T2E8
Caso 63, temporada 2, episodio 8, un ángel destructor de mundos.
Para mi registro, 19 de diciembre de 2012, 20.34 horas.
Han pasado muchos días, muchas cosas.
Intento ordenar la línea de tiempo en mi cabeza.
Varias semanas después del viaje he notado que mi reloj biológico ha quedado alterado.
He notado que duermo poco.
Cosas que ocurrieron antes parecieran más próximas y cosas más lejanas parecen haber ocurrido hace minutos.
Por eso esta grabadora me ayuda tanto.
¿Será esta la razón por la que en el futuro siempre voy a tener esta costumbre?
De grabarlo todo como si tuviera miedo a que mis recuerdos se fumaran.
Escucho una y otra vez la conversación que he tenido con Elisa.
Quizás la persona más cercana y vulnerable que conozco.
Bueno, yo misma hace 10 años, en otro cuerpo pero con ese mismo temor a hacer las cosas mal.
¿Cómo podía ser tan frágil y que nadie se diera cuenta?
Verme en ese espejo me demostró que nuestros recuerdos son inexactos.
No sé, me recordaba diferente.
Más alegre, más esperanzada quizás.
Ha sido extraño.
Sentí infinita ternura por mí misma.
Pensé que me costaría hablar con ella pero fue ella la que finalmente se acercó y me preguntó cómo conocía el jardín secreto.
Fue ella la que se abrió de una manera total e inesperada.
Me preguntó si trabajaba en el hospital y le contesté que hacía 10 años.
Ella supuso que era en el pasado.
Perdón, ¿cuál es tu nombre?
Beatriz.
Qué coincidencia, mi segundo nombre también es Beatriz.
Nunca lo uso.
¿Sabes lo que significa?
¿No?
Viene de Beatrix, el femenino de Beator que significa viajero.
Te va a parecer tonto pero algo en ti me resulta familiar.
Una costumbre que no he tenido en mucho tiempo.
Te va a parecer tonto pero algo en ti me resulta familiar.
Una costumbre a ser tan abierta.
Perdón.
Perdón, no debería.
Qué vergüenza.
No, no, no, está bien.
De verdad, está bien.
Toma, toma, aquí hay un pañuelo.
Qué vergüenza.
Gracias.
No, si no tiene nada de malo ser vulnerable a veces.
¿Quién dice que siempre tienes que ser fuerte?
Toma, toma, úsalo, sécate las lágrimas.
Muchas gracias.
Toda mi vida he luchado por ser alguien que quiere estar en control.
Ya sabes, que no te pasen por encima.
Y mírame, llorando frente a una desconocida.
¿Por qué lloras?
¿Por qué lloras?
Ey, puedes confiar en mí.
Lo sientes, ¿cierto?
A veces siento que voy a desaparecer.
¿Qué?
No, no hablo de pensamientos suicidas, no.
Hablo de la sensación de que pronto dejaré de existir.
O que una parte de mí dejará de existir.
Y que no haré nada significativo nunca.
A veces tengo miedo de no tener un futuro.
De pasar y que no haya hecho nada relevante.
Mirá, somos seis mil millones de personas.
¿Cuántas van a ser algo de verdad relevante?
Una vacuna, una cura, una idea, un descubrimiento que lo cambiará todo.
¿Cuántas?
Pocos.
Muy pocos.
Y para que esa persona haga eso, todos somos parte.
Todos somos parte.
Y no lo estoy diciendo de forma metafórica.
De verdad, todos somos parte.
Cada vez que hacemos algo, por pequeño que sea, generamos efectos gigantes en otros.
Lo que hacemos hoy cambia y afecta a millones.
Y lo que haces ahora hace que alguien encuentre la cura a algo en el futuro, por ejemplo.
Nunca lo vas a saber.
Y esa persona nunca lo va a saber.
Lo cual está bien.
Anonimato y colaboración.
Es bonito.
En lo bueno y en lo malo.
Aunque no lo queramos, somos parte.
Ahora, en esta misma conversación, estás cambiando cosas importantes sin siquiera imaginártelo.
Solo sé algo y te lo digo por mi experiencia.
En un punto, esa sensación de vacío va a desaparecer.
Y en otro, esa sensación de vacío va a desaparecer.
En un punto, esa sensación de vacío va a desaparecer.
Y tú no vas a desaparecer.
Así que una grabadora.
Voy a usar ese truco.
En el futuro.
Gracias por esto.
¿Elisa?
Sí.
Una pregunta.
Conozco a una adolescente muy cercana que tiene serios trastornos de personalidad.
Creo que está haciendo un brote de esquizofrenia y estoy un poco preocupada.
Yo ya estoy lejos de la práctica hospitalaria y su padre está en negación con respecto a eso.
Él es un colega.
Claro, yo te ayudo con ella.
Dime quién es y yo activo el protocolo.
Podemos ayudarla.
¿La conoces bien?
Sí.
¿Cómo se llama?
¿La paciente?
No.
No, no.
En realidad, voy a evaluarla mejor.
Y si necesito ayuda, yo sé cómo encontrarte.
Ha pasado una hora de la noche.
Ha pasado una hora desde que se fue Elisa y me he quedado aquí, inmóvil, sentada.
Incapaz de poder levantarme.
Acabo de borrar completamente la entrevista que tuve con María.
¿Por qué?
Bueno, he pensado en el poder de las palabras.
Una palabra dicha en el momento preciso puede destruir una vida o hacerla brillar.
¿Cómo nadie nunca nos dijo eso?
Pienso en las palabras que me dijeron y me formaron
y pienso que no soy nadie para decir la palabra que va a hundir a María.
No soy nadie para decirle que no es la palabra que va a hundir a María.
Y pienso que no soy nadie para decir la palabra que va a hundir a María.
Pienso que si pensaba en apagar la mente brillante de esa joven,
la conversación con Elisa me indicó que no debo hacerlo,
que debo ser invisible,
que no cumplí con mi misión
y no sé si me importa.
Para mi registro, si es que esto sirve de algo.
Llego al departamento de Gaspar Marín y me está esperando.
Me dice que recibió un nuevo mensaje,
un código numérico que la computadora procesó durante meses
y que arrojó un texto, una noticia,
una noticia del futuro,
una mala noticia.
La gente no debe saber nada del futuro, nada.
El viajero siempre debe modificar y desaparecer.
Yo lo sabía.
Yo violé esa regla.
Yo modifiqué todo.
María veitía.
Creía haberla convencido de que nunca tomara un vuelo de viaje.
Creía haberla convencido de que nunca tomara un vuelo en el 2022.
Lo juró, por supuesto.
Y le creí.
Lo tomó todo tan naturalmente como Vicente,
como si se tratara de un plan natural.
Pero la sombra de Pegaso en su cuerpo conformó un miedo.
Ese miedo conformó un plan.
Y ese plan conformó un movimiento.
María veitía supo del futuro y lo modificó, sí,
pero de otra manera.
Gasparme lo leyó.
La mala noticia del futuro.
12 de noviembre del 2019.
Un grupo de jóvenes turistas llega al mercado mayorista de mariscos
de Huanán, en Guján,
donde trabajan unas 1.100 personas que venden verduras,
carnes, pescados y todo tipo de animales vivos, domésticos y salvajes.
Los turistas resultan ser activistas, chinos, franceses y latinos,
que se amarran en uno de los puestos y gritan que los animales deben ser liberados.
María veitía, la supuesta líder del grupo animalista,
muestra un letrero en chino que dice que han contaminado con Antrax
uno de los 600 puestos.
El equipo antiterrorista chino los detiene y el mercado se cierra por un mes.
Su idea estaba bien.
Generar un caos y cerrar el mercado y así evitar el foco principal de COVID-19.
Y tenía razón. Por miedo al Antrax, que nunca existió por supuesto,
se cerró el mercado, se desalojó, se sanitizó,
todos los ojos se pusieron ahí.
El gran foco de inicio de la primera pandemia se interrumpió.
Eso que debería ser una buena noticia, no lo fue en el dibujo completo.
Parece ser que sin la pandemia, la humanidad siguió en la euforia predadora y contaminante
que llevaba desde hace muchos años, mucho antes del 2019.
Sin el freno de reflexión de la pandemia.
La tierra terminó su ciclo de desgaste y cambio climático mucho antes.
Incendios, huracanes, sequías, migrantes, estallidos sociales, miedo,
¿y la solución de los líderes?
La de siempre. Guerras.
Y parece que alguien apretó el botón rojo.
Más sombrío de lo habitual,
Gaspar Marín me leyó la última noticia adjunta en el mensaje.
6 de marzo del 2039.
No existe un lugar donde esconderse en el medio de la pandemia.
La nube radiactiva llevada por los vientos dará la vuelta al mundo en 32 días.
Las precipitaciones harán el resto.
Contaminarán el suelo y el agua.
Extinción masiva del Holoceno.
Es paradójico que el fin del mundo siempre lo genera la misma persona.
Una persona con un solo movimiento.
En este caso, María Beitía nuevamente fue el arma.
Y yo...
Yo apreté el gatillo.
Dejé a Gaspar Marín abrumado en su departamento.
Nos despedimos con un abrazo.
Ambos suponemos que no volveremos a vernos.
Ambos sabemos, sí, que estamos en una línea que no va a ninguna parte.
Una línea moribunda.
Quizás en otro lugar yo otra yo.
Pero no es así.
Quizás en otro lugar yo otra yo.
Lo hacía bien.
Lo hace bien.
Pero no aquí.
No ahora.
Antes de irme le pedí a Gaspar el pasaporte y la identificación de Emilia Sanz.
Mi identidad falsa.
Me la dio.
Y deslizó en medio del pasaporte un papel que escribió a mano.
Me dijo que memorizara ese número.
Que debía ser importante porque era parte de la información que acababa de llegar.
Desde lejos.
Y luego, como si leyera mi mente, me dijo que no fuera a ver a Vicente.
No podrás escapar de tu futuro, me dijo.
Aún puedes hacer un último intento.
Consigue que internen a María.
No dejes que tus emociones te confundan.
María es la importante, no Vicente.
Le respondí que no destruiría una vida.
Le respondí que no tenía un plan.
Que solo sabía que yo amaba a ese hombre y que él me amaba también.
No sé cuántas veces ha ocurrido esto, Gaspar.
Pero voy a ser feliz.
Luego hubo un pequeño silencio.
Y finalmente terminó por decir, casi cuando ya no lo podía escuchar,
Revisa esos números.
Deben significar algo.
Ya no tienes tiempo, no podrás escapar a tu futuro.
Me detuve de la escalera.
Miré hacia arriba.
Y no tuve que pensar mi respuesta.
Y mi voz tenía la fuerza de muchas voces al mismo tiempo.
Claro que puedo hacerlo.
Ya lo hice una vez.
Si crees que le tengo miedo al futuro,
no me conoces.
Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org