La Cabecilla del Parador Episodio 24
Manuel trató de no dejarse llevar por las corrientes del mar de emociones que le invadían pero fue imposible. Justo a la hora que le tocaba levantar y cargar la caja con su compañero de trabajo, Sergio Vargas, le entraron unas náuseas tan fuertes que tuvo que poner la caja en el suelo y buscar una silla. Le temblaban las manos y las piernas y quedó prácticamente incapacitado.
Sergio se preocupó. Pensó que a Manuel le estaba dando un infarto. "Oye, Compadre. ¿Te sientes bien? " Manuel levantó la mano como diciendo que Sergio esperara un segundo.
"Me siento medio desorientado, hermano. No puedo cargar la caja. No puedo llevar esta huevada". "Mira. Podemos esperar un ratito. Todavía no nos toca poner las armas en la mesa. Esperamos un poco hasta que recuperes la respiración, ¿ya? " "p'Ta madre. No voy a llevar estas armas a la mesa para que el asesino de mierda ése le meta un cuento a todo el mundo.
Sergio: Compadre. Piensa en tu familia, huevón. Mira. Yo sé que no te sientes bien pero es cuestión nada más de llevar estas armas y ponerlas sobre la mesa y listo. No hay más. No hay problema.
Manuel: Carajo, Sergio. ¡Te dije que ni cagando!
Sergio: ¿Y qué le digo al jefe?
Manuel: ¡Que estoy mal, que estoy vomitando, cualquier huevada que quieras decirle, carajo!
Manuel se levantó de pronto y se fue caminando por el pasillo hacia la oficina donde los guardias guardaban sus cosas en sus armarios.
Sergio:
(Gritando por el pasillo)
Carajo. No seas bruto, Manuel. Te van a echar, huevón. Adiós trabajo. Adiós cheque.
Justo en ese momento Sean McDonough, el "peruano regalao", el tercer guardia de turno, un gringo que nació en Tejas pero que se había criado en el Perú y se había graduado del colegio americano, La Escuela Roosevelt en lima, se acercó: Sean: Compadre. Anda a la oficina. Yo me ocupo de esto. No te preocupes. No pasa nada.
(Manuel tenía historia con los Wilkinson y los Ríos-Monte. Manuel tenía un primo que se había metido en la lucha armada. En los años sesenta, el primo de Manuel Arias, Carlos Arias trabajaba para la Parador Wood Emporium en Aguas Calientes. En agosto del año sesenta y seis (66) dos guardaespaldas y un dectective de la T.O.P.E. llegaron a la casa de los Arias en Aguas Calientes. Manuel atendió a los hombres en la puerta y un detective, un tal Ricardo De La Valle dijo que venía para informar que Carlos Arias había sido víctima de un atraco y que la oficina de la T.O.P.E. de Aguas Calientes buscaba a sus familiares para informarles de la tragedia y también para que alguien de la familia fuera a la morgue en el centro de Aguas Calientes para verificar la identidad de la persona.
(Manuel Arias sentado en el sofá de la oficina de los guardias en la O.E.A. donde tienen sus armarios, con un pequeño sofá, una mesita con una cafetera y varios jarritos para tomar café. También hay dos sillas al lado del sofá. Manuel está con Quico Medrano, el supervisor de los guardias)
Manuel:
Están Wilkinson sabía en lo que andaba mi primo y su verdugo, De La Valle, lo mandó matar. De eso estoy seguro.
Quico:
Entonces, tu primo estaba con Camino Encendido.
Manuel:
Bueno. La vaina fue así: Era domingo, su día libre. Andaba con dos patas río adentro, pescando cuando les cayeron los Encendistas. Mi primo tenía diecisiete años; sus dos amigos igual, me imagino. Los agarraron y se los llevaron a la fuerza a las afueras de la ciudad donde se encontraban las torres eléctricas. El cabecilla les hizo dinamitar una de las tres torres a la fuerza a mi primo y a sus dos amigos.
Quico:
¿Cómo dices?
Manuel:
Eso mismo, hermano. A punta de pistola. El cabecilla le puso una pistola en la cabeza a Carlos y le dijo: "O vuelas la torre o yo te vuelo la tapa de los sesos. Tú decides, compañero". Yo sé esto porque Carlos pudo comunicarse conmigo. Cuando su tropa pasaba por el palafito de una tía, pudo dejar una notita con ella. Cuando ya habían destrozado las torres causando el apagón en la ciudad, el cabecilla les dijo a mi primo y a sus amigos que mucha gente en el pueblo los había visto con la tropa. El cabecilla de pronto les dijo a Carlos y a sus amigos, "Ustedes ya se pueden ir si quieren. Pero eso sí. No se les vaya a ocurrir que pueden regresar a sus casas. La T.O.P.E. los va a buscar y los va a encontrar y créanme; La vida de ustedes no vale ni cinco céntimos". Y claro, mi primo se quedó con el grupo. ¿Qué más iba a hacer?
Quico: Caray. Así son los países de uno.
Manuel: Dos meses después, lo capturaron a mi primo. Y pues, a mí me tocó ir a la morgue a identificarlo. Cuando me enseñaron el cadaver, ví que a mi primo le faltaban las uñas. ¡Los asesinos de mierda le sacaron las uñas! Antes de matarlo, lo torturaron. ¡Y por gusto! Carlos era un chico que no sabía nada. Por eso es que no quise cargar esas malditas armas, Jefe.
Quico: Bueno, pues. Mira. Quiero que te cambies ahorita mismo y que me esperes en el estacionamiento aquí en la calle C. Te voy a sacar de la O.E.A. por un tiempo, quizá unos seis meses. Vas a trabajar en un edificio en Rosslyn, en el Lobby. No te preocupes, hermano. Vas a seguir con el mismo horario y con el mismo pago. Sabes inglés, ¿no?
Manuel: Sí. Soy guardia, ¿no? Me la juego bastante bien con el inglés.
Quico: Perfecto. A los seis meses, la gente se olvidará de esto y te podré traer de vuelta.
Manuel: Bueno. Yo vivo cerca, en La Columbia Pike. Gracias, Jefe. Te pasaste, hermano.
Quico: Ya pues. Te espero en el estacionamiento.
(Quico era el brazo derecho, asistente personal de Chuck Backus, el presidente de la empresa, Global Services International. Global Services International tenía contrato con catorce edificios en varias partes de los edificios de negocios y de las organizaciones diplomáticas localizadas en la parte noroeste de Washington, D.C. North West. La Global Services International brindaba servicios de seguridad, de limpieza, de mensajería, de secretaría y de mantenimiento. O sea, Chuck Backus empleaba un verdadero ejército de latinoamericanos, inmigrantes ilegales. Igual que Stanley Wilkinson de la Parador Wood Emporium en el Parador o La Nestlé, la empresa suiza que tenía oficinas y fábricas en varios países de Latinoamérica, o la Shell en el Perú, etc., Chuck Backus tenía un ejército de trabajadores que ganaban un sueldo muy bajo, sin beneficios, no tenían ni seguro médico ni dental. Ganaban el sueldo mínimo legal, que en el año 1981 (mil novecientos ochenta y uno) era de tres dólares con treinta y cinco centavos ($3.35) la hora.
Fin de episodio 24