El arte de la buena vida (5)
amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo e incluso completos desconocidos,
piensen bien de nosotros. Por lo tanto, invertimos tiempo y energía intentando vestir la ropa
adecuada, conducir el coche correcto, vivir en la casa idónea en el barrio ideal, y así
sucesivamente. Sin embargo, estos esfuerzos están acompañados por cierto grado de ansiedad,
tememos tomar las decisiones equivocadas y que los demás piensen mal de nosotros, también
hay que tener presente que para permitirnos ropas, coches y casas socialmente deseables
hemos de trabajar para ganar dinero y probablemente experimentaremos, ansiedad en relación con
nuestro trabajo. E incluso si, gracias a nuestro esfuerzo, conquistamos la admiración de los
demás, nuestra serenidad probablemente se verá perturbada por la envidia que los otros,
que no han tenido tanto éxito, nos manifiesten. Seneca lo expresó bien, para saber cuántos
te envidian, cuenta tus admiradores, punto 1, además, tendremos que lidiar con la envidia
que sentimos hacia quienes han disfrutado de un éxito aún mayor que el nuestro. Como
los estoicos valoraban la tranquilidad y tenían presente el poder de los demás para alterarla,
podríamos esperar que hubieran vivido como eremitas y que nos aconsejaran hacer lo mismo,
pero no hicieron tal cosa. Creían que un ser humano era, por naturaleza, un animal
social y que tenemos el deber de formar y mantener relaciones con otras personas, a
pesar de los problemas que puedan derivarse de ellas. En las meditaciones, Marco Aurelio
explica la naturaleza de este deber social. Los dioses, dice, nos crearon por una razón,
nos hicieron, señala, para cierto deber. Así como la función de una higuera es cumplir
con la tarea de la higuera, la función de un perro es cumplir con la tarea del perro
y la función de la abeja es cumplir con la tarea de la abeja, la función de un ser humano
es cumplir con la tarea del ser humano, esto es, realizar la función para la que los
dioses nos han creado, 2. ¿Cuál es, pues, la función de un ser humano? Los estoicos
piensan que nuestra función primordial es ser racionales. Para descubrir nuestras funciones
secundarias, tan solo hemos de aplicar nuestra capacidad de razonamiento. Descubriremos que
hemos sido diseñados para vivir entre otras personas de modo mutuamente ventajoso, descubriremos,
dice Musonio, que, la naturaleza humana se asemeja a la de las abejas. Una abeja no puede
vivir sola, muere si se queda aislada, 3, descubriremos, como señala Marco Aurelio,
que, el compañerismo es el propósito que se oculta detrás de nuestra creación. Así
pues, una persona que cumple con la función de ser humano será racional y social, 4.
Para cumplir con mi deber social, mi deber con los de mi especie, debo preocuparme por
toda la humanidad. Debo recordar que los seres humanos hemos sido creados para los
demás, hemos nacido, dice Marco, para trabajar juntos, como hacen nuestras manos o nuestras
pestañas. Por lo tanto, en todo lo que hago mi objetivo debe ser, el servicio y la armonía
de todo. Más exactamente, estoy obligado a hacer el bien a mis hermanos humanos y a
tolerarlos, punto, 5. Y cuando cumplo con mi deber social, afirma Marco Aurelio, debo
hacerlo en silencio y con eficiencia. Idealmente, un estoico debe ser tan inconsciente de los
servicios que presta a los demás como la vid cuando ofrece un racimo, de uvas al viticultor.
No se jactará del servicio que acaba de prestar, sino que realizará el siguiente servicio,
tal como la vid sigue produciendo uvas. Por lo tanto, Marco Aurelio nos aconseja cumplir
con resolución los deberes para los que los seres humanos hemos sido creados. Nada más,
dice, debería distraernos. De hecho, al despertar por la mañana, en lugar de yacer
perezosamente en la cama, hemos de levantarnos para cumplir con las tareas propias del ser
humano, aquellas para las que fuimos creados, 6. Debe quedar claro que Marco Aurelio rechaza
cumplir con nuestro deber social de forma selectiva. En particular, no podemos simplemente
evitar tener tratos con personas enojosas, aunque eso haría que nuestra vida fuera
más fácil. Ni podemos capitular ante esas personas enojosas para evitar la discordia.
Por el contrario, declara Marco Aurelio, hemos de tratar con ellas y trabajar para el bien
común. De hecho, deberíamos mostrar un verdadero amor hacia las personas que el destino ha
puesto en nuestro camino. 7. Es sorprendente que Marco Aurelio ofrezca
este consejo. Los estoicos difieren en qué aspecto de la práctica del estoicismo resulta
un desafío mayor. Por ejemplo, a algunos les parece más difícil dejar de vivir en
el pasado, a otros, superar su deseo de fama y fortuna. Sin embargo, el mayor obstáculo
a la práctica del estoicismo de Marco Aurelio parece haber sido su intensa aversión a la
humanidad, de hecho, a lo largo de las meditaciones, Marco Aurelio abunda en lo poco que piensa
en sus conciudadanos. Antes he citado su consejo de empezar cada día recordándonos lo molestas
que iban a ser las personas con las que, nos vamos a encontrar, recordándonos su interferencia,
ingratitud, insolencia, deslealtad, mala voluntad y egoísmo. Si este juicio sobre la humanidad
nos parece duro, no tendremos que buscar muy lejos para encontrar otros aún más duros.
Marco Aurelio dice que es difícil tratar incluso con el más agradable de nuestros
compañeros. Observa que cuando alguien pretenda ser totalmente franco con nosotros, deberíamos
estar atentos a una daga oculta, 8. En otro lugar, el emperador sugiere que cuando nuestra
muerte se acerque, podemos apaciguar nuestra angustia al dejar este mundo tomándonos un
momento para reflexionar sobre todas las, personas irritantes con las que no tendremos
que tratar cuando nos hayamos marchado. Dice que también deberíamos pensar en que muchos
de los compañeros con los que hemos trabajado tan duro se alegrarán, de nuestra desaparición.
Su disgusto hacia el resto de los seres humanos se resume sumariamente en el siguiente pasaje.
Comer, dormir, copular, excretar y demás, menuda pandilla.
9. Lo significativo es que, a pesar de esta sensación de disgusto, Marco Aurelio no dio
la espalda a sus conciudadanos. Por ejemplo, podría haber tenido una vida mucho más fácil
de haber delegado sus responsabilidades imperiales en subordinados, o de haberse limitado a que
nada le importara, pero prevaleció su sentido del deber, de hecho, se ganó una reputación
por el, celo incansable con el que ejercía los deberes de su gran posición.10. Y mientras
tanto, trabajó duro no solo para formar y mantener las relaciones con los demás, sino
para amarlos. Naturalmente, los lectores modernos se preguntarán cómo Marco Aurelio fue capaz
de realizar esta hazaña, cómo fue capaz de superar su disgusto hacia los otros seres
humanos y trabajar en su beneficio. Parte de la razón por la que nos maravillamos ante
los logros de Marco Aurelio se explica porque nosotros tenemos, una noción diferente del
deber. Lo que a la mayoría nos motiva a cumplir con nuestro deber es el temor a ser castigados,
tal vez por Dios, por nuestro gobierno o por nuestro jefe, si no lo hacemos así. Sin embargo,
lo que motivaba a Marco Aurelio no era el miedo al castigo, sino la perspectiva de una
La recompensa en cuestión no es el agradecimiento de aquellos a quienes ayudamos. Marco Aurelio
asegura no esperar las gracias por los servicios prestados, así como un caballo no espera
agradecimiento por las carreras en las que participa. Tampoco busca la admiración de los
demás, ni siquiera su simpatía, 11, por el contrario, la recompensa por cumplir con nuestro
deber social, afirma Marco Aurelio, es algo muy superior al agradecimiento, la admiración o la
simpatía, como hemos visto, el emperador estoico creía que los dioses nos crearon con una cierta
función social en mente. También pensaba que cuando nos crearon, se aseguraron de que si
cumplíamos con esta función experimentaríamos una gran serenidad y disfrutaríamos de, todas las
cosas de nuestro agrado. De hecho, si hacemos todo aquello para lo que estamos diseñados,
asegura Marco Aurelio, gozaremos de la, verdadera satisfacción del hombre, punto, 12, pero una parte
importante de esa función, como hemos visto, consiste en trabajar con y para nuestros conciudadanos.
Por lo tanto, Marco Aurelio concluye que cumplir con este deber social le aportará las mejores
posibilidades para disfrutar de, una buena vida. Para el emperador, esta es la recompensa por
cumplir con el propio deber, una buena vida, entiendo que para muchos lectores esta forma
de razonar es insostenible. Insistirán en que el deber es enemigo de la felicidad y que, en
consecuencia, la mejor manera de disfrutar de una buena vida es escapar a toda forma de deber. En
lugar de pasarnos el tiempo haciendo lo que tenemos que hacer, deberíamos invertirlo haciendo lo que
queremos hacer. En el capítulo 20 volveré sobre esta cuestión. Por ahora, me limito a decir esto,
a lo largo de los milenios y en diversas culturas, quienes han pensado minuciosamente en el deseo han
llegado a la conclusión de que invertir nuestro tiempo, trabajando para conseguir lo que deseamos
probablemente no nos aportará ni felicidad ni serenidad. 10. Relaciones sociales. Tratar con
otras personas. Los estoicos, he de ser claro al respecto, se enfrentan a un dilema. Si se asocian
con otras personas, corren el riesgo de que su serenidad se vea perturbada, si preservan su
tranquilidad rehuyendo a otras personas, no cumplirán con su deber social de formar y mantener
relaciones. Por lo tanto, la pregunta es la siguiente, ¿cómo preservar la serenidad a la
vez que se interactúa con los demás? Los estoicos pensaron mucho en esta cuestión. En el proceso de
elaboración de una respuesta, desarrollaron todo un cuerpo de consejos para relacionarnos con los
demás. Para empezar, los estoicos recomendaban preparar nuestra interacción con los demás antes
de que esta se produjera. Así, Epicteto nos aconseja formar un cierto carácter y patrón,
para nosotros cuando estamos solos. Luego, cuando nos asociemos con otras personas,
hemos de ser fieles a lo que somos, 1. Como hemos visto, los estoicos piensan que no podemos ser
selectivos al cumplir nuestro deber social, a veces tendremos que asociarnos con personas
irritantes, equivocadas o maliciosas a fin de trabajar para el interés común. Sin embargo,
sí podemos ser selectivos en las relaciones de amistad. Por lo tanto, los estoicos recomiendan
evitar trabar amistad con personas cuyos valores han sido corrompidos, por temor a que sus valores
nos contaminen. Al contrario, hemos de buscar como amigos a aquellos que comparten nuestros valores,
correctos y estoicos, y, en particular, a aquellos que realizan una mejor tarea que nosotros a la
hora de vivir de acuerdo con esos valores. Y mientras disfrutamos de la compañía de estos
individuos, debemos trabajar duro para aprender todo lo que podamos de ellos. Los vicios,
advierte Seneca, son contagiosos, se extienden, rápida e inadvertidamente, desde aquellos que
los poseen a aquellos con los que entran en contacto, 2, Epicteto repite este consejo.
Si pasas tiempo con una persona inmunda, tú también llegarás a ser inmundo, 3, en concreto,
si nos asociamos con individuos con deseos malsanos, existe el peligro real de que pronto
descubramos deseos similares en nosotros mismos, y en consecuencia, nuestra serenidad se verá
perturbada. Por lo tanto, siempre que sea posible, deberíamos evitar asociarnos con
personas cuyos valores han sido corrompidos, así como deberíamos evitar, por ejemplo,
besar a quien tiene gripe. Además de aconsejarnos evitar a las personas con vicios, Seneca añade
sortear a la gente quejumbrosa, siempre melancólica y que se lamenta de todo, que encuentra placer en
cada oportunidad para quejarse. Se justifica observando que un compañero, siempre molesto
y que se lamenta por todo es un enemigo de la serenidad, 4, por su parte, en su famoso diccionario,
Samuel Johnson incluye un maravilloso término para estos individuos, un buscapenas es,
según explica, aquel que se esfuerza por encontrar disgustos, punto, 5. Además de ser selectivos con
las personas a las que concedemos nuestra amistad, los estoicos también dicen que deberíamos ser
selectivos respecto a las funciones sociales que atendemos, a menos que el deber social nos
exija atenderlas. Por ejemplo, Epicteto recomienda evitar banquetes organizados por no filósofos.
También nos aconseja ser prudentes en nuestra conversación a la hora de socializar. La gente
tiende a hablar de ciertas cosas, en la época de Epicteto, nos dice, hablaban de gladiadores,
carreras de caballos, atletas, comida y bebida, y sobre todo, de otras personas. Cuando participamos
de un grupo que conversa sobre estos temas, Epicteto recomienda guardar silencio o expresarse
con pocas palabras, opcionalmente, podemos intentar desviar sutilmente la conversación
hacia un tema apropiado, punto, 6. No cabe duda de que este último consejo está un poco desfasado,
la gente ya no habla de gladiadores, aunque, significativamente, sigue hablando de carreras
de caballos, atletas, comida y bebida, y por supuesto, de otras personas. Pero los individuos
modernos sí pueden aplicar el núcleo de los consejos que ofrece Epicteto. Es permisible,
de hecho, a veces es necesario, que socialicemos con, no filósofos, es decir, con individuos que
no comparten nuestros valores estoicos. Sin embargo, hemos de tener cuidado, después de todo,
existe el peligro de que sus valores contaminen los nuestros y por lo tanto entorpezcan nuestra
práctica del estoicismo. ¿Qué ocurre con esas ocasiones en las que, para cumplir nuestro deber
social, hemos de tratar con personajes enojosos? ¿Cómo evitar que perturben nuestra tranquilidad?
Marco Aurelio recomienda que, al interactuar con una persona irritante, tengamos presente
que sin duda nosotros somos irritantes para otros. En líneas generales, cuando nos irriten los
defectos de otra persona, deberíamos detenernos a reflexionar sobre nuestros propios defectos.
Así seremos más empáticos con los fallos del individuo en cuestión y seremos más tolerantes
con él. Al tratar con una persona enojosa, también es útil tener presente que casi
invariablemente nuestro disgusto nos resultará más perjudicial que los actos del individuo en
cuestión, siete, en otras palabras, si nos abandonamos al disgusto, no haremos más que
empeorar las cosas. Marco Aurelio también sugiere que podemos reducir el impacto negativo de otras
personas en nuestra vida, controlando nuestros pensamientos sobre ellas. Por ejemplo, aconseja
no perder el tiempo especulando sobre qué hacen, dicen, piensan o traman nuestros vecinos. Tampoco
deberíamos permitir que nuestra mente se genere imaginaciones sensuales, celos, envidia, sospechas
o cualquier otro sentimiento, respecto a ellos que nos ruborizaría admitir. Un buen estoico,
afirma Marco Aurelio, no pensará en lo que piensan los demás salvo cuando debe hacerlo a fin de
servir al interés público, ocho. Y lo más importante, Marco Aurelio cree que nos resultará
más fácil tratar con personas insolentes si tenemos presente que el mundo no, puede existir
sin estos individuos. El emperador nos recuerda que la gente no elige sus defectos. En consecuencia,
en cierto sentido, aquellos que nos irritan no pueden evitar hacerlo. Por lo tanto, es inevitable
que algunas personas nos resulten irritantes, esperar otra cosa, continúa Marco Aurelio, es
como esperar que una higuera no espela su jugo. Así, si nos sorprende o perturba que un necio se
comporte neciamente, deberíamos culparnos únicamente a nosotros mismos, tendríamos que
haber estado avisados, nueve. Como hemos visto, Marco Aurelio defiende el fatalismo, como otros
estoicos. Lo que el emperador parece defender en los pasajes que acabamos de citar es un tipo
especial de fatalismo que, podríamos llamar fatalismo social, en nuestro trato con los demás,
deberíamos conducirnos desde el supuesto de que están condenados a comportarse de
determinada manera. Por lo tanto, es inútil desear que sean menos irritantes. Dicho esto,
debo añadir que en otro lugar Marco Aurelio sugiere no solo que la gente puede cambiar,
sino también que hemos de trabajar para propiciar ese cambio, 10, tal vez Marco Aurelio apunta que,
aunque es posible cambiar a los demás, podemos evitarnos parte del malestar que nos produce el
trato con ellos repitiéndonos que están condenados a comportarse como lo hacen. Supongamos que,
a pesar de seguir el consejo, alguien sigue irritándonos. En estos casos, dice Marco Aurelio,
deberíamos recordarnos a nosotros mismos que, esta vida mortal dura un momento, lo que quiere decir
que pronto desapareceremos, 11, cree que situar los incidentes en un contexto cósmico hará evidente
su trivialidad y por lo tanto aliviará, nuestra irritación. Según Marco Aurelio, el mayor riesgo
en nuestro trato con gente enojosa es que nos harán odiarlos, y el odio nos resultará perjudicial.
Por lo tanto, tenemos que trabajar para asegurarnos de que los hombres no logran
destruir nuestros sentimientos caritativos hacia ellos, de hecho, si un hombre es bueno,
asegura el emperador, los dioses nunca lo verán experimentando resentimiento hacia nadie. Así
pues, cuando los hombres se comportan de forma inhumana, no hemos de albergar hacia ellos los
mismos sentimientos que ellos albergan hacia otros. Añade que si detectamos ira y odio en
nuestro interior y deseamos venganza, una de las mejores formas de la venganza hacia otra persona
es negarnos a ser como ella, 12. Algunas de nuestras relaciones más importantes son con
miembros del sexo opuesto, y los estoicos tenían mucho que decir al respecto. Un hombre sabio,
afirma Musonio, no practicará el sexo fuera del matrimonio, y en el seno del matrimonio
solo para engendrar hijos. Practicar sexo en otras circunstancias sugiere falta de autocontrol,
13. Epicteto está de acuerdo en que deberíamos evitar el sexo antes del matrimonio, pero añade
que, si logramos hacerlo, no debemos jactarnos de nuestra castidad ni menospreciar a los que
no son como nosotros. 14. Marco Aurelio tiene aún más recelos respecto al sexo que Musonio y
Epicteto. En las meditaciones nos ofrece una técnica para descubrir el verdadero valor de
las cosas, si analizamos algo y lo dividimos en los elementos que lo componen, veremos que es en
realidad y lo valoraremos apropiadamente. Un buen vino, así analizado, resulta no ser más que zumo
fermentado de uva, y la túnica púrpura que los romanos tienen en tan alta estima no es más que
lana de oveja teñida con sangre de crustáceo. Cuando Marco Aurelio aplica esta técnica analítica
al sexo, descubre que no es más que, una aflicción de los miembros y una descarga eyaculatoria.
15. Por lo tanto, sería ridículo otorgar un gran valor a las relaciones sexuales y más ridículo
aún perturbar nuestra vida para entregarse a ellas. Casualmente, los budistas recomiendan
el uso de esta misma técnica analítica. Cuando, por ejemplo, un hombre desea otra mujer,
los budistas le aconsejan que piense en ella no como en un todo, sino en las partes que la componen,
incluyendo pulmones, excremento, flema, pus y saliva. Los budistas aseguran que esto ayudará
al hombre a extinguir su lujuria. Si esto no funciona, le sugieren imaginar su cuerpo en
diversas fases de descomposición. 16. La defensa de la contención sexual por
parte de los estoicos puede parecer mojigata a los lectores modernos, pero tenían razón.
Vivimos en una época de permisividad sexual, y para muchas personas las consecuencias de
esta situación han sido catastróficas en términos de paz interior. Pensemos, por ejemplo,
en la joven que, por no poder resistirse a la tentación sexual, ahora se enfrenta a una dura
situación como madre soltera, o al joven que, por la misma razón, ahora carga con la responsabilidad,
o al menos con el pago de la manutención infantil, que le impide perseguir sus sueños.
Es fácil encontrar personas que estarán de acuerdo en que su vida habría sido mejor de
haber sido capaces de contenerse sexualmente, es difícil encontrar a personas que piensen que su
vida habría sido mejor de haberse reservado menos. Hemos de añadir que los estoicos no eran los
únicos entre los antiguos en señalar el poder destructivo del sexo. Epicuro puede haber sido
el rival filosófico de los estoicos, pero compartía su desconfianza hacia el sexo.
Las relaciones sexuales nunca han hecho bueno a un hombre, y tiene suerte si no lo han perjudicado.
17. Dicho esto, debo añadir que, a pesar de sus prevenciones respecto al sexo,
los estoicos eran grandes defensores del matrimonio. Un hombre sabio, dice Musonio,
se casará, y una vez casado, él y su mujer se esforzarán por hacerse mutuamente felices. De
hecho, en un buen matrimonio, dos personas se vincularán en una unión amorosa e intentarán
superarse uno al otro en su cuidado mutuo. 18, Tal matrimonio, imaginamos, será muy feliz,
y después de casarse, un hombre sabio traerá hijos al mundo. Ninguna procesión religiosa,
asegura Musonio, es tan hermosa como un grupo de niños guiados por sus padres a través de la ciudad,
llevándolos de la mano y cuidando de ellos, 19, Musonio nos asegura que pocas personas son tan
felices como quien tiene a un cónduge amoroso e hijos devotos, 11. Insultos. Superar las
humillaciones. A algunos les parecerá extraño que los estoicos romanos perdieran su tiempo
hablando de los insultos y de la, mejor manera de afrontarlos. ¿Es esta una labor adecuada para un
filósofo?, se preguntarán. Lo es si pensamos, como hacían los estoicos, que el papel correcto
de la filosofía es desarrollar una filosofía de vida. Como hemos visto, los estoicos nos
aconsejan perseguir la serenidad. Descubren, sin embargo, que una cosa que impide a la gente alcanzar
y mantener la serenidad son los insultos de los demás. Como parte de las estrategias de su filosofía
de vida, los estoicos desarrollan técnicas que las personas podrán utilizar para evitar que
los insultos de los demás les perturben. En este capítulo examinaré algunas de esas técnicas. Voy
a utilizar la palabra insulto en un sentido muy amplio, para incluir no solo el abuso verbal,
como poner motes a los demás, sino también los insultos por omisión, como despreciar u ofender
a alguien, y los insultos físicos, como pegar una bofetada. La gente tiende a ser muy sensible a
los insultos. Como señala Musonio, bajo determinadas circunstancias una simple mirada puede interpretarse
como un insulto. Uno, además, aunque no sean físicos, los insultos pueden ser muy dolorosos.
Si alguien en una posición de autoridad, como por ejemplo un jefe o un profesor, te reprende en
público, tus sentimientos de ira y humillación probablemente serán muy intensos. Y no solo eso,
los insultos pueden causarte dolor mucho tiempo después de haber ocurrido. Una década después
de los reproches que acabamos de describir, en un momento ocioso, puede asaltarnos el recuerdo del
incidente, y a pesar del paso del tiempo, nos sentiremos desolados por la ira. Para valorar
el poder de los insultos a la hora de perturbar nuestra serenidad, solo tenemos que descubrir
las situaciones que nos irritan en la vida cotidiana. En la parte superior de la lista
encontramos la conducta insultante de otras personas, entre ellas, notablemente, nuestros
amigos, familiares y compañeros de trabajo. A veces estos individuos nos insultan abierta
y directamente, eres idiota. Sin embargo, es más habitual que sus insultos sean sutiles o indirectos.
Pueden convertirnos en objeto de una broma, ¿podrías ponerte un sombrero? La luz del sol
reflejada en tu calva me deslumbra. O, después de felicitarnos por determinado éxito, pueden
sentirse obligados a recordarnos, por enésima vez, nuestros fracasos pasados. O pueden brindarnos
cumplidos insidiosos, ese vestido disimula tu tripa. O pueden despreciarnos olvidándonos
o no demostrándonos el respeto que creemos merecer. O tal vez transmitan a otro una observación
denigrante sobre nuestra persona, que luego este otro nos cuenta a nosotros. Cada una
de estas situaciones tiene el poder, si se lo permitimos, de arruinarnos el día. Los
seres humanos no solo son sensibles a los insultos en los tiempos modernos. A modo de
ilustración, consideremos los tipos de cosas que, según Séneca, contaban como insultos
en la antigua Roma, así que no me ha concedido audiencia hoy, pero si a otros, me ha rechazado
altivamente o se ha reído de mis palabras, no me ha ofrecido el asiento de honor, sino
uno en la otra punta de la mesa, punto, dos, si cualquiera de estas situaciones tuviera
lugar hoy, sin duda serían percibidas como insultos, cuando es insultada, la gente suele
reaccionar enfadándose. Como la ira es una emoción negativa que puede perturbar nuestra
serenidad, los estoicos consideraron valioso idear estrategias para evitar que los insultos
despierten nuestro enfado, estrategias para eliminar, por así decirlo, el aguijón del
insulto. Una de estas estrategias consiste en examinar si lo que ha dicho quien insulta
es cierto. Si lo es, hay pocas razones para sentirse molesto. Supongamos, por ejemplo,
que alguien se burla de mi calvicie cuando, en efecto, estoy calvo. ¿Por qué es un insulto?,
se pregunta Séneca, que nos digan lo que resulta evidente.
3. Otra estrategia para eliminar el aguijón, sugerida por Epicteto, es pararse a evaluar
hasta qué punto quien insulta está bien informado. Puede haber dicho algo malo de
nosotros no porque pretenda herir nuestros sentimientos sino porque sinceramente, cree
en lo que está diciendo o, en todo caso, transmite su visión de la situación.
4. En lugar de enfadarnos con esta persona por su honestidad, tendríamos que corregirle con
serenidad. Una poderosa estrategia de eliminación de aguijones consiste en considerar la fuente de
un insulto. Si respeto la fuente, si valoro sus opiniones, entonces sus observaciones críticas
no deberían molestarme. Imaginemos, por ejemplo, que estoy aprendiendo a tocar el banjo y que la
persona que critica mi forma de tocar es el profesor que he contratado, en este caso,
pago a la persona para que me critique. En estas circunstancias, sería muy ridículo responder a
sus críticas sintiéndome herido. Al contrario, si estoy aprendiendo en serio a tocar el banjo,
debo darle las gracias por criticarme. Sin embargo, supongamos que no respeto la fuente
del insulto, de hecho, supongamos que lo considero un individuo despreciable. En estas circunstancias,
en lugar de sentirme ultrajado por sus insultos, debería sentirme aliviado. Si él desaprueba lo
que estoy haciendo, entonces sin duda lo que hago es lo correcto. Lo que tendría que preocuparme es
que este individuo despreciable aprobara lo que estoy haciendo. Si he de responder algo a sus
insultos, el comentario más apropiado sería, me alivia que pienses eso de mí. Al considerar la
fuente de los insultos, dice Seneca, a menudo descubriremos que quien nos insulta es un niño
grande, 5, así como sería estúpido que una madre se enfadara por los insultos, pronunciados por su
pequeño, sería ridículo permitir que los insultos de estos adultos infantilizados nos irriten. En
otros casos descubriremos que quienes nos insultan tienen mal carácter. Estas personas, dice Marco
Aurelio, merecen más nuestra compasión que nuestra ira, 6. A medida que progresemos en la práctica
del estoicismo, seremos cada vez más indiferentes a las opiniones que los demás tengan de nosotros.
No nos pasaremos la vida con el objetivo de granjearnos su aprobación o de evitar su desaprobación,
y como sus opiniones nos resultan indiferentes, no sentiremos aguijón alguno cuando nos insulten.
De hecho, un sabio estoico, si existe uno, probablemente se tomaría los insultos de sus
conciudadanos como los ladridos de un perro. Cuando un perro ladra, podemos tomar nota mental
de que al perro en cuestión no le caemos bien, pero seríamos unos tontos rematados si este hecho
nos molestara hasta el punto de pasarnos el resto del día pensando, caray. No le caigo bien a ese
perro. Otra importante estrategia para la eliminación de aguijones, dicen los estoicos,
es tener presente, cuando nos insultan, que nosotros somos la fuente del aguijón que acompaña al
insulto. Recuerda, dice Epicteto, que lo insultante no es la persona que te ofende o te
golpea, sino el juicio de que te está insultando. Como resultado, dice, otra persona no te hará
daño a menos que tú lo desees. Resultarás perjudicado en el momento en el que aceptes
sentirte perjudicado, 7, de esto se deduce que si nos convencemos de que esa persona no nos ha
hecho daño al insultarnos, entonces el insulto carece de aguijón. Este último consejo en realidad
es una aplicación de la creencia estoica generalizada de que, como apunta Epicteto,
lo que molesta a la gente no es la cuestión en sí misma, sino sus juicios sobre la cuestión,
punto 8, para comprender mejor estas palabras, supongamos que alguien me arrebata algo de mi
propiedad. Esto solo me hará daño si en mi opinión esta propiedad tiene un valor real. Supongamos,
como ejemplo, que alguien roba un bebedero para pájaros de mi patio. Si para mí es valioso,
el robo me molestará mucho, y mis vecinos, al verme tan irritado, se preguntarán,
¿por qué se ha puesto tan nervioso por un estúpido bebedero para pájaros? Si el bebedero me resulta
indiferente, su pérdida no me inquietará en absoluto. Al contrario, el incidente despertará
mi vena filosófica, o más exactamente, estoica. No tiene sentido molestarse por un estúpido bebedero
para pájaros, me diré a mí mismo. Mi serenidad no se verá perturbada. Por último, supongamos
que detesto el bebedero para pájaros, lo conservo solo porque fue un regalo de un familiar que se
sentirá mal si no lo coloco en el patio. En estas circunstancias, su desaparición me complacerá.
Las cosas que me suceden, me ayudan o me perjudican. Todo depende, dicen los estoicos,
de mis valores. Y a continuación me recuerdan que tengo un control absoluto sobre mis valores.
Por lo tanto, si algo exterior me hace daño, es mi responsabilidad, debería haber adoptado unos
valores diferentes. Aunque logremos eliminar el aguijón de un insulto, queda pendiente la
cuestión de cuál es la mejor manera de responder a este. La mayoría de la gente piensa que la mejor
respuesta es otro insulto, preferiblemente más inteligente. Sin embargo, los estoicos rechazan
este consejo. ¿Y cómo hemos de replicar si no es con otro insulto? Según los estoicos,
una forma maravillosa es el humor. Así pues, Seneca aprueba el uso que Catón hace del humor
para desviar un insulto especialmente doloroso. Catón defendía un argumento cuando un adversario,
llamado Léntulo, le escupió en la cara. En lugar de enfadarse o devolver el insulto,
Catón se limpió serenamente el escupitajo y dijo, Juro ante todos, Léntulo, que la gente
se equivoca cuando dicen que no sabes usar la boca. 9, Seneca también aprueba la respuesta
de Sócrates a un insulto aún más insolente. Un tipo se acercó a él y, sin avisarle,
le propinó un golpe en ambas orejas. En lugar de enfadarse, Sócrates bromeó respecto a lo
molesto que era, al salir a la calle, no estar seguro de si había que llevar o no un casco,
10. De los tipos de humor que podemos utilizar en respuesta a un insulto, el humor que se burla de
la propia persona puede ser especialmente efectivo. En este sentido, Seneca describe a un hombre,
Bacinio, cuyo cuello estaba cubierto de quistes y cuyos pies eran deformes, que se burlaba tanto
de sus propias deformidades que los demás no tenían nada que añadir, 11. Epicteto también
defiende el uso del humor centrado en uno mismo. Supongamos, por ejemplo, que descubrimos que
alguien ha estado hablando mal de nosotros. Epicteto nos aconseja no responder a la defensiva,
sino cuestionando la competencia de quien nos insulta, por ejemplo, comentando que,
si esta persona nos conociera lo suficientemente bien como para criticarnos competentemente,
no señalaría los defectos específicos que ha señalado, sino otros mucho peores, 12. Al reírnos
de un insulto, damos a entender que no nos tomamos ni el insulto ni a quien insulta en serio. Actuar
así, evidentemente, es insultar a quien insulta sin hacerlo directamente. Por lo tanto, es una
respuesta que puede frustrar profundamente a quien insulta. Por esta razón, una respuesta
humorística a un insulto puede ser más eficaz que otro insulto. El problema de replicar a los
insultos con humor es que hacerlo requiere inteligencia y predisposición mental. Muchos
de nosotros carecemos de estos rasgos. Cuando nos insultan, nos quedamos perplejos, sabemos que nos
han insultado, pero no qué hacer a continuación. Si se nos ocurre una respuesta inteligente,
nos llega horas después, cuando ya no nos es de utilidad. Después de todo, nada es más patético
que una persona que, un día después de ser insultada, se presenta ante quien lo insultó,
se lo recuerda y le responde. Los estoicos eran conscientes de ello y por esa razón defendieron
una segunda forma de responder a los insultos, ninguna respuesta en absoluto. En lugar de
responder a un insulto, dice Musonio, deberíamos, asumir serena y tranquilamente lo que ha sucedido.
Esto, nos recuerda, es una conducta apropiada para quien pretende ser magnánimo.13,
la ventaja de no responder, de hacer como si quien insulta no hubiera hablado, es que no
requiere de ningún pensamiento por nuestra parte. De hecho, incluso la persona mentalmente más lenta
del planeta puede responder así a un insulto. En este sentido, Seneca señala con aprobación
la respuesta de Catón cuando alguien a quien no conocía lo empujó en los baños públicos.
Cuando la persona se dio cuenta de quién era Catón y se disculpó, este, en lugar de enfadarse
o castigarlo, se limitó a responder, no recuerdo haber sido empujado.14, según Seneca, Catón
demostró un espíritu más elegante al no reconocer el empujón que al perdonarlo.15.
Negarse a responder a un insulto es, paradójicamente, una de las posibles
respuestas más eficaces. Para empezar, como señala Seneca, nuestra falta de respuesta
puede resultar muy desconcertante para quien nos insulta, que se preguntará si hemos entendido o
no su insulto. Por lo demás, le hurtamos el placer de habernos molestado y como resultado quizás sea
el quien se moleste.16. También hemos de advertir que al no responder a quien nos insulta, le
demostramos, a él y a quien esté observando, que no tenemos tiempo para el comportamiento infantil
de esta persona. Si una respuesta humorística a un insulto demuestra que no nos tomamos en
serio a quien insulta, una ausencia de respuesta da la impresión de que somos indiferentes a su
existencia, no solo no nos lo tomamos en serio, sino que no le hacemos ningún caso. Sin embargo,
a nadie le gusta ser ignorado, y probablemente quien insulta se sentirá humillado si no le
respondemos, no ya con otro insulto, sino ni siquiera con humor. Todo lo dicho puede dar
la impresión de que los estoicos son pacifistas respecto a los insultos, como si jamás respondieran
con otro insulto ni castigaran a quien lo ha proferido. Sin embargo, no es así. Según Séneca,
en algunas ocasiones es apropiado responder vigorosamente a un insulto. El peligro de
responder a los insultos con humor o no responder en absoluto es que algunas personas de las que
nos insultan son lentas y no advierten que al negarse a responder con otro insulto estamos
manifestando desde enacia, lo que piensan de nosotros. En lugar de sentirse humilladas por
nuestra respuesta, nuestro silencio o nuestras bromas, pueden incentivarlos hasta el punto de
que empiecen a bombardearnos con una interminable cascada de insultos. Esto puede resultar especialmente
engorroso si quien insulta era nuestro esclavo, en el mundo antiguo, o si es nuestro empleado,
alumno o hijo, en el mundo moderno. Los estoicos eran conscientes de esta cuestión y brindaron
consejos para tratar con estas personas. Del mismo modo que una madre reprende al niño que se despeina,
en algunos casos también querremos amonestar o castigar a la persona que nos insulta infantilmente.
Así pues, si un estudiante insulta a su profesor frente a la clase, sería poco inteligente que
éste ignorara lo que ha pasado. Después de todo, quien insulta y sus compañeros podrían interpretar
la falta de respuesta del profesor como una forma de consentimiento que tendría como consecuencia
una oleada de insultos contra él. Este comportamiento perturbaría la clase y dificultaría
el aprendizaje de los estudiantes. En estos casos, los estoicos han de tener presente que castigan a
quien los insulta no por haberlos agraviado, sino para corregir una conducta inapropiada. Es,
dice Seneca, como amaestrar a un animal, si castigamos a un caballo mientras lo adiestramos,
debemos hacerlo porque queremos que nos obedezcan el futuro, no porque no nos haya
obedecido en el pasado. 17. Sin duda vivimos en una época en la que pocas personas están
dispuestas a responder a un insulto con humor o con silencio. De hecho, quienes defienden el
discurso políticamente correcto creen que la forma adecuada de abordar algunos insultos es
castigar a quien insulta. Lo que más les preocupa son los insultos dirigidos hacia los desfavorecidos,
entre ellos miembros de las minorías y personas con hándicaps físicos, mentales, sociales o
económicos. Las personas desfavorecidas, argumentan, son psicológicamente vulnerables, y si permitimos
que la gente las insulte, sufrirán un grave perjuicio psicológico. Por lo tanto, los defensores
del discurso políticamente correcto piden a las autoridades, funcionarios del gobierno,
empresarios y administradores de las escuelas, que castiguen a quien insulte a un individuo
desfavorecido. Epicteto rechazaría esta forma de afrontar los insultos por ser deplorablemente
contraproducente. Para empezar, señalaría que el movimiento en pro de lo políticamente correcto
tiene algunos efectos secundarios adversos. Uno de ellos es que el proceso de proteger a los
individuos desfavorecidos de los insultos tiende a hacerlos, hipersensibles a cualquier ataque,
como resultado, no solo percibirán el aguijón de los insultos explícitos, sino también el de los
implícitos. Otro es que las personas desfavorecidas llegarán a creerse impotentes para afrontar los
insultos por sí mismas, que carecen de protección a menos que intervengan las autoridades. Epicteto
diría que la mejor manera de afrontar los insultos dirigidos a los grupos desfavorecidos no es,
castigar a quien insulta, sino enseñar técnicas de autodefensa frente a los insultos a los
integrantes de esos grupos. En particular, necesitan aprender a eliminar el veneno de
los insultos que les dirigen, mientras no lo hagan, seguirán siendo hipersensibles,
y en consecuencia, sufrirán mucho cuando sean insultados. Hay que señalar que según los
estándares modernos Epicteto sería considerado como doblemente desfavorecido, era cojo y esclavo.
A pesar de estas desventajas, encontró la manera de superar los insultos. Y lo más importante,
halló la forma de experimentar la felicidad a pesar de la mala baza que el destino le había
deparado. Sospechamos que los modernos, desfavorecidos, podrían aprender mucho de Epicteto.
12. Aflicción. Vencer a las lágrimas con la razón.
La mayoría de los padres se sentirán emocionalmente devastados ante la muerte de un hijo. Llorarán
durante días enteros y serán incapaces de retomar su rutina diaria durante un tiempo.
Mucho después de la muerte, experimentarán el latigazo del duelo, sus ojos se humedecerán
al ver la foto de su hijo. ¿Cómo responderá un estoico ante la muerte de un hijo? Podríamos
imaginar que no responderá en absoluto, que suprimirá sus sentimientos o, mejor aún,
que se entrenará para no sumirse en la aflicción. La creencia de que los estoicos no se afligen,
aunque muy extendida, es errónea. Los estoicos entendían que las emociones como la aflicción
son en cierta medida reflejas. Así como no podemos evitar sobresaltarnos cuando oímos
un ruido inesperado y estrepitoso, un reflejo físico, no podemos evitar que la congoja
se apodere de nosotros al enterarnos de la muerte de un ser querido. Es un reflejo emocional.
Así pues, en su consolación a Polibio, que lloraba la muerte de su hermano, Séneca escribe,
La naturaleza nos exige cierta pena y sobrepasarla es resultado de la vanidad. Pero nunca te pediré
que no te aflijas en absoluto.1 ¿En qué grado debería afligirse un estoico? En la aflicción
correcta, dice Séneca a Polibio, nuestra razón, mantendrá un término medio que no reproducirá ni
la indiferencia ni la locura, y nos mantendrá en un estado que es la marca de una mente afectuosa
y no desequilibrada. En consecuencia, aconseja a Polibio, dejar que corran las lágrimas,
pero también dejar que cesen, permitir que los más profundos suspiros broten de su pecho,
pero también que lleguen a su fin,.2 Aunque no sea posible eliminar la aflicción,
Séneca cree que es posible dar pasos para minimizar el grado de dolor que experimentamos
a lo largo de nuestras vidas, y dado que esos pasos existen, deberíamos recorrerlos. Después
de todo, vivimos en un mundo en el que potencialmente hay muchas cosas que lamentar.
En consecuencia, afirma Séneca, deberíamos ser parcos en lágrimas, ya que, hemos de gestionar
cuidadosamente aquello de lo que con tanta frecuencia hay necesidad,.3 Con estos pensamientos
en mente, Séneca y otros estoicos desarrollaron estrategias mediante las cuales debemos evitar
experimentar una aflicción, excesiva y superar cuanto antes el dolor que nos asola. La principal
estrategia estoica para evitar la aflicción es la práctica de la visualización negativa.
Al considerar las muertes de aquellos que amamos, eliminaremos parte del shock que
experimentaríamos ante su desaparición, en cierto modo, lo habremos visto venir. Además,
si imaginamos la muerte de nuestros seres queridos, aprovecharemos mejor nuestras
relaciones con ellos, si mueren, no nos sentiremos abrumados por lamentaciones
respecto a todas las cosas que podríamos y deberíamos haber hecho, con y para ellos,
además de para evitar la aflicción, la visualización negativa también puede emplearse para extinguirla.
Consideremos, por ejemplo, el consejo que Séneca le da a Marcia, una mujer que,
tres años después de la muerte de su hijo, estaba tan afligida como el día en que lo enterró.
En lugar de pasarse los días pensando amargamente en la felicidad de la que había sido privada por
la muerte de su hijo, Séneca dice que Marcia debería pensar en cuán peor sería su situación
actual de no haber disfrutado de su compañía, en otras palabras, en lugar de lamentar su muerte
debería agradecer que haya vivido. 4. Podríamos llamar a esto visualización negativa retrospectiva.
En la visualización negativa prospectiva, imaginamos que perdemos algo que poseemos en
la actualidad, en la visualización negativa retrospectiva, imaginamos que no hemos tenido
algo que hemos perdido. Séneca piensa que al practicar la visualización negativa retrospectiva
podemos sustituir nuestro sentimiento de duelo ante la pérdida por un sentimiento de agradecimiento
por haberlo disfrutado. En su consolación a Polibio, Séneca ofrece consejo para superar
cualquier aflicción que estemos experimentando. La razón es nuestra mejor arma contra la aflicción,
sostiene, porque, a menos que la razón ponga fin a nuestras lágrimas, la fortuna no lo hará.
En líneas generales, Séneca cree que aunque la razón no pueda eliminar nuestra aflicción,
tiene la capacidad de sustraerle todo lo excesivo y superfluo.5. Por lo tanto, Séneca se afana en
emplear la persuasión racional para curar a Polibio de su excesiva aflicción. Por ejemplo,
argumenta que el hermano cuya muerte lamenta Polibio no querría que éste se torturara con
su pérdida. Si quería que Polibio sufriera, entonces no merece las lágrimas, por lo que
Polibio podría dejar de llorar, si no quería que Polibio sufriera, entonces le toca a éste,
si ama y respeta a su hermano, poner fin al llanto. En otro argumento, Séneca señala que
al estar muerto el hermano de Polibio es incapaz de aflicción y que esto es algo bueno, por lo
tanto, es una locura que Polibio siga sufriendo,6. Otra de las consolaciones de Séneca se dirige a
Elvia, su madre. Si Polibio lamentaba la muerte de un ser querido, Elvia sufría por el exilio
de Séneca. En su consejo a su madre, Séneca lleva el argumento ofrecido a Polibio, que la persona
cuya muerte lamenta Polibio no querría que se lamentara, un paso más allá, como Elvia deplora
las circunstancias que rodean a Séneca, él aduce que, siendo estoico, no lamenta esas circunstancias,
y por lo tanto su madre tampoco debería hacerlo, su consolación a Elvia, observa, es única,
aunque ha leído todas las consolaciones que ha encontrado, en ninguna de ellas el autor consuela
personas que lloran al propio autor.7 En algunos casos, estas apelaciones a la razón sin duda
contribuirán a aliviar, aunque sea temporalmente, la aflicción que alguien experimenta. Sin embargo,
en casos de duelo extremo probablemente no surtirán efecto alguno, por la sencilla razón de que las
emociones de la persona afligida gobiernan su intelecto. Pero incluso en estos casos nuestros
intentos por introducir la razón pueden ser útiles, ya que tales intentos pueden hacerle
comprender la dimensión en la que su intelecto ha capitulado ante sus emociones y le han inducido,
tal vez, a dar pasos para que su razón recupere el lugar que le corresponde. Epicteto también
ofrece consejos para el control de la aflicción. En particular, nos recomienda no, contagiarnos,
del duelo de los demás. Supongamos, por ejemplo, que nos encontramos con una mujer sumida en el
dolor. Epicteto dice que hemos de empatizar con ella y tal vez incluso acompañarla en su lamento
con un lamento propio. Pero hemos de ser cuidadosos y evitar, la interiorización del duelo, punto 8,
en otras palabras, hemos de exhibir signos de aflicción sin permitir que arraiguen nosotros,
a algunos les ofenderá este consejo. Dirán que cuando los demás sufren no solo deberíamos fingir
que empatizamos con ellos, deberíamos sentir su pérdida y compartir su duelo. Epicteto respondería
a esta crítica señalando que la recomendación de responder al duelo de los amigos participando de su
aflicción es tan absurda como ayudar a quien se ha envenenado tomando veneno nosotros mismos,
o ayudar a alguien que tiene gripe contagiándonos a propósito. La aflicción es una emoción negativa,
y por lo tanto, en la medida de lo posible, hemos de evitar experimentarla. Si un amigo sufre,
nuestro objetivo debería ser ayudarle a superar su sufrimiento, o más bien, si interiorizamos
adecuadamente nuestros objetivos, hacer lo que podamos para ayudarle a superar su aflicción.
Si podemos hacerlo compartiendo su duelo de forma fingida, hagámoslo. Después de todo,
contagiarnos, de su aflicción no le ayudará y será nocivo para nosotros. En este punto algunos
lectores serán escépticos respecto a la sabiduría y eficacia de las técnicas estoicas a la hora de
abordar las emociones negativas. Vivimos en una era en la que la opinión consensuada,
sostenida tanto por profesionales de la salud como por legos, es que nuestra salud emocional
exige que estemos en contacto con nuestras emociones, compartirlas con los demás y
expresarlas sin reservas. Por otra parte, los estoicos defienden que a veces hemos de fingir
emociones y que a veces conviene dar pasos para poner fin a las emociones genuinas que encontramos
en nuestro interior. Por lo tanto, algunos podrían llegar a la conclusión de que es peligroso seguir
el consejo estoico en lo que respecta a nuestras emociones, y como este consejo se sitúa en el
corazón del estoicismo, lo rechazarán como filosofía de vida. En el capítulo 20 responderé
a esta crítica al estoicismo. Para sorpresa de algunos, lo haré cuestionando la opinión
consensuada respecto a lo que debemos hacer para mantener nuestra salud emocional. Sin duda,
es verdad que algunos individuos, los que experimentan una intensa aflicción, por ejemplo,
pueden beneficiarse del asesoramiento psicológico. Sin embargo, también pienso que muchas personas
pueden disfrutar de una robusta salud emocional sin recurrir a dicho asesoramiento. En particular,
creo que la práctica del estoicismo puede ayudarnos a evitar muchas de las crisis emocionales que
afligen a la gente. También creo que si estamos atrapados en las garras de una emoción negativa,
seguir el consejo estoico nos permitirá, en muchos casos, atenuar esa emoción sin ayuda.
13. Ira. Superar la antialegría. La ira es otra emoción negativa que puede destruir nuestra
serenidad si dejamos que se instale en nuestro interior. De hecho, podemos pensar en la ira como
en la antialegría. Por lo tanto, los estoicos idearon estrategias para minimizar el nivel de
ira que experimentamos. La principal fuente estoica de consejos para prevenir y abordar
la ira es el ensayo de Seneca de la ira. La ira, dice Seneca, es una locura provisional,
y el daño que produce es enorme, ninguna epidemia le ha costado más a la raza humana.
Debido a la ira, dice, vemos a nuestro alrededor a personas asesinadas, envenenadas y demandadas,
vemos ciudades y naciones arruinadas. Y aparte de destruir ciudades y naciones,
la ira puede arrasarnos individualmente. Después de todo, vivimos en un mundo en el que hay mucho
que enfadarnos, lo que quiere decir que a menos que aprendamos a controlar nuestra ira,
estaremos perpetuamente enfadados. Y estar enfadados, concluye Seneca,
es perder un tiempo precioso, 1. Algunos sostienen que la ira tiene su utilidad.
Señalan que cuando nos enfadamos, estamos motivados. Seneca rechaza esta afirmación.
Es cierto, postula, que a veces la gente se beneficia de su ira, pero de ello rara
vez se deduce que debamos acoger la ira en nuestras vidas.