos otros rasgos, que dependen de uno o la combinación de los alelos de varios genes:
el color de tu piel, la forma de tu nariz, la forma de tus ojos, la longitud de tus pestañas, las pecas,
la forma de las orejas, si eres diestro o zurdo, la predisposición a algunas enfermedades y
¡hasta la sensibilidad a ciertos sabores!
La cantidad de posibles combinaciones es astronómica: por eso todos somos diferentes.
Por cierto, ¿tienes la duda de que te vas a quedar calvo? Puedes averiguar la respuesta fijándote en tu abuelo materno.
Así es, en él mismo. Si él ya tiene calvicie, es muy probable que tú la heredes. ¡Ay gracias abuelito!
Resulta que el gen que provoca la pérdida de pelo se encuentra en tu cromosoma X,
y los hombres XY lo heredan forzosamente de la madre. El padre puso su cromosoma Y.
Si a tu mamá no se le note la calvicie aunque su papá esté pelón es porque ella
tiene otro juego de cromosoma X: tiene un “respaldo”.
Para que una mujer desarrolle calvicie temprana debe heredar el gen por ambos lados.
También puede ocurrir que ese cromosoma X lo heredes de tu abuela…
pero por la misma razón es más complicado de averiguar.
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