En la mente de los antivacunas: ¿por qué piensan así?
Según un informe de la OMS el Sarampión ya ha afectado en lo que llevamos de año
a más de 41.000 personas en Europa. ¿Sabéis cuántos casos hubo en todo 2016? Poco más
de 5000. Los responsables de este incremento absurdo en la incidencia de esta enfermedad
son las personas que, por diferentes motivos, deciden no vacunar a sus hijos, poniendo su
vida y la del resto de la población en riesgo.
Pero los movimientos antivacunas no han empezado
hace dos días por culpa de cuatro privilegiados inconscientes de países en los que la gente
ya no muere por culpa de enfermedades prevenibles. Estos movimientos se remontan a los tiempos
de Jenner y la primera vacuna contra la viruela. Si no sabéis quien es Jenner, se le atribuye
el ser la persona individual que más vidas ha salvado en la historia de la humanidad.
¿Cómo lo ha conseguido? Su superpoder fue desarrollar la primera vacuna. Pues ya desde
entonces, estos movimientos tuvieron el apoyo de muchas congregaciones religiosas que consideraban
la vacunación “anormal” y “reprobable” (si Dios nos envía una enfermedad, ¿quienes
somos nosotros para impedírselo?), y luego se sumaron a este apoyo algunas personas de
otros sectores como la medicina naturista, vegetarianos, veganos y las llamadas “medicinas
alternativas” (obviamente no todas las personas de estos grupos son anti vacunas, que luego
os enfadáis en los comentarios). Su estrategia poco ha cambiado desde aquella época: destacar
los defectos o los efectos secundarios de las vacunas (que en aquellos primeros momentos
eran más frecuentes, todo hay que decirlo) y negar u ocultar sus efectos positivos.
Lamentablemente a día de hoy los antivacunas tienen más éxito del que han tenido nunca;
aunque en números absolutos son muy pocos, el daño que hacen es enorme. ¿Cómo pueden
tener tanto éxito? Hay varios factores que lo explicarían:
Paradójicamente es el propio éxito de las vacunas uno de los factores que se encuentra
detrás de la extensión de estos movimientos; y es que apenas conocemos ya las enfermedades
que previenen las vacunas. No somos conscientes de que enfermedades como el sarampión, la
tos ferina o la rubéola no han desaparecido, sino que se mantienen controladas gracias
a la vacunación. Y tampoco somos conscientes de los riesgos o las secuelas que pueden producir
estas enfermedades. Otro factor es internet: los movimientos anti
vacunas han encontrado aquí un enorme altavoz: cualquiera puede decir lo que le venga en
gana sin ningún tipo de filtro más allá de la responsabilidad individual, que en esos
casos es nula. No es que los padres que deciden no vacunar no estén informados, por lo general
estos padres han leído bastante, pero no de las fuentes adecuadas, por lo que gran
parte lo que han leído es erróneo o falso. De hecho, es preocupante, pero hay estudios
que señalan que más del 50% de la población cree que toda la información que hay disponible
en internet sobre salud es fiable. Así nos va...
Habría otro factor que sería el individualismo (por no decir, directamente, egoísmo), que
lleva a algunos padres a plantearse asuntos como la vacunación pensando sólo en su hijo
y no en el conjunto de la sociedad: “YO no quiero asumir los posibles riesgos que
supone el vacunar a MI hijo”. La parte implícita de este razonamiento, es que eso lo puedes
hacer cuando tu hijo está protegido por las altas tasas de vacunación de los demás niños
que tiene a su alrededor. Así la apuesta no es tan alta. Yo no vacuno, pero la probabilidad
de contraer la enfermedad es baja. Me beneficio de la inmunidad de grupo pero no contribuyo
a ella. Pero si todos actuáramos igual, la situación sería muy diferente.
El caso es que no hay que plantearlo solo desde el punto de vista individual: al vacunar
a tus hijos, no lo haces solo por ellos, sino también por el conjunto de la sociedad, ya
que sí la mayoría vacunamos a nuestros hijos, contribuimos a proteger a las personas que
por diferentes motivos no se pueden vacunar (como personas inmunodeprimidas, embarazadas,
bebés pequeños que aún no tienen edad suficiente para vacunarse, etc).
Entonces, ¿qué lleva a un padre a no vacunar a su hijo? En última instancia, lo que lleva
a un padre a no vacunar a su hijo es una mezcla de desinformación y miedo; miedo a hacerle
daño a sus hijos por una acción suya (la vacunación) y la falta de consciencia de
los peligros que suponen las enfermedades de las que no vacunan. A los padres lo que
más nos importa es la salud y el bienestar de nuestros hijos, y la idea de que podamos
ser los causantes con nuestra decisión de un daño importante es algo que nos asusta
mucho. El pensamiento sería más o menos algo así: “si le inyecto algo a mi hijo
que le pueda hacer daño, soy yo con mi decisión, el responsable de ese daño”, y esto es
algo difícil de asumir. Pero estos padres no se dan cuenta del riesgo al que someten
a sus hijos con la otra decisión que están tomando, la de no vacunar.
Hasta ahora os he comentado los factores más generales que justifican la extensión de
estos movimientos, pero ¿cuáles son exactamente los motivos ideológicos que siguen estas
personas?, ¿cuáles son esos principios que se anteponen a la salud y al avance científico?
Para empezar, tenemos las religiones; algunas están en contra de las vacunas porque piensan
que en lugar de acudir a la medicina lo que hay que hacer es rezar mucho y confiar en
la voluntad divina. Por ejemplo, algunas comunidades amish, rechazan la vacunación porque constituye
una expresión de la modernidad. Otros grupos religiosos, por ejemplo, piensan que la vacuna
contra el virus del papilloma puede fomentar las relaciones sexuales entre los jóvenes,
por lo que (en su lógica) es mejor que mueran esos jóvenes a que mantengan relaciones sexuales
no destinadas a la procreación. Luego está otro grupo más heterogéneo y
muy numeroso, ligado a movimientos new age y otro tipo de religiones modernas, que se
dejan llevar por aquello de que “lo natural siempre es mejor”, “el cuerpo es sabio”,
etc. Piensan que las vacunas pueden ser dañinas, que las enfermedades que se pretenden prevenir
no son tan peligrosas o que ni si quiera existen; creen que es mejor sufrir enfermedades como
la tos ferina o la varicela, y obtener así una inmunidad “natural” (recordemos, natural
siempre es mejor para ellos, aunque en el caso que nos ocupa, lo “natural” puede
ser morirte). Dentro de este grupo también estarían los que piensan que no es bueno
inmunizarse de varias enfermedades a la vez, los que piensan que las vacunas sólo obedecen
a los intereses de las empresas farmacéuticas, o quienes creen que comiendo comida orgánica,
superalimentos, lavándose bien las manos o alineándose los chacras pueden evitar estas
enfermedades sin necesidad de inyectarse a saber qué compuestos peligrosos en el cuerpo...
Entonces, ¿qué podemos hacer? Pues no es una respuesta sencilla. En la Unión Europea
ya son 14 países, con la reciente incorporación de Francia e Italia, que han optado por declarar
obligatoria la vacunación en la población infantil. ¿Y qué sucede en España? Pues
es complejo; por un lado, desde un punto de vista legal, no es posible la vacunación
obligatoria salvo en casos de epidemia. No obstante, en el caso de padres que deciden
no vacunar a sus hijos la cuestión es diferente, ya que estarían haciendo un abuso de su patria
potestad, haciendo incurrir en un riesgo objetivo y prevenible al menor que tienen a su cargo.
En este sentido se podría vacunar forzosamente al menor, y hay algunas sentencias a este
respecto que lo avalan. ¿Pero tiene sentido? No hay que olvidar que los primeros movimientos
antivacunas surgieron a raíz de la obligatoriedad de vacunar a toda la población; más presión
genera más resistencia. Pero también hay datos objetivos que muestran que las campañas
de información son claramente insuficientes a la hora de concienciar a la población.
Quizá, la opción de una “oblicación flexible” por la que han optado algunos países como
Italia no fuera una mala idea: no es obligatoria la vacunación, pero sí un requisito para
acceder a escuelas y guarderías públicas o a ciertas ayudas sociales. Sería una forma
en la que el estado se aseguraría de evitar la propagación de enfermedades prevenibles
en población vulnerable y en espacios públicos. Si queréis más información sobre este tema
os dejo en los enlaces un par de libros y manual de vacunas para padres en los que podéis
encontrar mucha información fiable sobre el tema.
Y si conocéis a alguien que no vacuna a sus hijos, por favor, mandadle este vídeo
Mandadle información, vamos a intentar entre todos crear un poco más de conciencia.
Y hasta aquí, otra píldora de psicología, si os ha gustado tenéis muchos más vídeos
y artículos en el canal de YouTube y en albertosoler.es. Y en todas las librerías nuestro libro “Hijos
y Padres Felices”. ¡Un saludo!