Capítulo 6. La revolución triunfa
Don Mariano Isabel Cristino Queralt y Roca de Togores, embajador
de España en Santa Fe de Tierra Firme, Barón de Benicarlés, estaba
a las doce del día en la cama, con gorra y camisón de seda rosa. Sin
avisar, entra Currito Mi-Alma. El niño andaluz se detiene en la puerta
y lo mira. Su Excelencia el embajador lo dice con cara muy seria:
—Ayer no te vi en todo el día. Y no me mandaste ningún mensaje.
—Protesta ante al tirano. Acabo de salir de la cárcel.
—No gastes bromas. Estoy muy enfadado contigo.
—Es la verdad, Isabelita. Lo peor es que la policía tiene todas mis
cartas.
—¿Qué dices? ¿Quieres sacarme dinero?
—Te lo juro por mi madre.
—¡Tenías que quemar esas cartas! ¡Seguro que están en manos
del Presidente! ¡Es una situación muy difícil y muy complicada! Su
silencio me va a costar muy caro.
—Seguro que encuentras una solución. Isabelita.
—¡Si sale en los periódicos mi carrera se ha acabado!
Un criado le dice que Don Celestino ha venido a verlo. El embajador
se viste y sale a hablar con él.
–¡Querido Celes, trae usted cara de asuntos graves!
Don Celestino le da la mano.
—Yo he vivido mucho. No juzgo las acciones humanas.
—No le entiendo.
—Ayer la policía, injustamente creo yo, arrestó a un español, y
registró su vivienda.
—Acabo de enterarme. Me ha visitado Currito Mi-Alma.
El Barón de Benicarlés sonreía. Don Celes quiso insistir:
—Embajador, es asunto muy grave. Es necesario que todos juntos
lo silenciemos.
—¡Querido Celestino, es un asunto sin importancia!
—Mariano, mi deber es avisarle. Esas cartas están en poder del
General Banderas. No debo decirle este secreto político, pero usted
es amigo, y la Patria...
—Seguro que el Señor Presidente las guarda muy bien.
Don Celes estaba un poco harto del tono de indiferencia del
embajador.
—Querido Mariano, ya he dicho que no juzgo el contenido de esas
cartas, pero mi deber es prevenirlo. Temo un gran escándalo, contra
todos los españoles.
—Es verdad que tengo interés por ese Currito. ¿Usted le conoce?
¡Vale la pena!
—No, no lo conozco. Mariano, mi consejo es que debe usted
hacerse amigo del General. Debe ir a verlo.
—Sí, sí, voy a hacerlo. Adiós, querido Celes.
—Con esa promesa me marcho tranquilo.
Cuando Don Celes se va, sale de detrás de las cortinas Currito
Mi-Alma.
—¡Has estado muy bien, Isabelita!
—¡Qué haces espiando mis conversaciones!
—Isabelita, Don Celes tiene razón. Es mejor hablar con Banderas
y hacerte su amigo.
El Excelentísimo Señor Embajador de España ha pedido el coche
para las seis y media. Tiene una reunión con otros diplomáticos en la
embajada de Inglaterra para tratar el asunto de la nota. El Barón de
Benicarlés se ha perfumado y maquillado. Va vestido con femenina
elegancia. En el viaje va pensando. «Es posible que todos lleguen a un
acuerdo sobre la nota. Yo no puedo oponerme al Cuerpo Diplomático
por cuatro cartas. Es ridículo y absurdo. Pero no quiero dejar este
país. Tengo muchos recuerdos y amigos muy amables. Los hombres
valen más que las mujeres. Entre los jóvenes hay chicos muy guapos...
¡Con este clima tropical van todos medio desnudos!».
Por fin llega a la embajada británica. Hay otros coches en la puerta.
Entra y se encuentra en la escalera con los representantes de Chile y
del Brasil.
—Creo que nosotros somos los primeros —dice.
El Decano del Cuerpo Diplomático es Sir Jonnes H. Scott,
Embajador de su Graciosa Majestad Británica. Está expresando sus
propuestas en francés. Es pequeño y tripudo, con una gran calva en
su cabeza pelirroja:
—Inglaterra ha manifestado varias veces su disgusto con el
incumplimiento de las más elementales leyes de guerra. Inglaterra no
puede asistir indiferente al fusilamiento de prisioneros sin juicio, con
violación de las normas de los pueblos civilizados.
La Diplomacia Latino-Americana bebía el brandy del embajador
inglés y parecía de acuerdo con sus palabras. El embajador de España
estaba distraído mirando al del Ecuador, el Doctor Aníbal Roncali,
un criollo muy guapo, de pelo rizado negro y ojos ardientes. Luego,
el Barón de Benicarlés se reúne con los embajadores de los Estados
Unidos, de Alemania y de Francia. Habla el yanqui:
—El Honorable Sir Jonnes Scott ha expresado los sentimientos
humanitarios del Cuerpo Diplomático. Pero yo me pregunto: ¿es
aconsejable intervenir, en la política interior de la República? Hay una
revolución, y la represión ha de ser adecuada. El gobierno legítimo
del General Banderas sabe lo que tiene que hacer. Nosotros debemos
taparnos los oídos, cerrar los ojos. Señores, los rebeldes pueden ser
un peligro también para los negocios extranjeros que tenemos la
obligación de defender.
El Representante de España se da cuenta de que los tres diplomáticos
han tomado decisiones sin contar con él. Decisiones sobre un mundo
que en el pasado fue de España. El Honorable Sir Jonnes H. Scott ha
vuelto a tomar la palabra:
—Ruego a mis amables colegas que ocupen sus asientos.
Después de una larga discusión redactan una nota. La firman
veintisiete Naciones. Es un acto trascendental. Y aparece en los
grandes periódicos del mundo: «Santa Fe de Tierra Firme. El
Honorable Cuerpo Diplomático acordó la presentación de una Nota
al Gobierno de la República. La Nota, de gran importancia, aconseja
el cierre de las tiendas de bebidas y exige el refuerzo de guardias en las
Embajadas y Bancos Extranjeros».
El Barón de Benicarlés puede estar tranquilo. Seguro que el tirano queda satisfecho y no usa las cartas para perjudicar su imagen.
En el palacio del tirano, están jugado a la rana. Doña Lupita está
sentada al lado de la mesa con las bebidas y algo de comida para los
participantes. Nachito es uno de ellos y se esfuerza por jugar bien,
con la esperanza de que Banderas le perdone.
—Licenciado Veguillas, en la próxima tirada va usted a ser mi
compañero. Espero verle jugar tan bien como otras veces y no
estropear la partida. ¡Está usted temblando! ¡Se ha vuelto muy flojo,
amigo! Necesita un vasito de limón para calmar el ánimo. Licenciadito,
si no serena los brazos pierde su buena fama de buen jugador. Tiene
que brindar con los amigos para despedirse. Queremos rezarle
cuando estire la pata.
Nachito suspiraba con la cara llena de lágrimas:
—¡Generalito, me condenan las circunstancias! ¡No soy culpable!
¡Necesito una esperanza! No vive el hombre sin esperanza. El pájaro
tiene esperanza, y canta aunque la rama se rompa, porque sabe que
tiene alas. El rayo de la aurora tiene esperanza. ¡Mi Generalito, a
todos los seres les hace falta la esperanza! ¡Es un rayo que entra en
las cárceles! ¡Consuela al sentenciado! ¡Le ofrece la promesa de ser
indultado por los Poderes Públicos!
Santos saca de la chaqueta el pañuelo y se lo pasa por la cabeza:
—Ha hecho un resumen muy convincente, Licenciadito. El Doctor
Sánchez Ocaña le ha dado, sin duda, clase de oratoria en el penal.
Se reían los compadres, celebrando la burla maligna del Tirano.
Doña Lupita servía bebidas y Banderas le dice:
—Caramba, Doña Lupita, ha provocado usted más problemas a la República que el Cuerpo Diplomático. ¿Cuántas copas le rompió el
Coronel de la Gándara? La deuda de justicia que me reclamó usted
ha traído circunstancias fatales: el Coronel de la Gándara se ha
vuelto rebelde, ha llevado al penal al chamaco de Doña Rosa Pintado
y tenemos pendiente una nota del embajador de España. ¡Pueden
romperse las relaciones con la Madre Patria! Y el Licenciadito
Veguillas ya no va a jugar más con nosotros a la rana.
—Dentro de mí estoy rezando, patroncito.
Tirano Banderas estaba ahora mirado el camino.
—¿Ese jinete que viene delante no es Don Roque Cepeda?
Era Don Roque, que se baja del caballo. El general Banderas, con
hipocresía, se acerca a él, abriendo los brazos en señal de bienvenida:
—¡Muy feliz de verle por aquí! Mi Señor Don Roque, ¿por qué
se ha molestado? Era este servidor quien estaba obligado a pedirle
perdón en nombre de todo el Gobierno. Por eso le mandé a uno de
mis ayudantes. Y usted ha venido a verme, muchas gracias.
–Señor Presidente, no he querido irme a la campaña electoral sin
pasar a visitarle. Lo hago por educación y por amor a la República. He
recibido la visita de su ayudante, y estuve hablando con él.
—Amigo Don Roque, la independencia nacional corre peligro,
atacada por países extranjeros. El Cuerpo Diplomático, unos ladrones
interesados, nos combate con sus notas. Los yanquis y los europeos
quieren nuestro caucho, nuestras minas, nuestro petróleo, despiertan
las codicias. Nos esperan horas difíciles a todos los patriotas. Quería
verle para proponerle una tregua.
—¿Una tregua? —repetía Don Roque.
—Una tregua hasta solucionar el conflicto internacional. Le ofrezco una amplia amnistía para todos los presos políticos no
revolucionarios armados.
—Y la propaganda electoral ¿será de verdad libre?
—Libre y protegida por las leyes. ¿Puedo decirle otra cosa? Deseo la
paz del país y lucho por ella. No soy un ambicioso que quiere el poder.
Yo sólo amo el bien de la República. Usted, sus amigos, recuperan la
libertad y sus derechos civiles. Usted, hombre leal, espíritu patriota,
trabaja por evitar la revolución violenta. Luego las elecciones deciden.
Si el pueblo le da sus votos, yo soy el primero en aceptar la voluntad de
la Nación y me vuelvo a mis tierras. Ahora quiero que usted hable con
su gente para aceptar o no la oferta de paz de Santos Banderas.
Durante toda la noche, Banderas y sus compadres miran desde el
palacio las luces de la Feria.
—Basta dar diversión al pueblo. Está feliz y no piensa en ideas
raras y revolucionarias.
El tirano decide juzgar a Nachito. Reúne a sus compadres y
empieza a interrogarlo.
—Señores, este amigo es culpable de traición. Recuerdan que en la
noche de ayer, con la confianza que les tengo, les declaré mi intención
de arrestar al Coronel Domiciano de la Gándara. Fuera de aquí
alguien ha contado las palabras que conté a unos amigos. Ustedes
van a decirme el castigo que corresponde a alguien que revela mis
secretos. Él dice que una prostituta le adivinó el pensamiento. Antes
esa niña estuvo manejada por un cierto Doctor Polaco.
Nachito dice llorando:
—Al doctor le han visto en ferias, hablando con los muertos y adivinando los pensamientos con mujeres médium.
Le interrumpe el general:
—Licenciadito, usted conocía la orden de arresto, y con alguna
palabra pronunciada durante la borrachera, hizo sospechar al fugado.
—¿Mi lealtad de tantos años no vale?
—Usted es un borracho que se pasa las noches en los burdeles.
Todos sus pasos los conoce Santos Banderas.
—Señor Presidente, esa noche estuve con una mujer que lee los
pensamientos. Estábamos los dos pecando.
—Licenciadito, esas son tonterías alcohólicas. Vamos a hacer pasar
a la señorita y al doctor para interrogarlos.
Entran Lupita y el doctor Polaco.
–¿Reconoce haber dormido a esta niña con hipnosis?
—Reconozco que he experimentado con ella. Tiene muchas
cualidades para comunicarse con los espíritus. Vine aquí porque me
han hablado de esta señorita. Deseaba liberarla de su deuda.
—¿Pagarme la deuda? —dice Lupita—. El Licenciado quería
liberarme. Usted quería sacarme en los teatros.
—Lupita, reconoce que la noche pasada me leíste el pensamiento
—dice Nachito—. Tú avisaste a Domiciano y esté huyó.
—Están ustedes locos. Con esos poderes de verdad, me libro de la
dueña del burdel.
Entonces Banderas ordena al doctor Polaco que hipnotice a Lupita
para saber de verdad qué pasó esa noche. El doctor empieza a manejar
a la joven y poco a poco se queda dormida. Entonces oyen ruidos de
explosiones. Los rebeldes han entrado en la ciudad. El tirano mira por
un catalejo y ve que en la plaza todos corren. Los animales se han soltado y recorren la ciudad. Unas monjas expulsadas del convento
en camisón piden ayuda. Los soldados del palacio disparan contra la
plaza. La niña se despierta y el tirano empieza a dar órdenes:
—Es hora de luchar. Quiero mi uniforme de combate. Mayor del
Valle, hay que ir a los cuarteles, para saber si están con nosotros o con
los revolucionarios.
Banderas quiere reunir a sus hombres para atacar la ciudad. Pronto
se da cuenta de que tienen pocas ganas de luchar. Ordena castigar
a los que no luchan bien. Decide encerrarse en su palacio, resistir
todo el día, y aprovechar la oscuridad de la noche para intentar huir.
Manda construir defensas y coloca a sus soldados.
Antes del amanecer las tropas revolucionarias y los batallones
sublevados en los cuarteles de Santa Fe atacan el palacio. Para estudiar
las maniobras de los asaltantes Banderas sube a la torre. El enemigo
los estaba rodeando y construye trincheras para disparar desde allí.
Con el primer ataque, desertan algunos soldados. El tirano los ve
desde la torre y los maldice.
Los atacantes han sacado algunos cañones, pero antes de abrir
fuego, sale de las filas, en un buen caballo, el Coronelito de la Gándara.
Corre por el campo con riesgo de su vida, pidiendo a los del palacio la
rendición. El tirano le insulta desde la torre:
—¡Maldito traidor, voy a hacerte fusilar por la espalda!
Ordena a los soldados al pie de la torre que disparen. Obedecen,
pero apuntan tan alto, que se ve la intención de no causar daño. Luego,
el Mayor del Valle sale con algunos hombres. Parece una maniobra de
defensa, pero se pasan al campo enemigo. El Tirano está desesperado.
Da órdenes para que todas las tropas se encierren en el convento y deja la torre. Pide a su criado la lista de sospechosos y manda ahorcar a
quince, para asustar a los desertores.
A mitad de la mañana, los cañones rompen algunos muros. Tirano
Banderas intenta cerrar los boquetes, pero las tropas desertan, y
tiene que volver a encerrarse en sus cuarteles. Entonces se ve perdido,
sin más compañía que su criado. Le da unas pistolas y le dice:
—¡Quiero que el Licenciadito nos acompañe en este viaje a los
infiernos!
Luego sube a la habitación donde está encerrada su hija.
—¡Hija mía, no sirves para casada, como pensaba yo! ¡Ahora
tengo que quitarte la vida que te di hace veinte años! ¡Con vida te van
a violar los enemigos de tu padre, es mejor que mueras!
Las criadas gritan de miedo. Tirano Banderas las golpea en la cara:
—¡Silencio! Os dejo con vida para que la enterréis como a un
ángel.
Saca del pecho un puñal, sujeta a su hija del pelo, y cierra los ojos.
Luego le da quince puñaladas.
Tirano Banderas sale a la ventana con su puñal, y cae acribillado a
balazos. Su cabeza estuvo tres días puesta sobre un palo en la plaza de
la capital. Su cuerpo se partió en cuatro trozos que se mandaron a las
cuatro fronteras del país, dos de tierra y dos de mar.