INMOVILISTAS
Hola, chicos, ¿qué tal?
Bienvenidos a un nuevo episodio de nuestro podcast para aprender español.
Los últimos episodios que hemos publicado hablando de momentos clave de la historia de España parece que han tenido mucho éxito. Al menos me llegan muchos comentarios de personas que me animan a continuar en esta línea. Parece que hay mucho interés en conocer cómo es España y cómo son los españoles y para ello, claro, no hay nada mejor que conocer su historia.
Como ya he dicho antes, yo lo que hago es contar la historia reciente de España desde un punto de vista muy personal, desde mis recuerdos de niño o de joven.
Yo no soy un historiador o un analista político ni un sociólogo, pero creo que puedo transmitir sobre todo emociones, las emociones de la gente de la calle que vive los acontecimientos históricos en el día a día, en su pequeño mundo.
Yo, por tanto, os cuento algunos momentos clave de la historia de España desde el pequeño mundo de un niño español de los años setenta. qu´
Hoy os quería hablar de un chico que se llamaba Miguel Ángel.
Miguel Ángel era un poco más mayor que yo y había estudiado en mi colegio unos años antes, pero no logró terminar el bachillerato. La verdad es que no era muy buen estudiante y suspendió casi todas las asignaturas.
A pesar de todo, era un chico que caía bien. Era simpático y siempre estaba sonriendo y diciendo cosas divertidas para hacerte reír.
Recuerdo que un día, le pedí prestado un bolígrafo y me respondió “¿Un bolígafo?? ¿Quieres que te deje un bolígrafo?? Yo la última vez que usé un bolígrafo fue para limpiarme los oidos”, me dijo, mientras hacía el gesto con la mano de meterse un bolígrafo en una oreja.
Yo me eché a reír. A mí me hacían mucha gracia todas las cosas que decía.
Yo lo conocía del barrio.
Aunque era un poco mayor que yo, hablaba con él de vez en cuando. No éramos amigos, pero nos conocíamos y digamos que nos caíamos bien. Él me caía bien a mí y yo le caía bien a él, aunque no sé por qué, porque en el fondo éramos muy diferentes. Yo era serio, tímido, soso y buen estudiante. Él era todo lo contrario.
Él era simpático y ocurrente. Quizás no fuera muy inteligente, pero siempre decía algo que hacía reír a los demás.
De hecho, ahora que recuerdo, yo a clase de latín llevaba el libro de Miguel Ángel, el libro que él mismo había usado unos años antes...
“¿Vas a clase de latín con Don Antonio?”, me dijo un día que me vio por la calle. Don Antonio era el cura que enseñaba latín en el colegio.
“¡Sí, qué rollo! ¡Odio el latin!”, le dije yo.
Él se echó a reír. “¡Ja, ja ja! Yo también lo odiaba. Aprobé porque copié el examen. Si quieres te dejo el libro, así no tienes que comprarlo”.
“¡Genial!”, le dije yo.
La verdad es que el libro estaba en unas condiciones terribles. Se le habían roto las tapas y tenía todas las páginas pintarrajeadas con bolígrafo. Estaba claro que Miguel Ángel se había aburrido mucho en clase de latín y que mientras Don Antonio explicaba las declinaciones y corregía las traducciones, él se había dedicado a llenar el libro de garabatos y dibujos obscenos.
Recuerdo que a todos los romanos del libro les había dibujado bigotes y a todas las romanas tetas. Además, con el bolígrafo había convertido en penes todas las columnas de los templos que aparecían en el libro.
Si soy sincero, me daba un poco de vergüenza ir a clase con aquel libro. Pensaba que si alguna vez un profesor me pillaba con aquel libro en las manos, me moriría de vergüenza.
Como digo, Miguel Ángel y yo no éramos realmente amigos. Nos conocíamos solo de vista.
Como era mayor, no se juntaba con los más pequeños como yo. Él tenía otros amigos más grandes.
Hablábamos muy de vez en cuando, solo si nos cruzábamos por alguna calle del barrio.
“¿Qué pasa?” Me decía sonriendo.
“¡Nada, aquí estamos!” Le decía yo.
Luego, cada uno seguía por su lado.
Un día, sin embargo, pasó algo inesperado. Me lo encontré por la calle. Me llamó con la mano y me dijo que me acercara.
“¡Ven, mira lo que tengo aquí!”, me dijo sonriendo.
Me sorprendió su tono de voz. Hablaba muy alto, como si quisiera que alguien lo escuchara.
“¡Te voy a enseñar una cosa, ven!”
Yo me acerqué con curiosidad.
Cuando llegué a su lado se sacó la cartera que llevaba en el bolsillo de atrás de los vaqueros. Siempre llevaba pantalones vaqueros.
Abrió la cartera y sacó algo metálico. Al principio no supe de qué se trataba. Parecía una medalla o quizás una insignia…
De repente empezó a agitar aquel objeto metálico en el aire con una mano.
“¿Te gusta? ¿Te gusta?”, gritaba.
Entonces me di cuenta. Lo que tenía en la mano era una cruz gamada, una svástica nazi.
Enseguida volvió a guardarla en la cartera, riendo.
Luego se me acercó al oído y señalándome con la vista hacia la derecha, me dijo en voz baja “¡El dueño de esta librería es judio!”.
Yo miré a la derecha y vi que en ese momento estábamos pasando por delante de la librería Itaca, una famosa librería que había entonces en el centro de Granada. En la puerta había un hombre en pie que nos miraba muy serio y que seguramente había contemplado la escena desde el principio.
Solo entonces caí en la cuenta de que me había usado con el fin de mostrarle la cruz gamada, la svástica nazi, a aquel señor de la librería que, según él, era judío.
Ese fue el día que descubrí que Miguel Ángel era de extrema derecha.
A veces lo veía a con algunos chicos que no eran del barrio y que me intimidaban un poco.
Solían sentarse en la terraza de una cervecería que había en el centro de la ciudad.
Un día que yo pasaba por allí cerca, Miguel Ángel me llamó con la mano y me dijo que me acercara.
“¡Ven aquí, siéntate con nosotros!”
Yo miré al grupo con desconfianza. Miguel Ángel estaba sentado con un par de chicos que no me daban muy buen espina. De todas formas me acerqué y me senté con ellos.
Me llamó la atención que los tres llevaban pequeñas banderas de España prendidas de la camisa. En aquellos años, la gente de extrema derecha solía llevar pins con la bandera de España.
“Estos son los hermanos Estrella”, me dijo Miguel Ángel, presentándome a sus amigos. Eran rubios, altos y chulos y me cayeron fatal.
Por su aspecto, enseguida me di cuenta de que no eran del barrio. Seguramente vivían en alguna zona rica de la ciudad.
El que parecía mayor de los dos, creo recordar que se llamaba Rafael, me miró con cara de asco. El otro se limitó a mirar hacia otro lado, como si yo fuera invisible.
Estaba claro que no les gustaba mi presencia.
En realidad, yo ya conocía a los hermanos Estrella. Nunca había hablado con ellos, pero los conocía de vista. Tenían una hermana muy simpática que trabajaba en la biblioteca pública de la ciudad. Yo iba allí a menudo a hacer los deberes del colegio o a pedir prestado algún libro y la conocía bien. Era muy agradable conmigo. Me preguntaba por el colegio y siempre me recomendaba libros para leer.
Sin embargo, sus hermanos eran completamente diferentes. Eran muy chulos, muy agresivos. Tengo que reconocer que me intimidaban.
Yo los veía solo cuando estaban con Miguel Ángel. Si no, no me acercaba a ellos.
A veces, los tres, los hermanos Estrella y Miguel Ángel se olvidaban de mi presencia y empezaban a hablar de sus aventuras, de las cosas que hacían por las noches.
Un día habían asaltado la Facultad de Derecho y habían apaleado a varios estudiantes y profesores.
Otro día le habían dado una paliza a un chico negro que habían visto por la calle y que se había cruzado en su camino.
Otro día le había tocado a un comunista que se había negado a cantar el Cara al Sol.
El Cara al sol era el himno del partido fascista español, la falange, y en aquellos años, las bandas de extrema derecha se dedicaban a perseguir a militantes de izquierda que encontraban por la calle y obligarles a cantar su himno, el himno fascista, y dar gritos a favor de Franco y decir ¡Arriba España!
Si no lo hacían se llevaban una paliza.
Para golpear a la gente usaban las cadenas de las motos (todos tenían moto) y cables eléctricos.
Recuerdo que un día Rafael Estrella se jactaba de haber disparado con una pistola a las carteleras de un cine que por aquellos días estaba poniendo un documental sobre los campos de concentración nazis.
Yo pensé que estaba fanfarroneando, pero unos días más tarde pasé por delante del cine y, efectivamente, encontré en la pared el agujero que había hecho la bala.
¡No lo podía creer! ¡Los tíos tenían incluso una pistola!
Unos días más tarde, por la noche, me encontré por la calle con él, con Rafael Estrella. Yo iba solo y él también iba solo. Estábamos en una calle estrecha y oscura.
Supongo que se dio cuenta de que yo le tenía miedo y eso le divertía.
Se acercó hacia mí y poniéndome una mano en el hombro, me empujó de un golpe contra la pared.
“Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente algún día”, me dijo, con un tono de voz amenazante. Luego se fue sin decir nada. Supongo que le divertía hacer sentir miedo a la gente.
Aquella noche, en aquella calle oscura, me sentí muy indefenso frente a Rafael Estrella. Me di cuenta de que solo me respetaba porque conocía a Miguel Ángel.
Debía de ser el año 1978 o 1979. Yo tenía catorce o quince años. Franco había muerto solo hacía unos pocos años y el país estaba intentando hacer una transición hacia la democracia. Pero no era fácil. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda buscaban la confrontación.
Cada día había noticias de secuestros, de asesinatos y de atentados terroristas.
A menudo eran grupos de extrema izquierda como ETA o GRAPO los que cometían este tipo de actos criminales. A veces mataban a un militar, a veces a un policía o a un guardia civil; a veces secuestraban a algún empresario.
Otras veces eran los grupos paramilitares de extrema derecha los que cometían ataques. Normalmente daban palizas a militantes de izquierdas, quemaban librerías, reprimían manifestaciones y huelgas, pero a veces también cometieron crímenes y asesinatos salvajes.
El fantasma de la guerra civil estaba siempre presente. Mucha gente tenía miedo de que los militares dieran un golpe de estado, como había hecho Franco en 1936 y volviera a producirse un baño de sangre.
Fueron unos años difíciles. Mirando ahora hacia atrás, pienso que yo no era consciente de todo lo que estaba pasando en España durante ese tiempo, los años 77, 78, 79… Poco después de la muerte de Franco.
Yo era todavía demasiado niño y no me daba cuenta de todo lo que estaba en juego en España durante aquellos años.
Yo era muy naif, supongo, porque yo no veía a Miguel Ángel y a los hermanos Estrella como una banda paramilitar de extrema derecha. Para mí, los hermanos Estrella eran más que nada unos chulos; los típicos matones que se envalentonan con los más débiles. Unos sádicos que se divertían haciendo pasar miedo a los demás.
Y a Miguel Ángel creo que lo veía como un chico malo, pero simpático que a veces me hacía reír con sus tonterías.
Ahora, cuando miro hacia atrás, me da miedo pensar en qué habría pasado si los militares dan un golpe de estado en España y gente como Miguel Ángel y sus amigos hubieran tenido armas en su manos. Habría sido una carnicería.
Unos meses más tarde, alguien me dijo que Miguel Ángel estaba en el hospital. Al parecer un grupo de izquierdistas le había atacado por la espalda, un día que se encontraba solo y le había dado una paliza mortal. Estuvo internado más de un mes.
Cuando salió del hospital, me lo encontré por el barrio. Su aspecto era terrible. Tenía un brazo roto, un ojo cerrado, la boca sin dientes, la nariz partida en dos y caminaba con dificultad.
Me quedé muy asustado cuando lo vi. No sabía qué decirle.
Él, viendo mi confusión, simplemente me dijo: “¡Me ha atropellado un trolebús!” y se echó a reír.
A pesar de la paliza que le habían dado, no había perdido el sentido del humor.
Luego continuó caminando. Iba sonriendo, como siempre.
Después de aquello, desapareció. No sé qué le pasó. Me imaginé que su familia se había mudado a otra ciudad. Quizás tenían miedo de que le pasara algo más grave.
Supongo que Miguel Ángel recibiría amenazas. Al fin y al cabo, Granada es una ciudad pequeña de provincias donde todo el mundo se conoce. Alguien tan violento y agresivo como él no habría pasado desapercibido ni a la policía ni a los militantes de extrema izquierda. Seguramente muchos en Granada lo conocían bastante bien, sabían quién era y, me imagino que, más de uno lo odiaba.
Lo más probable es que Miguel Ángel hubiera recibido amenazas y que tuviera miedo.
El caso es que desapareció de la ciudad.
No volví a verle hasta varios años más tarde. Fue en Madrid, donde yo había ido a estudiar periodismo. Recuerdo que yo iba paseando con mi novia de entonces cuando, de repente, oí que alguien me llamaba.
“¡Juan!”
Me di la vuelta y lo vi. Era él, Miguel Ángel.
“Tío, ¿qué haces aquí?”, me dijo. Sonreía y parecía realmente contento de verme. Pensé que él también estaba estudiando en Madrid porque llevaba una carpeta debajo del brazo.
Me acerqué para saludarlo cuando, de repente, me di cuenta de que en la carpeta llevaba una pegatina, un adhesivo, que decía ATOCHA LIBERTAD.
Me paré en seco.
“Perdona, no te conozco”, le dije.
Me di media vuelta y volví hacia donde estaba mi novia.
“¿Quién es?”, me preguntó ella.
“No sé, me ha confundido con otra persona”, le contesté.
Y esa fue la última vez que lo vi.
Años más tarde alguien me dijo que había hablado con él y que al parecer se avergonzaba de todas las cosas que había hecho durante los años de la transición, que se avergonzaba de su pasado violento y que no quería ni siquiera hablar de ello.
En cuanto a los hermanos Estrella, lo último que supe es que habían entrado en la Guardia Civil o en el ejército, no recuerdo bien.
Bueno chicos, hasta aquí mis recuerdos sobre Miguel Ángel,
Espero que os guste esta serie de episodios en los que hablo de la historia reciente de España a través de mis recuerdos de infancia y juventud.
A mi me parece muy interesante hacer este tipo de episodios, pero la verdad es que son un poco duros y tristes. Creo que continuaré con esta serie, hablando de mis recuerdos, pero de vez en cuando haré también episodios un poco más divertidos. Tampoco quiero hacer el podcast más triste del mundo.
En fin, bueno...
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Por ahora nada más. Nos vemos, no, no nos vemos, nos escuchamos la próxima semana en el próximo episodio de nuestro podcast para aprender español.
¡Hasta pronto!