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Niebla - Unamuno, XXIV

XXIV

Cuando salió Augusto de su entrevista con Paparrigópulos íbase diciendo: «De modo que tengo que renunciar a una de las dos o buscar una tercera. Aunque para esto del estudio psicológico bien me puede servir de tercer término, de término puramente ideal de comparación, Liduvina. Tengo, pues, tres: Eugenia, que me habla a la imaginación, a la cabeza; Rosario, que me habla al corazón, y Liduvina, mi cocinera, que me habla al estómago. Y cabeza, corazón y estómago son las tres facultades del alma que otros llaman inteligencia, sentimiento y voluntad. Se piensa con la cabeza, se siente con el corazón y se quiere con el estómago. ¡Esto es evidente! Y ahora...»

«Ahora —prosiguió pensando—, ¡una idea luminosa, luminosísima! Voy a fingir que quiero pretender de nuevo a Eugenia, voy a solicitarla de nuevo, a ver si me admite de novio, de futuro marido, claro que no más que para probarla, como un experimento psicológico y seguro como estoy de que ella me rechazará... ¡pues no faltaba más! Tiene que rechazarme. Después de lo pasado, después de lo que en nuestra última entrevista me dijo, no es posible ya que me admita. Es una mujer de palabra, creo. Mas... ¿es que las mujeres tienen palabra?, ¿es que la mujer, la Mujer, así, con letra mayúscula, la única, la que se reparte entre millones de cuerpos femeninos y más o menos hermosos —más bien más que menos—; es que la Mujer está obligada a guardar su palabra? Eso de guardar su palabra, ¿no es acaso masculino? Pero ¡no, no! Eugenia no puede admitirme; no me quiere. No me quiere y aceptó ya mi dádiva. Y si aceptó mi dádiva y la disfruta, ¿para qué va a quererme?»

«Pero... ¿y si, volviéndose atrás de lo que me dijo —pensó luego—, me dice que sí y me acepta como novio, como futuro marido? Porque hay que ponerse en todo. ¿Y si me acepta?, digo. ¡Me fastidia! ¡Me pesca con mi propio anzuelo! ¡Eso sí que sería el pescador pescado! Pero ¡no, no!, ¡no puede ser! ¿Y si es? ¡Ah! entonces no queda sino resignarse. ¿Resignarse? Sí, resignarse. Hay que saber resignarse a la buena fortuna. Y acaso la resignación a la dicha es la ciencia más difícil. ¿No nos dice Píndaro que las desgracias todas de Tántalo le provinieron de no haber podido digerir su felicidad? ¡Hay que digerir la felicidad! Y si Eugenia me dice que sí, si me acepta, entonces... ¡venció la psicología! ¡Viva la psicología! Pero ¡no, no, no! No me aceptará, no puede aceptarme, aunque sólo sea por salirse con la suya. Una mujer como Eugenia no da su brazo a torcer; la Mujer, cuando se pone frente al Hombre a ver cuál es de más tesón y constancia en sus propósitos, es capaz de todo. ¡No, no me aceptará!»

—Rosarito le espera.

Con tres palabras, preñadas de sentimientos, interrumpió Liduvina el curso de las reflexiones de su amo.

—Di, Liduvina, ¿crees tú que las mujeres sois fieles a lo que una vez hayáis dicho?, ¿sabéis guardar vuestra palabra?

—Según y conforme.

—Sí, el estribillo de tu marido. Pero contesta derechamente y no como acostumbráis hacer las mujeres, que rara vez contestáis a lo que se os pregunta, sino a lo que se os figuraba que se os iba a preguntar.

—Y ¿qué es lo que usted quiso preguntarme?

—Que si vosotras las mujeres guardáis una palabra que hubiéseis dado.

—Según la palabra.

—¿Cómo según la palabra?

—Pues claro está. Unas palabras se dan para guardarlas y otras para no guardarlas. Ya nadie se engaña, porque es valor entendido...

—Bueno, bueno, di a Rosario que entre.

Y cuando Rosario entró preguntóle Augusto:

—Di Rosario, ¿qué crees tú, que una mujer debe guardar la palabra que dio o que no debe guardarla?

—No recuerdo haberle dado a usted palabra alguna...

—No se trata de eso, sino de si debe o no una mujer guardar la palabra que dio...

—Ah, sí, lo dice usted por la otra... por esa mujer...

—Por lo que lo diga; ¿qué crees tú?

—Pues yo no entiendo de esas cosas...

—¡No importa!

—Bueno, ya que usted se empeña, le diré que lo mejor es no dar palabra alguna.

—¿Y si se ha dado?

—No haberlo hecho.

«Está visto —se dijo Augusto— que a esta mozuela no la saco de ahí. Pero ya que está aquí, voy a poner en juego la psicología, a llevar a cabo un experimento.»

—¡Ven acá, siéntate aquí! —y le ofreció sus rodillas.

La muchacha obedeció tranquilamente y sin inmutarse, como a cosa acordada y prevista. Augusto en cambio quedóse confuso y sin saber por dónde empezar su experiencia psicológica. Y como no sabía qué decir, pues... hacía. Apretaba a Rosario contra su pecho anhelante y le cubría la cara de besos, diciéndose entre tanto: «Me parece que voy a perder la sangre fría necesaria para la investigación psicológica.» Hasta que de pronto se detuvo, pareció calmarse, apartó a Rosario algo de sí y la dijo de repente:

—Pero ¿no sabes que quiero a otra mujer?

Rosario se calló, mirándole fijamente y encogiéndose de hombros.

—Pero ¿no lo sabes? —repitió él.

—¿Y a mí qué me importa eso ahora...?

—¿Cómo que no te importa?

—¡Ahora, no! Ahora me quiere usted a mí, me parece.

—Y a mí también me parece, pero...

Y entonces ocurrió algo insólito, algo que no entraba en las previsiones de Augusto, en su programa de experiencia psicológica sobre la Mujer, y es que Rosario, bruscamente, le enlazó los brazos al cuello y empezó a besarle. Apenas si el pobre hombre tuvo tiempo para pensar: «Ahora soy yo el experimentado; esta mozuela está haciendo estudios de psicología masculina.» Y sin darse cuenta de lo que hacía sorprendióse acariciando con las temblorosas manos las pantorrillas de Rosario.

Levantóse de pronto Augusto, levantó luego en vilo a Rosario y la echó en el sofá. Ella se dejaba hacer, con el rostro encendido. Y él, teniéndola sujeta de los brazos con sus dos manos, se le quedó mirando a los ojos.

—¡No los cierres, Rosario, no los cierres, por Dios! Ábrelos. Así, así, cada vez más. Déjame que me vea en ellos, tan chiquitito...

Y al verse a sí mismo en aquellos ojos como en un espejo vivo, sintió que la primera exaltación se le iba templando.

—Déjame que me vea en ellos como en un espejo, que me vea tan chiquitito... Sólo así llegaré a conocerme... viéndome en ojos de mujer...

Y el espejo le miraba de un modo extraño. Rosario pensaba: «Este hombre no me parece como los demás; debe de estar loco.»

Apartóse de pronto de ella Augusto, se miró a sí mismo, y luego se palpó, exclamando al cabo:

—Y ahora, Rosario, perdóname.

—¿Perdonarle?, ¿por qué?

Y había en la voz de la pobre Rosario más miedo que otro sentimiento alguno. Sentía deseos de huir, porque ella se decía: «Cuando uno empieza a decir o hacer incongruencias no sé adónde va a parar. Este hombre sería capaz de matarme en un arrebato de locura.» Y le brotaron unas lágrimas.

—¿Lo ves? —le dijo Augusto—, ¿lo ves? Sí, perdóname, Rosarito, perdóname; no sabía lo que me hacía.

Y ella pensó: «Lo que no sabe es lo que no se hace.»

—Y ahora, ¡vete, vete!

—¿Me echa usted?

—No, me defiendo. ¡No te echo, no! ¡Dios me libre! Si quieres me iré yo y te quedas aquí tú, para que veas que no te echo.

«Decididamente, no está bueno», pensó ella y sintió lástima de él.

—Vete, vete, y no me olvides, ¿eh? —le cogió de la barbilla, acariciándosela—. No me olvides, no olvides al pobre Augusto.

La abrazó y la dio un largo y apretado beso en la boca. Al salir la muchacha le dirigió una mirada llena de un misterioso miedo. Y apenas ella salió, pensó para sí Augusto: «Me desprecia, indudablemente me desprecia; he estado ridículo, ridículo, ridículo... Pero ¿qué sabe ella, pobrecita, de estas cosas? ¿Qué sabe ella de psicología?»

Si el pobre Augusto hubiese podido entonces leer en el espíritu de Rosario habríase desesperado más. Porque la ingenua mozuela iba pensando: «Cualquier día vuelvo a darme yo un rato así a beneficio de la otra prójima...»

Íbale volviendo la exaltación a Augusto. Sentía que el tiempo perdido no vuelve trayendo las ocasiones que se desperdiciaron. Entróle una rabia contra sí mismo. Sin saber qué hacía y por ocupar el tiempo llamó a Liduvina y al verla ante sí, tan serena, tan rolliza, sonriéndose maliciosamente, fue tal y tan insólito el sentimiento que le invadió, que diciéndole: «¡Vete, vete, vete!», se salió a la calle. Es que temió un momento no poder contenerse y asaltar a Liduvina.

Al salir a la calle se encalmó. La muchedumbre es como un bosque; le pone a uno en su lugar, le reencaja.

«¿Estaré bien de la cabeza?», iba pensando Augusto. «¿No será acaso que mientras yo creo ir formalmente por la calle, como las personas normales —¿y qué es una persona normal?—, vaya haciendo gestos, contorsiones y pantomimas, y que la gente que yo creo pasa sin mirarme o que me mira indiferentemente no sea así, sino que están todos fijos en mí y riéndose o compadeciéndome...? Y esta ocurrencia, ¿no es acaso locura? ¿Estaré de veras loco? Y en último caso, aunque lo esté, ¿qué? Un hombre de corazón, sensible, bueno, si no se vuelve loco es por ser un perfecto majadero. El que no está loco es o tonto o pillo. Lo que no quiere decir, claro está, que los pillos y los tontos no enloquezcan.»

«Lo que he hecho con Rosario —prosiguió pensando— ha sido ridículo, sencillamente ridículo. ¿Qué habrá pensado de mí? Y ¿qué me importa lo que de mí piense una mozuela así?... ¡Pobrecilla! Pero... ¡con qué ingenuidad se dejaba hacer! Es un ser fisiológico, perfectamente fisiológico, nada más que fisiológico, sin psicología alguna. Es inútil, pues, tomarla de conejilla de Indias o de ranita para experimentos psicológicos. A lo sumo fisiológico... Pero ¿es que la psicología, y sobre todo la feminidad, es algo más que fisiología, o si se quiere psicología fisiológica? ¿Tiene la mujer alma? Y a mí para meterme en experimentos psicofisiológicos me falta preparación técnica. Nunca asistí a ningún laboratorio... carezco, además, de aparatos. Y la psicofisiología exige aparatos. ¿Estaré, pues, loco?»

Después de haberse desahogado con estas meditaciones callejeras, por en medio de la atareada muchedumbre indiferente a sus cuitas, sintióse ya tranquilo y se volvió a casa.

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XXIV XXIV

Cuando salió Augusto de su entrevista con Paparrigópulos íbase diciendo: «De modo que tengo que renunciar a una de las dos o buscar una tercera. Als Augusto sein Interview mit Paparrigópulos verließ, sagte er: «Also muss ich eines von beiden aufgeben oder ein drittes finden. Aunque para esto del estudio psicológico bien me puede servir de tercer término, de término puramente ideal de comparación, Liduvina. Obwohl es mir für diese psychologische Studie durchaus als dritter Begriff dienen kann, ein rein idealer Vergleichsbegriff, Liduvin. Tengo, pues, tres: Eugenia, que me habla a la imaginación, a la cabeza; Rosario, que me habla al corazón, y Liduvina, mi cocinera, que me habla al estómago. Also habe ich drei: Eugenia, die zu meiner Phantasie spricht, zu meinem Kopf; Rosario, die zu meinem Herzen spricht, und Liduvina, meine Köchin, die zu meinem Magen spricht. Y cabeza, corazón y estómago son las tres facultades del alma que otros llaman inteligencia, sentimiento y voluntad. Und Kopf, Herz und Magen sind die drei Fähigkeiten der Seele, die andere Intelligenz, Gefühl und Wille nennen. Se piensa con la cabeza, se siente con el corazón y se quiere con el estómago. ¡Esto es evidente! Y ahora...»

«Ahora —prosiguió pensando—, ¡una idea luminosa, luminosísima! Voy a fingir que quiero pretender de nuevo a Eugenia, voy a solicitarla de nuevo, a ver si me admite de novio, de futuro marido, claro que no más que para probarla, como un experimento psicológico y seguro como estoy de que ella me rechazará... ¡pues no faltaba más! Tiene que rechazarme. Después de lo pasado, después de lo que en nuestra última entrevista me dijo, no es posible ya que me admita. Nach der Vergangenheit, nach dem, was er mir in unserem letzten Interview erzählt hat, ist es ihm nicht möglich, mich aufzunehmen. Es una mujer de palabra, creo. Mas... ¿es que las mujeres tienen palabra?, ¿es que la mujer, la Mujer, así, con letra mayúscula, la única, la que se reparte entre millones de cuerpos femeninos y más o menos hermosos —más bien más que menos—; es que la Mujer está obligada a guardar su palabra? Aber ... haben die Frauen ein Wort? Ist es, dass die Frau, die Frau, so groß geschrieben, die einzige, die auf Millionen von weiblichen Körpern verteilt und mehr oder weniger schön ist - eher mehr als weniger-; Sind Frauen verpflichtet, ihr Wort zu halten? Eso de guardar su palabra, ¿no es acaso masculino? Halten Sie Ihr Wort, ist das nicht männlich? Pero ¡no, no! Eugenia no puede admitirme; no me quiere. Eugenia kann mich nicht aufnehmen; er liebt mich nicht. No me quiere y aceptó ya mi dádiva. Er liebt mich nicht und hat mein Geschenk bereits angenommen. Y si aceptó mi dádiva y la disfruta, ¿para qué va a quererme?»

«Pero... ¿y si, volviéndose atrás de lo que me dijo —pensó luego—, me dice que sí y me acepta como novio, como futuro marido? Porque hay que ponerse en todo. Denn man muss sich in alles hineinversetzen. ¿Y si me acepta?, digo. Was ist, wenn er mich akzeptiert?, sage ich. ¡Me fastidia! Es stört mich! ¡Me pesca con mi propio anzuelo! ¡Eso sí que sería el pescador pescado! Das wäre der Fischerfisch! Pero ¡no, no!, ¡no puede ser! ¿Y si es? ¡Ah! entonces no queda sino resignarse. dann bleibt nichts anderes übrig, als sich abzufinden. ¿Resignarse? Sí, resignarse. Hay que saber resignarse a la buena fortuna. Y acaso la resignación a la dicha es la ciencia más difícil. Und vielleicht ist die Resignation in die Seligkeit die schwierigste Wissenschaft. ¿No nos dice Píndaro que las desgracias todas de Tántalo le provinieron de no haber podido digerir su felicidad? ¡Hay que digerir la felicidad! Y si Eugenia me dice que sí, si me acepta, entonces... ¡venció la psicología! Und wenn Eugenia ja sagt, wenn sie mich akzeptiert, dann ... hat die Psychologie gewonnen! ¡Viva la psicología! Pero ¡no, no, no! No me aceptará, no puede aceptarme, aunque sólo sea por salirse con la suya. Er wird mich nicht akzeptieren, er kann mich nicht akzeptieren, und sei es nur um seinen Willen durchzusetzen. Una mujer como Eugenia no da su brazo a torcer; la Mujer, cuando se pone frente al Hombre a ver cuál es de más tesón y constancia en sus propósitos, es capaz de todo. ¡No, no me aceptará!»

—Rosarito le espera.

Con tres palabras, preñadas de sentimientos, interrumpió Liduvina el curso de las reflexiones de su amo.

—Di, Liduvina, ¿crees tú que las mujeres sois fieles a lo que una vez hayáis dicho?, ¿sabéis guardar vuestra palabra?

—Según y conforme. "Entsprechend und konform."

—Sí, el estribillo de tu marido. Pero contesta derechamente y no como acostumbráis hacer las mujeres, que rara vez contestáis a lo que se os pregunta, sino a lo que se os figuraba que se os iba a preguntar. Aber antworten Sie richtig und nicht wie Frauen es gewohnt sind, dass Sie selten antworten, was von Ihnen gefragt wird, sondern eher das, was Sie sich vorgestellt haben, gefragt zu werden.

—Y ¿qué es lo que usted quiso preguntarme?

—Que si vosotras las mujeres guardáis una palabra que hubiéseis dado.

—Según la palabra.

—¿Cómo según la palabra? "Was dem Wort nach?"

—Pues claro está. Unas palabras se dan para guardarlas y otras para no guardarlas. Einige Wörter werden gegeben, um sie zu behalten und andere, um sie nicht zu behalten. Ya nadie se engaña, porque es valor entendido...

—Bueno, bueno, di a Rosario que entre.

Y cuando Rosario entró preguntóle Augusto:

—Di Rosario, ¿qué crees tú, que una mujer debe guardar la palabra que dio o que no debe guardarla?

—No recuerdo haberle dado a usted palabra alguna... „Ich kann mich nicht erinnern, dir ein Wort gegeben zu haben …

—No se trata de eso, sino de si debe o no una mujer guardar la palabra que dio...

—Ah, sí, lo dice usted por la otra... por esa mujer... "Ah, ja, du sagst es für die andere ... für diese Frau ..."

—Por lo que lo diga; ¿qué crees tú? „Nach dem, was du sagst; Was denken Sie?

—Pues yo no entiendo de esas cosas...

—¡No importa!

—Bueno, ya que usted se empeña, le diré que lo mejor es no dar palabra alguna.

—¿Y si se ha dado?

—No haberlo hecho.

«Está visto —se dijo Augusto— que a esta mozuela no la saco de ahí. „Es ist klar“, sagte Augusto zu sich selbst, „dass ich dieses Mädchen da nicht raushole. Pero ya que está aquí, voy a poner en juego la psicología, a llevar a cabo un experimento.»

—¡Ven acá, siéntate aquí! —y le ofreció sus rodillas.

La muchacha obedeció tranquilamente y sin inmutarse, como a cosa acordada y prevista. Augusto en cambio quedóse confuso y sin saber por dónde empezar su experiencia psicológica. Augusto hingegen war verwirrt und wusste nicht, wo er mit seiner psychologischen Erfahrung anfangen sollte. Y como no sabía qué decir, pues... hacía. Und da er nicht wusste, was er sagen sollte, na ja ... er wusste es. Apretaba a Rosario contra su pecho anhelante y le cubría la cara de besos, diciéndose entre tanto: «Me parece que voy a perder la sangre fría necesaria para la investigación psicológica.» Hasta que de pronto se detuvo, pareció calmarse, apartó a Rosario algo de sí y la dijo de repente:

—Pero ¿no sabes que quiero a otra mujer? "Aber weißt du nicht, dass ich eine andere Frau will?"

Rosario se calló, mirándole fijamente y encogiéndose de hombros.

—Pero ¿no lo sabes? —repitió él.

—¿Y a mí qué me importa eso ahora...? "Und was geht mich das jetzt an...?"

—¿Cómo que no te importa? "Was meinst du damit, dass es dir egal ist?"

—¡Ahora, no! Ahora me quiere usted a mí, me parece. Jetzt liebst du mich, denke ich.

—Y a mí también me parece, pero... "Und es scheint mir auch, aber ..."

Y entonces ocurrió algo insólito, algo que no entraba en las previsiones de Augusto, en su programa de experiencia psicológica sobre la Mujer, y es que Rosario, bruscamente, le enlazó los brazos al cuello y empezó a besarle. Apenas si el pobre hombre tuvo tiempo para pensar: «Ahora soy yo el experimentado; esta mozuela está haciendo estudios de psicología masculina.» Y sin darse cuenta de lo que hacía sorprendióse acariciando con las temblorosas manos las pantorrillas de Rosario. Der arme Mann hatte kaum Zeit zum Nachdenken: Jetzt bin ich der Erfahrene; dieses Mädchen studiert männliche Psychologie." Und ohne zu merken, was er tat, streichelte er mit zitternden Händen Rosarios Waden.

Levantóse de pronto Augusto, levantó luego en vilo a Rosario y la echó en el sofá. Ella se dejaba hacer, con el rostro encendido. Y él, teniéndola sujeta de los brazos con sus dos manos, se le quedó mirando a los ojos. And he, holding her by the arms with his two hands, stared into her eyes.

—¡No los cierres, Rosario, no los cierres, por Dios! Ábrelos. Así, así, cada vez más. Déjame que me vea en ellos, tan chiquitito...

Y al verse a sí mismo en aquellos ojos  como en un espejo vivo, sintió que la primera exaltación se le iba templando. Und als er sich in diesen Augen wie in einem lebendigen Spiegel sah, spürte er, wie seine erste Begeisterung schwand.

—Déjame que me vea en ellos como en un espejo, que me vea tan chiquitito... Sólo así llegaré a conocerme... viéndome en ojos de mujer...

Y el espejo le miraba de un modo extraño. Rosario pensaba: «Este hombre no me parece como los demás; debe de estar loco.» Rosario dachte: «Dieser Mann kommt mir nicht wie die anderen vor; Er muss verrückt sein.

Apartóse de pronto de ella Augusto, se miró a sí mismo, y luego se palpó, exclamando al cabo:

—Y ahora, Rosario, perdóname.

—¿Perdonarle?, ¿por qué?

Y había en la voz de la pobre Rosario más miedo que otro sentimiento alguno. Sentía deseos de huir, porque ella se decía: «Cuando uno empieza a decir o hacer incongruencias no sé adónde va a parar. Este hombre sería capaz de matarme en un arrebato de locura.» Y le brotaron unas lágrimas.

—¿Lo ves? —le dijo Augusto—, ¿lo ves? Sí, perdóname, Rosarito, perdóname; no sabía lo que me hacía. Ja, vergib mir, Rosarito, vergib mir; Ich wusste nicht, was er mit mir machte.

Y ella pensó: «Lo que no sabe es lo que no se hace.» Und sie dachte: Was du nicht weißt, ist das, was du nicht tust. And she thought, "What you don't know is what you don't do."

—Y ahora, ¡vete, vete!

—¿Me echa usted?

—No, me defiendo. "Nein, ich verteidige mich." ¡No te echo, no! ¡Dios me libre! Gott rette mich! Si quieres me iré yo y te quedas aquí tú, para que veas que no te echo. Wenn du willst, gehe ich und du bleibst hier, damit du siehst, dass ich dich nicht vermisse.

«Decididamente, no está bueno», pensó ella y sintió lástima de él. Es ist definitiv nicht gut, dachte sie und tat ihm leid.

—Vete, vete, y no me olvides, ¿eh? "Geh, geh und vergiss mich nicht, was?" —le cogió de la barbilla, acariciándosela—. Er packte ihr Kinn und streichelte es. No me olvides, no olvides al pobre Augusto.

La abrazó y la dio un largo y apretado beso en la boca. Al salir la muchacha le dirigió una mirada llena de un misterioso miedo. Als er ging, warf ihm das Mädchen einen Blick voller mysteriöser Angst zu. Y apenas ella salió, pensó para sí Augusto: «Me desprecia, indudablemente me desprecia; he estado ridículo, ridículo, ridículo... Pero ¿qué sabe ella, pobrecita, de estas cosas? ¿Qué sabe ella de psicología?»

Si el pobre Augusto hubiese podido entonces leer en el espíritu de Rosario habríase desesperado más. Hätte der arme Augusto damals im Geiste Rosarios lesen können, er hätte noch mehr verzweifelt. Porque la ingenua mozuela iba pensando: «Cualquier día vuelvo a darme yo un rato así a beneficio de la otra prójima...» Denn das naive Mädchen dachte: "Jeden Tag gönne ich mir so eine kleine Weile zum Wohle eines anderen Nachbarn ..." Because the naïve young girl was thinking: "Any day now I'm going to give myself another time like this for the benefit of the other girl...".

Íbale volviendo la exaltación a Augusto. Ibale gibt Augustus die Erhöhung zurück. Sentía que el tiempo perdido no vuelve trayendo las ocasiones que se desperdiciaron. Ich hatte das Gefühl, dass die verlorene Zeit nicht zurückkommt und die Chancen, die man verschenkt hat, mit sich bringt. Entróle una rabia contra sí mismo. Gib ihm eine Wut gegen sich selbst. Sin saber qué hacía y por ocupar el tiempo llamó a Liduvina y al verla ante sí, tan serena, tan rolliza, sonriéndose maliciosamente, fue tal y tan insólito el sentimiento que le invadió, que diciéndole: «¡Vete, vete, vete!», se salió a la calle. Ohne zu wissen, was er tat und um sich die Zeit zu nehmen, rief er Liduvina an, und als er sie vor sich sah, so gelassen, so plump, boshaft über sich selbst lächelnd, war das Gefühl, das ihn überfiel, so und so ungewöhnlich, dass er sagte: "Go , geh, geh!", er ging auf die Straße. Es que temió un momento no poder contenerse y asaltar a Liduvina.

Al salir a la calle se encalmó. La muchedumbre es como un bosque; le pone a uno en su lugar, le reencaja. Die Menge ist wie ein Wald; es bringt dich an deinen Platz, es passt zu dir.

«¿Estaré bien de la cabeza?», iba pensando Augusto. «¿No será acaso que mientras yo creo ir formalmente por la calle, como las personas normales —¿y qué es una persona normal?—, vaya haciendo gestos, contorsiones y pantomimas, y que la gente que yo creo pasa sin mirarme o que me mira indiferentemente no sea así, sino que están todos fijos en mí y riéndose o compadeciéndome...? «Könnte es sein, dass ich, während ich glaube, die Straße entlang zu gehen, wie normale Menschen – und was ist ein normaler Mensch? – weiterhin Gesten, Verrenkungen und Pantomimen mache, und dass die Menschen, an die ich glaube, vorbeigehen, ohne mich anzusehen oder das schaut mich nicht gleichgültig an, sondern sie sind alle auf mich fixiert und lachen oder bemitleiden mich...? Y esta ocurrencia, ¿no es acaso locura? Und dieses Ereignis, ist es nicht Wahnsinn? ¿Estaré de veras loco? Bin ich wirklich verrückt? Y en último caso, aunque lo esté, ¿qué? Und im letzten Fall, selbst wenn, was? Un hombre de corazón, sensible, bueno, si no se vuelve loco es por ser un perfecto majadero. Ein Mann mit Herz, sensibel, na ja, wenn er nicht verrückt wird, dann deshalb, weil er ein perfekter Narr ist. El que no está loco es o tonto o pillo. Lo que no quiere decir, claro está, que los pillos y los tontos no enloquezcan.» Was natürlich nicht heißt, dass Gauner und Narren nicht verrückt werden."

«Lo que he hecho con Rosario —prosiguió pensando— ha sido ridículo, sencillamente ridículo. ¿Qué habrá pensado de mí? Y ¿qué me importa lo que de mí piense una mozuela así?... Und was kümmert es mich, was so ein Mädchen von mir denkt? ... ¡Pobrecilla! Armes Ding! Pero... ¡con qué ingenuidad se dejaba hacer! Aber ... mit welcher Naivität er sich begehen ließ! Es un ser fisiológico, perfectamente fisiológico, nada más que fisiológico, sin psicología alguna. Es ist ein physiologisches Wesen, vollkommen physiologisch, nichts weiter als physiologisch, ohne jegliche Psychologie. Es inútil, pues, tomarla de conejilla de Indias o de ranita para experimentos psicológicos. Es ist also nutzlos, es als Versuchskaninchen oder Frosch für psychologische Experimente zu nehmen. A lo sumo fisiológico... Pero ¿es que la psicología, y sobre todo la feminidad, es algo más que fisiología, o si se quiere psicología fisiológica? Bestenfalls physiologisch ... Aber ist Psychologie und insbesondere Weiblichkeit mehr als Physiologie oder ist es physiologische Psychologie? ¿Tiene la mujer alma? Hat die Frau eine Seele? Y a mí para meterme en experimentos psicofisiológicos me falta preparación técnica. Und für psychophysiologische Experimente fehlt mir die technische Vorbereitung. Nunca asistí a ningún laboratorio... carezco, además, de aparatos. Ich habe nie ein Labor besucht ... mir fehlen auch Geräte. Y la psicofisiología exige aparatos. ¿Estaré, pues, loco?»

Después de haberse desahogado con estas meditaciones callejeras, por en medio de la atareada muchedumbre indiferente a sus cuitas, sintióse ya tranquilo y se volvió a casa.