¿Cómo distinguir la maldad de la estupidez? El principio de Hanlon
En nuestras relaciones sociales pasa muchas veces que tenemos conflictos con los demás,
y a veces importantes, por motivos que muchas veces son tan solo malentendidos. Y es que
muchas veces atribuimos a los gestos, comentarios o acciones de los demás una mala intención
cuando en realidad no la hay, y lo que hay en la mayoría de las ocasiones es simplemente
una falta de habilidad o un no saber hacer las cosas mejor. ¡Vamos allá!
Hace poco explicábamos en otro vídeo el ABC de Ellis, en el que la A hace referencia
a la situación desencadenante, la B a los pensamientos o atribuciones que hacemos de
lo que ha ocurrido, y la C se refiere a las emociones que experimentamos después de esta
situación y sobre todo después de los pensamientos que tenemos acerca de ella. Hoy vamos a ver
algunos ejemplos prácticos de cómo pueden cambiar las emociones que experimentamos,
cambiando la B, es decir, cambiando las atribuciones que hacemos acerca de lo ocurrido.
Hay un atajo que puede ser muy útil en muchas situaciones diferentes, que suele ser cierto
la mayoría de las veces, y en las que no lo es, también puede evitarnos bastantes
disgustos y algún que otro conflicto. Es lo que se conoce como la navaja de Hanlon
o principio de Hanlon, y dice así: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado
por la estupidez». El origen de este principio no es académico,
no es que haya una pila de estudios que lo respalden, para nada, su origen es humorístico;
parece ser que esta cita apareció por primera vez en un libro sobre la ley de Murphy), pero
no sabéis la de situaciones que puede llegar a explicar y sobre todo la de conflictos que
puede llegar a evitar. Y es que muchas veces nos ofendemos por reacciones o por comentarios
de los demás, que pensamos que han hecho con mala idea, cuando muchas muchas veces
no son más que el resultado de una metida de pata o una falta de habilidad. Algunas
veces puede haber sido con la mejor de las intenciones y en otras muchas quizá la cosa
no fuera con nosotros, pero nos lo acabamos tomando como algo personal.
Este simple razonamiento nos ahorraría muchos conflictos y disgustos entre padres e hijos,
nueras y suegras, con nuestra pareja o con compañeros de trabajo. Ahora pondremos algunos
ejemplos, pero es que pensarlo un poco. Supongamos que me equivoco. Que no es así, lo que me
ofende realmente no es producto de un malentendido o de un “no saber hacer las cosas mejor”,
sino que ha sido un acto o comentario que ha ido directamente a hacernos daño... ¿qué
ganamos enfandándonos? ¿No será mejor para nosotros aprender a tomarnos las cosas con
un poco de humor y dedicarle menos energía mental a un comentario que solo pretende hacernos
daño? De hecho, si al final el objetivo de la otra persona era herirnos, si aprendemos
a reírnos y rápido cambiar a otra cosa, no le estaríamos concediendo el tanto de
herirnos. Si lo pensáis un poco, es fácil ver este
principio en acción en situaciones que nos resultan incómodas, como por ejemplo cuando
tenemos que hablar con una persona que ha tenido una ruptura con su pareja, que le han
diagnosticado una enfermedad, que ha sufrido un aborto o que acaba de perder a un ser querido.
Son situaciones que no estamos acostumbrados a manejar y a veces nos sorprendemos a nosotros
mismos diciendo alguna barbaridad y pensando “tierra trágame”. ¿Por qué decimos
estupideces tan gordas en situaciones tan poco apropiadas? Pues podemos resumirlo siguiendo
al supuesto Hanlon como “simple estupidez” o podemos pensar que los nervios nos han jugado
una mala pasada, una falta de habilidad, o lo que sea. El caso es que obviamente no teníamos
una mala intención cuando hicimos ese comentario tan poco afortunado.
Ahora, démosle la vuelta. Cuando nuestra pareja o nuestros hijos nos sacan de nuestras
casillas, habitualmente no tienen el malévolo objetivo de hacernos pasar un mal rato, probablemente
solo necesitan que les atendamos un momento, cuando quizá a nosotros no nos viene bien.
O probablemente ese comentario de nuestro padre o nuestra suegra no sea con mala intención,
sino que simplemente al pobre hombre o a la pobre mujer no se le ha ocurrido nada mejor
que decir y ha metido la pata hasta el fondo... En fin, que la próxima vez que notéis que
os estáis cabreando por una situación parecida a las que hemos estado viendo, aplicad este
principio y daos cuenta de cómo cambia la experiencia si en lugar de atribuir la motivación
a la mala leche del que tenéis en frente, lo atribuís a la “estupidez” o dicho
en palabras más amables, a una metida de pata o a la falta de habilidad.
Y hasta aquí, otra píldora de psicología, si os ha gustado tenéis muchos más vídeos
y artículos en el canal de YouTube y en albertosoler.es. Y en todas las librerías nuestro libro “Hijos
y Padres Felices”. ¡Un saludo!