¿Por qué los humanos desarrollamos conciencia?
¿Tu perro tiene conciencia? ¿Y un pez? ¿Qué tal una hormiga? ¿Una bacteria? ¿Una piedra?
Lo que seguro sí tien es claro es que tú eres consciente de tu propia existencia y,
aparentemente, los demás seres humanos también. Pero ¿por qué? ¿Es algo que evolucionó
con nuestra especie y tiene alguna ventaja, o simplemente es algo que nos “fue dado”?
¿Por qué los humanos desarrollamos conciencia?
Esta pregunta la formuló la mente curiosa –y consciente– de Fabiola Díaz, quien
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¿Qué es la conciencia? Filósofos, psicólogos, teólogos y otros pensadores no se han puesto
de acuerdo: ¿Conciencia es lo mismo que “mente” o es sólo un aspecto de la mente? ¿Es más
bien el “yo”, la esencia del ser, algo así como el alma? ¿O se trata de la capacidad
de darnos cuenta de nuestra propia existencia? Quizá el aspecto más fundamental de la conciencia,
el que condensa los demás aspectos, y al mismo tiempo el más misterioso, es la capacidad
de tener experiencias subjetivas. Piénsalo: cuando un ser reacciona ante un estímulo
externo ¿se mueve simplemente como un mecanismo automático o hay ahí un “alguien” que
experimenta “qualia”, o sea colores, temperatura, dolor o placer y que, consecuentemente, se
percibe a sí mismo? Históricamente ha habido dos maneras básicas
de abordar el tema de la conciencia: la dualista y la materialista.
Quizá hayas pensado esto alguna vez: sabes que el mecanismo del ojo es como una cámara
que proyecta una imagen invertida en tu retina. Los conos y bastones convierten la luz en
señales que viajan por el nervio óptico y llegan al cerebro donde se decodifican y
se interpretan como una imagen “al derecho” que viene del exterior. Pero ¿Quién “voltea”
e interpreta la imagen? ¿Hay otra personita ahí dentro, un homúnculo, viendo las imágenes,
sintiendo y pensando, una esencia tuya? Los dualistas piensan que es así: por un lado
está la parte material de tu cuerpo y por otro la parte inmaterial y consciente, el
alma. Esta idea viene desde los platónicos: la mente perfecta, el alma intemporal, se
encuentra encajonada, prisionera del cuerpo mortal. Incluso pensaban que en el cuerpo,
la cabeza, sede del intelecto, era la parte más divina y el resto del cuerpo un mero
vehículo. Las partes más bajas eran las más viles.
La escuela materialista dice que no existe esa esencia separada del cuerpo: si existe
una conciencia, esta es producto de la materia. Se puede decir que la materia es una “propiedad
emergente” surgida de la organización física, química y biológica de la materia. Dentro
de esta escuela, una corriente dice que la conciencia es un mero efecto secundario de
la evolución, y otra corriente afirma incluso que la conciencia es una ilusión. Sea como sea,
el hecho es que la tenemos y sigue siendo un tema muy discutido cómo y por qué surgió.
Algunos autores dicen que surgió con la cultura; otros, desde que existe la humanidad; otros
dicen que desde que aparecieron los mamíferos y otros más que desde antes e incluyen también
a las aves y los cefalópodos como seres conscientes. Se han hecho pruebas en donde a un animal
se le pone una marca donde no la puede ver y se coloca frente a él un espejo: si el
animal, en vez de actuar como si se hubiera encontrado con otro animal, se toca la marca
en su propio cuerpo, se considera una evidencia de que es consciente de sí mismo. Esa prueba
la han superado primates, delfines, elefantes, pájaros y pulpos, así que, por lo menos
en ese aspecto, parece que los seres humanos no somos los únicos seres conscientes. Pero
¿serán conscientes también los insectos, las plantas, o incluso seres artificiales?
Existe una corriente de pensamiento llamada “panpsiquismo”, que afirma que no sólo
los seres vivos tienen conciencia, sino que todo la tiene: incluso minerales, objetos
artificiales y hasta las partículas subatómicas. La piedrita en tus frijoles y la cuchara con
la que te los comes tienen cierto tipo de conciencia, pero serían formas de conciencia
tan diferentes a la humana que no las podemos reconocer.
El neurocientífico Giulio Tonioni propuso una manera diferente de entender la conciencia:
la llamada Teoría de la Información Integral. Ella dice que la conciencia depende del sustrato
material, pero no se reduce a lo material. Cualquier sistema que posea la más mínima
cantidad de información integrada experimenta algo. Con información integrada se refiere
a que no sean simples datos sueltos sino que el estado de cada parte esté vinculado con
el de las demás partes y con el sistema en su conjunto. En el cerebro humano, por ejemplo,
hay redes que comunican cada neurona con las demás creando patrones complejos e interdependientes.
Cada patrón posible es un estado del sistema, correlacionado con una percepción, una sensación,
una emoción, un pensamiento, un recuerdo, etcétera: los “qualia”, que Tonioni representa
con patrones geométricos. Para ser consciente, entonces, necesitas ser
una entidad singular con un repertorio grande de estados altamente diferenciados. Un cerebro
vivo y despierto es consciente, mientras que el mismo cerebro, licuado, no lo es. Tonioni
incluso propuso una manera de calcular el grado de conciencia de un sistema y medirlo
mediante una variable llamada phi. Una libélula tendría un phi más alto que una calculadora,
tu perro tiene un phi más alto que los geranios de tu mamá y tú tendrías un phi más alto
que tu perro (o eso esperamos). Ahora bien, la conciencia propiamente humana,
con su alto grado de complejidad, capaz de de contar historias, de reírse de chistes;
capaz de compadecerse de sus semejantes, de sufrir por cosas que aún no han pasado y
de preguntarse por el sentido de la vida y por la conciencia misma ¿cómo surgió?
El doctor Boris Kotchoubey propone que para que surgiera la conciencia humana, tal y como
la conocemos, tuvo que haber una condición ya presente en nuestros ancestros los animales
no-humanos: las conductas anticipatorias: es decir, la capacidad que tienen muchos seres
vivos de actuar anticipando un resultado: un zorro que espera fuera de la madriguera
del conejo esperando a que salga su presa, o el loro que canta una canción para recibir
un premio expresan conductas anticipatorias. Algunas conductas anticipatorias están fuertemente
atadas a un instinto y no se pueden cambiar, pero otras son aprendidas y permiten la formación
de posibles escenarios futuros. Estas son las que son especialmente valiosas para la
formación de la conciencia. Sobre la base de las conductas anticipatorias
se construyen tres componentes, también presentes en los animales, que son precursores de la
conciencia humana. El primer componente es la comunicación.
La presencia de un lenguaje simbólico propicia la formación de un “mundo virtual” en
el que las cosas, animales, personas y, sobre todo, uno mismo, son sustituidas por representaciones.
Esta “segunda realidad” no es falsa, al contrario, esas representaciones son capaces
de incidir en las conductas de uno mismo y los demás.
El segundo componente es el uso de herramientas. Eso supone una interacción indirecta con
el entorno, lo cual permite hacer una distinción entre el objeto y el yo, gracias a la mediación
de la herramienta. Cuando un cuervo ajusta el tamaño de una rama para alcanzar un alimento
escondido está haciendo algo diferente que un animal que intenta alcanzar el objeto directamente,
está definiendo su “yo”: “yo hago”. El tercer componente es el juego. Jugar es
hacer acciones que no tienen consecuencias prácticas directas: un tigrillo que juega
a cazar no obtendrá un alimento y tampoco se pone en peligro. Jugar se hace por diversión
pero sí cumple una función a largo plazo: es una especie de entrenamiento. Esta realidad
del juego también es una especie de “segunda realidad” que sienta las bases para la conciencia.
Además, para experimentar la diversión del juego se requiere que haya un yo que se sienta
recompensado aunque no haya consecuencias reales.
Estos tres componentes están muy desarrollados en los seres humanos, e interactúan entre
ellos de manera especial, lo que hace que nuestra conciencia sea única en el reino
animal. Pero ¿por qué nosotros, de entre todas las especies, logramos esta combinación?
Por la manera en la que evolucionó nuestro cuerpo.
En su libro “Wanderlust: una historia del caminar”, la autora Rebecca Solnit consigna
cómo “se suele considerar que aquello que distingue al ser humano del resto de los animales
en la conciencia, pero el cuerpo humano también es distinto a cualquier otra cosa que haya
habido jamás sobre la Tierra y, en cierta forma, el cuerpo humano ha moldeado la conciencia”.
Ningún otro animal, aunque sea bípedo, camina como las personas. Este modo de caminar nos
permitió liberar las manos para usar y crear herramientas; y para comunicarnos, porque
nuestra primera forma de decirnos cosas fue mediante gestos. Y podemos caminar así gracias
a que nuestro cuerpo es diferente: nuestra espalda es recta y nuestra cintura flexible;
tenemos los pies arqueados y las piernas largas comparadas con las de los otros simios. Y
sobre todo, tenemos nuestro trasero: el músculo gluteus maximus es pequeño en los monos,
pero es el músculo más grande que tenemos los seres humanos y juega un papel fundamental
en ese acto de equilibrio constante que es el caminar en dos pies. Así que ya sabes:
si tienes ese atributo misterioso llamado conciencia, puedes agradecérselo… a tu
trasero. ¡Curiosamente!