El primero de los tres espíritus 4
"Importa poco", dijo en voz baja. "Para ti, muy poco. Otro ídolo me ha desplazado; y, si puede alegrarte y consolarte en el futuro como yo hubiera tratado de hacer, no tengo una razón justa para llorar".
"¿Qué ídolo te ha desplazado? ", replicó él.
"Uno de oro".
"¡Pero si es la actividad más imparcial del mundo! ", dijo él. "Nada hay peor que la pobreza y no hay por que condenar con tal severidad la búsqueda de la riqueza".
"Tienes demasiado miedo al mundo", dijo ella dulcemente. "Todas las demás ilusiones las has sepultado con la ilusión de quedar fuera del alcance de los sórdidos reproches del mundo. He visto sucumbir, una tras otra, tus más nobles aspiraciones hasta quedar devorado por la pasión principal, el Lucro. ¿No es cierto? ".
"¿Y qué? ", replicó él. "¿Y qué si ahora soy mucho más listo?. Contigo nada ha cambiado".
Ella negó con la cabeza.
"¿En que he cambiado? ', preguntó él.
"Nuestro compromiso fue hace tiempo. Se hizo cuando ambos éramos pobres y conformes con serlo hasta que, con mejores tiempos, pudiéramos mejorar de fortuna con paciente labor. Tú eres lo que ha cambiado. Cuando nos comprometimos eras otro hombre.
"Era un muchacho", dijo él con impaciencia.
"Tu propio sentido lo dice que no eres el mismo", replicó ella. "Yo sí. Aquella que prometió felicidad cuando no éramos más que un solo corazón, está abrumada por el dolor ahora que somos dos. No sabes cuán a menudo y con qué profundidad lo he pensado. Me basta con haberlo tenido que pensar para que te libere de tu compromiso".
"¿Acaso te lo he pedido? ".
"Con palabras, no. Nunca".
"Entonces, ¿cómo? ".
"Con una naturaleza cambiada, con un espíritu alterado, otra atmósfera vital, otra Ilusión como gran meta. Con todo aquello que había hecho mi amor valioso a tus ojos. Si entre nosotros no hubiera existido esto", dijo la joven mirándole dulcemente pero con fijeza, "contéstame, ¿me habrías buscado y habrías intentado conquistarme? ¡Ah, no! ".
El, sin poderlo evitar, pareció rendirse a la justicia de sus suposiciones. Pero hizo un esfuerzo para decir: "No pienses así".
"Con mucho gusto pensaría de otro modo si pudiera", respondió, "¡bien lo sabe Dios! Tras haber constatado una verdad como ésta, sé lo fuerte e irresistible que debe ser. Pero si hoy, mañana, ayer, estuvieses libre de compromisos, ¿podría yo creerme que ibas a elegir a una chica sin dote -tú, que todo lo mides por el rasero del Lucro? O si la eligieses, traicionando tus propios principios, sé que pronto te arrepentirías y lo lamentarías. Por eso te devuelvo tu libertad. De todo corazón, por el amor de aquel que fuiste un día".
Él estaba a punto de decir algo, pero ella prosiguió apartando su mirada:
"Es posible que te duela, casi lo deseo en memoria de nuestro pasado. Transcurriría un tiempo muy, muy corto y lo olvidarás todo, gustosamente, como si te despertases a tiempo de un sueño improductivo. ¡Que seas feliz con la vida que has elegido! ".
Ella le dejó y se separaron.
"¡Espíritu, no quiero ver más! ", dijo Scrooge. Llévame a casa. ¿Por qué te complaces torturándome? ".
"¡Sólo una imagen más! ", exclamó el fantasma.
"¡Ni una más! ", gritó Scrooge. "¡Basta! ¡No quiero verlo! ¡No me muestres más! "
Pero el implacable fantasma le aprisionó entre sus brazos y le obligó a observar lo que sucedió a continuación.
Era otra escena y otro lugar: una habitación no muy grande ni elegante, pero llena de confort. Junto a la chimenea invernal se hallaba sentada una bella joven tan parecida a la anterior que Scrooge creyó que era la misma hasta que la vió a ella, ahora matrona atractiva, sentada frente a su hija. En aquella estancia el ruido era completo tumulto pues había más niños allí de los que Scrooge, con su agitado estado mental, podía contar. Y, al contrario que en el celebrado rebaño del poema, no se trataba de cuarenta niños comportándose como uno solo, sino que cada uno de los niños se comportaba como cuarenta. Las consecuencias eran tumultuosas hasta extremos increíbles, pero no parecía importarle a nadie; por el contrario, la madre y la hija se reían con todas las ganas y lo disfrutaban. La hija pronto se incorporó a los juegos y fue asaltada por los jóvenes bribones de la manera más despiadada. ¡Lo que yo habría dado por ser uno de ellos! ¡Claro que yo nunca habría sido tan bruto, no, no! Por nada del mundo habría despachurrado aquel cabello trenzado ni le habría arrancado de un tirón el precioso zapatito. ¡De ninguna manera! Lo que sí habría hecho, como hizo aquella intrépida y joven nidada, es tantear su cintura jugando; me habría gustado que, como castigo, mi brazo hubiera crecido en torno a su cintura y nunca pudiera volver a enderezarse. Y también me habrá encantado tocar sus labios y haberle hecho preguntas para que los abriese; haber mirado las pestañas de sus ojos bajos sin provocar un rubor; haber soltado las ondas de su pelo y conservar un mechón como recuerdo de valor incalculable; en suma: me habría gustado, lo confieso, haberme tomado las libertades de un niño siendo un hombre capaz de conocer su valor.
Pero ahora se escuchó una llamada en la puerta, inmediatamente seguida de tales carreras que ella, con un rostro risueño y el vestido arrebatado, fue arrastrada hacia el centro de un acalorado y turbulento grupo justo a tiempo para saludar al padre que llegaba al hogar, auxiliado por un hombre cargado de juguetes navideños y regalos. Luego todo fue vocear, luchar y asaltar violentamente al indefenso porteador. Le escalaron con sillas, bucearon en sus bolsillos, le expoliaron los paquetes envueltos en papel marrón, le sujetaron por la corbata, se le colgaron del cuello, aporrearon su espalda, y le dieron patadas en las piernas con un amor irreprimible. ¡Las exclamaciones de admiración y contento que siguieron a cada apertura de paquete! ¡La terrible noticia de que habían sorprendido al bebé en el momento de llevarse a la boca una sartén de juguete, y se sospechaba con mucho fundamento que se había tragado un pavo pegado a una planchita de madera! ¡El alivio inmenso al descubrir que era una falsa alarma! ¡El gozo, la gratitud, el éxtasis! No es posible describirlos. Baste decir que, por orden de gradación, los niños y sus emociones salieron del salón y, de uno en uno, se fueron por una escalera a la parte más alta de la casa; allí se metieron en la cama y, por consiguiente, se apaciguaron.
Y ahora Scrooge miró con mayor atención que nunca, cuando el señor de la casa, con su hija cariñosamente apoyada en él, se sentó con ella y con la madre en su sitio junto al fuego. A Scrooge se le nubló la vista cuando pensó que una criatura tan grácil y llena de promesas como aquella podría haberle llamado "padre" y ser una primavera en el macilento invierno de su vida.
"Belle", dijo el marido volviéndose sonriente hacia su mujer, "esta tarde he visto a un viejo amigo tuyo".
"¿Quién era? ".
"No sé... ¡Ya lo sé! ", añadió de un tirón, riendo sin parar. "El señor Scrooge".
"Era el señor Scrooge. Pasé por delante de su despacho y como tenía encendida la luz, casi no pude evitar el verle. He oído decir que su socio se está muriendo y allí estaba él solo, sentado. Solo en la vida, creo yo".
"¡Espíritu! ", dijo Scrooge con la voz quebrada, "sácame de aquí".
"Te he dicho que éstas eran sombras de las cosas que han sido", dijo el fantasma. "Son lo que son ¡No me eches la culpa! "
"¡Sácame! ", exclamó Scrooge. "¡No lo resisto! ".
Se giró hacia el fantasma y viendo que le contemplaba con un rostro en el que, de cierto modo extraño, había fragmentos de todos los rostros que le había mostrado, forcejeó con él.
"¡Déjame! ¡Llévame de vuelta! ¡No sigas hechizándome! ".
En el forcejeo, si se puede llamar forcejeo aunque el fantasma, sin resistencia notoria por su parte, no parecía afectado por los esfuerzos de su adversario, Scrooge observó que su luz era intensa y brillante; vagamente asoció este hecho con el influjo que sobre él ejercía, y agarró el gorro apagador y, con un movimiento repentino, se lo incrustó en la cabeza.
El espíritu cayó debajo, de manera que el apagador lo cubrió totalmente. Pero aunque Scrooge lo presionaba con todas sus fuerzas, no pudo apagar la luz, que salía por debajo en chorro uniforme sobre el suelo.
Se sentía agotado y vencido por un irresistible sopor; también se dio cuenta de que estaba en su propio dormitorio. Dio un último empujón al gorro y su mano se relajó; apenas tuvo tiempo de llegar tambaleante a la cama antes de hundirse en un sueño profundo.