Part (3)
Y desde luego no hicieron ninguna de estas cosas terribles, y todo se limpió y se guardó a la velocidad del rayo, mientras el hobbit daba vueltas y más vueltas en medio de la cocina intentando ver qué hacían. Al fin regresaron, y encontraron a Thorin con los pies en el guardafuego fumándose una pipa. Estaba haciendo unos enormes anillos de humo, y dondequiera que le dijera a uno que fuese, allí iba — chimenea arriba, o detrás del reloj sobre la repisa, o bajo la mesa, o girando y girando en el techo—, pero dondequiera que fuesen no eran bastante rápidos para escapar a Gandalf. ¡Pop! De la pipa de barro de Gandalf subía en seguida un anillo más pequeño que atravesaba el último anillo de Thorin. Luego el anillo de Gandalf tomaba un color verde, y bajaba a flotar sobre la cabeza del mago. Tenía ya toda una nube alrededor, y a la luz indistinta parecía una figura extraña y fantasmagórica. Bilbo permanecía inmóvil y observaba —le encantaban los anillos de humo— y se sonrojó al recordar qué orgulloso había estado de los anillos que en la mañana anterior lanzara al viento sobre La Colina. —¡Ahora un poco de música! —dijo Thorin—. ¡Sacad los instrumentos! Kili y Fíli se apresuraron a buscar las bolsas y trajeron unos pequeños violines; Dori, Nori y Ori sacaron unas flautas de algún bolsillo de los capotes; Bombur tamborileó desde el vestíbulo; Bifur y Bofur salieron también, y volvieron con unos clarinetes que habían dejado entre los bastones. Dwalin y Balin dijeron: —¡Disculpadme, dejé el mío en el porche! —Y Thorin dijo: —¡Trae el mío también! —Regresaron con unas violas tan grandes como ellos mismos, y con el arpa de Thorin envuelta en una tela verde. Era una hermosa arpa dorada, y cuando Thorin 9
la rasgueó, los otros enanos empezaron juntos a tocar una música, tan súbita y dulcemente que Bilbo olvidó todo lo demás, y fue transportado a unas tierras distantes y oscuras, bajo lunas extrañas, lejos de Delagua y muy lejos del agujero—hobbit bajo La Colina. La oscuridad penetró en la habitación por el ventanuco que se abría en la ladera de La Colina; el fuego parpadeaba —era abril— y aún seguían tocando, mientras la sombra de la barba de Gandalf danzaba contra la pared. La oscuridad invadió toda la habitación, y el fuego se extinguió y las sombras se borraron; y todavía seguían tocando. Y de pronto, uno primero y luego otro, mientras tocaban, entonaron el canto grave que antaño cantaran los enanos, en lo más hondo de las viejas moradas, y estas líneas son como un fragmento de esa canción, aunque no hay comparación posible sin la música. Más allá de las frías y brumosas montañas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas, en busca del metal amarillo encantado, hemos de ir, antes que el día nazca. Los enanos echaban hechizos poderosos mientras las mazas tañían como campanas, en simas donde duermen criaturas sombrías, en salas huecas bajo las montañas. Para el antiguo rey y el señor de los Elfos los enanos labraban martilleando un tesoro dorado, y la luz atrapaban y en gemas la escondían en la espada. En collares de plata ponían y engarzaban estrellas florecientes, el fuego del dragón colgaban en coronas, en metal retorcido entretejían la luz de la luna y del sol. Más allá de las frías y brumosas montañas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas 10
a reclamar el oro hace tiempo olvidado, hemos de ir, antes que el día nazca. Allí para ellos mismos labraban las vasijas y las arpas de oro; pasaban mucho tiempo donde otros no cavaban; y allí muchas canciones cantaron que los hombres o los Elfos no oyeron. Los vientos ululaban en medio de la noche, y los pinos rugían en la cima. El fuego era rojo, y llameaba extendiéndose, los árboles como antorchas de luz resplandecían. Las campanas tocaban en el valle, y hombres de cara pálida observaban el cielo, la ira del dragón, más violenta que el fuego, derribaba las torres y las casas. La montaña humeaba a la luz de la luna; los enanos oyeron los pasos del destino, huyeron y cayeron y fueron a morir a los pies del palacio, a la luz de la luna. Más allá de las hoscas y brumosas montañas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas a quitarle nuestro oro y las arpas, ¡hemos de ir, antes que el día nazca! Mientras cantaban, el hobbit sintió dentro de él el amor de las cosas hermosas hechas a mano con ingenio y magia; un amor fiero y celoso, el deseo de los corazones de los enanos. Entonces algo de los Tuk renació en él: deseó salir y ver las montañas enormes, y oír los pinos y las cascadas, y explorar las cavernas, y llevar una espada en vez de un bastón. Miró por la ventana. Las estrellas asomaban fuera en el cielo oscuro, sobre los árboles. Pensó en las joyas de los 11
enanos que brillaban en las cavernas tenebrosas. De repente, en el bosque de más allá de Delagua se alzó un fuego, —quizá alguien encendía una hoguera— y pensó en dragones devastadores que invadían la pacífica Colina envolviendo todo en llamas. Se estremeció; y en seguida volvió a ser el sencillo señor Bolsón, de Bolsón Cerrado, Sotomonte otra vez. Se incorporó temblando. Tenía muy pocas ganas de traer la lámpara, y apenas un poco más de pretender que iba a buscarla y marcharse y esconderse luego en la bodega detrás de los barriles de cerveza y no salir más hasta que los enanos se fueran. De pronto advirtió que la música y el canto habían cesado y que todos lo miraban con ojos brillantes en la oscuridad. —¿Adónde vas? —le preguntó Thorin, en un tono que parecía querer mostrar que adivinaba los pensamientos contradictorios del hobbit. —¿Qué os parece un poco de luz? —dijo Bilbo disculpándose. —Nos gusta la oscuridad —dijeron todos los enanos—. ¡Oscuridad para asuntos oscuros! Faltan aún muchas horas hasta el alba. —¡Por supuesto! —dijo Bilbo, y volvió a sentarse a toda prisa. No le acertó al taburete y se sentó en cambio en el guardafuegos, derribando con estrépito el atizador y la pala. —¡Silencio! —dijo Gandalf—. ¡Que hable Thorin! —Y así fue como Thorin empezó. —¡Gandalf, enanos y señor Bolsón! Nos hemos reunido en casa de nuestro amigo y compañero conspirador, este hobbit de lo más excelente y audaz. ¡Que nunca se le caiga el pelo de los pies! ¡Toda nuestra alabanza al vino y la cerveza de la región! —Se detuvo a tomar un respiro y a esperar una cortés observación del hobbit, pero al pobre Bilbo se le habían agotado las cortesías, y movía la boca tratando de protestar porque lo habían llamado audaz, y peor que eso, compañero conspirador aunque no emitió ningún sonido; se sentía de veras estupefacto. De modo que Thorin continuó: —Nos hemos reunido aquí para discutir nuestros planes, medios, política y recursos. Emprenderemos ese largo viaje poco antes que rompa el día, un viaje que para algunos de nosotros, o quizá para todos (excepto para nuestro amigo y consejero, el ingenioso mago Gandalf) quizá sea un viaje sin retorno. Este es un momento solemne. Nuestro objetivo, supongo, todos lo conocemos bien. Para el estimable señor Bolsón, y quizá para uno o dos de los enanos más jóvenes (creo que acertaría si nombrara a Kili y a Fíli, por. Ejemplo), la situación exacta y actual podría necesitar de una breve explicación... Esté era el estilo de Thorin. Era un enano importante. Si se lo hubieran permitido, quizá habría seguido así hasta quedarse sin aliento, sin dejar de decir a cada uno algo ya sabido. Pero lo interrumpieron de mal modo. El pobre Bilbo no pudo soportarlo más. Cuando oyó quizá sea un viaje sin retomo empezó a sentir que un chillido le subía desde dentro, y muy pronto estalló como el silbido de una locomotora a la salida de un túnel. Todos los enanos se pusieron en pie de un salto derribando la mesa. Gandalf golpeó el extremo de la vara mágica que emitió una luz azul, y en el resplandor se pudo ver al pobre hobbit de rodillas sobre la 12
alfombra junto al hogar, temblando como una gelatina que se derrite. En seguida cayó de bruces al suelo, y se puso a gritar: —¡Alcanzado por un rayo, alcanzado por un rayo! —una y otra vez, y eso fue todo lo que pudieron sacarle durante largo tiempo. Así que lo levantaron y lo tumbaron en un sofá de la sala, con un trago a mano, y volvieron a sus oscuros asuntos. —Excitable el compañerito —dijo Gandalf, mientras se sentaban de nuevo—. Tiene extraños y graciosos ataques, pero es uno de los mejores: tan fiero como un dragón en apuros. Si habéis visto alguna vez un dragón en apuros, comprenderéis que esto sólo podía ser una exageración poética aplicada a cualquier, hobbit, aun a Toro Bramador, el tío bisabuelo del Viejo Tuk, tan enorme (como hobbit) que hasta podía montar a caballo. En la batalla de los Campos Verdes había cargado contra las filas de trasgos del Monte Gram, y blandiendo una porra de madera le arrancó de cuajo la cabeza al rey Golfimbul. La cabeza salió disparada unas cien yardas por el aire y fue a dar a la madriguera de un conejo, y de esta forma, y a la vez, se ganó la batalla y se inventó el juego de golf. Mientras tanto, sin embargo, el más gentil descendiente de Toro Bramador volvía a la vida en la sala de estar. Al cabo de un rato y luego de un trago se arrastró nervioso hacia la puerta. Esto fue lo que oyó; hablaba Glóin: —¡Hum! —o un bufido semejante—. ¿Creéis que servirá? Está muy bien que Gandalf diga que este hobbit es fiero, pero un chillido como ése en un momento de excitación bastaría para despertar al dragón y al resto de la parentela, y matamos a todos. ¡Creo que sonaba más a miedo que a excitación! En verdad, si no fuese por la señal en la puerta, juraría que habíamos venido a una casa equivocada. Tan pronto como eché una ojeada a ese pequeñajo que se sacudía y resoplaba sobre el felpudo, tuve mis dudas. ¡Más parece un tendero que un saqueador! En ese momento el señor Bolsón abrió la puerta y entró. La vena Tuk había ganado. De pronto sintió que si se quedaba sin cama ni desayuno podría parecer realmente fiero. En cuanto al pequeñajo que se sacudía sobre el felpudo casi le hizo perder la cabeza. Más tarde, y a menudo, la parte Bolsón se lamentaría de lo que hizo entonces, y se diría: —Bilbo, fuiste un tonto; te decidiste a entrar y metiste la pata. —Perdonadme —dijo—, si por casualidad he oído lo que estabais diciendo. No pretendo entender lo que habláis, ni esa referencia a saqueadores, pero no creo equivocarme si digo que sospecháis que no sirvo —esto es lo que él llamaba no perder la dignidad—. Lo demostraré. No hay señal alguna en mi puerta, se pintó la semana anterior, y estoy seguro de que habéis venido a la casa equivocada. Desde el momento en que vi vuestras extrañas caras en el umbral tuve mis dudas. Pero considerad que es la casa correcta. Decidme lo que queréis que haga y lo intentaré, aunque tuviera que ir desde aquí hasta el Este del Este y luchar con los hombres gusanos del Ultimo Desierto. Tuve, una vez, un tío architatarabuelo, Toro Bramador Tuk, y... —Sí, sí, pero eso fue hace mucho —dijo Glóin— Estaba hablando de vos. Y os aseguro que hay una marca en esta puerta: la normal en el negocio, o la que 13
hasta hace poco era normal. Saqueador nocturno busca un buen trabajo, con mucha Excitación y Remuneración razonable, así es como todo el mundo la entiende. Podéis decir Buscador Experto de Tesoros en vez de saqueador si lo preferís. Algunos lo hacen. Para nosotros es lo mismo. Gandalf nos dijo que había un hombre de esas características por estos lugares, que buscaba un trabajo inmediato, y que habían concertado una cita este miércoles, aquí y a la hora del té.