Historias en español: febrero
Aquí en español con Juan nos gusta contar historias para aprender español en contexto.
Este año, por ejemplo, estamos contando cada mes, una historia. En el vídeo de hoy, en el vídeo de este mes, te voy a contar, os voy a contar, la historia del mes de febrero.
¿De acuerdo? Pues, venga, ¡empezamos!
Bueno, pues, ¿os acordáis de lo que os conté el mes pasado? ¿Os acordáis de lo que os conté el mes de enero?
Pues el mes pasado, en enero, tuve la suerte de conocer a una chica. Sí, yo había ido a una tienda de ropa a comprarme un gorro… Yo la verdad es que suelo caer bastante mal. Sí, la primera impresión que doy a la gente es que soy un tipo muy serio, sin sentido del humor, aburrido… Suelo caer mal. No sé por qué, pero es así: suelo caer mal a la gente.
En fin, por eso me sorprendió mucho cuando le caí bien a la chica de la tienda, a la dependienta. Por cierto, me parece que todavía no he dicho cómo se llama, ¿no? Se llama Carmen.
Bueno, pues, como decía, resulta que a esta chica, a Carmen, le caí bien. Le hice gracia. El problema es que luego me puse enfermo y no pudimos quedar y… bueno…Sí, fue una pena, pero…
Pero… pero unos días más tarde, la chica, Carmen, me llamó para decirme que en febrero sus amigos iban a organizar una fiesta y que si yo quería, podíamos ir los dos juntos.
A mí al principio me pareció una idea excelente y me puse muy contento.
Luego, cuando colgué el teléfono empecé a ponerme nervioso. Yo en realidad nunca había ido a una fiesta de disfraces. De hecho, a mí el carnaval es una fiesta que no nunca me ha gustado mucho, la verdad…
“¿Y qué me pongo? ¿Qué disfraz me pongo?” Yo nunca me había puesto un disfraz…
Me puse a mirar en internet. Puse: “disfraces de carnaval” y encontré un montón de sitios, un montón de páginas de internet que vendían disfraces de carnaval… pero todos los disfraces que encontré eran muy caros… Yo no quería gastar mucho dinero en el disfraz. Al fin y al cabo me lo iba a poner solo un día…
Total, que después de darle muchas vueltas a la cabeza, acabé llamando por teléfono a mi amigo Carlos. Para ver si él me daba alguna idea… ¿Y sabéis qué? ¿Sabéis qué pasó? Pues que el tío me dijo que no me preocupara, que él mismo tenía un disfraz que yo me podía poner para ir a la fiesta de disfraces con Carmen: un disfraz de hombre prehistórico, de hombre de las cuevas.
Carlos me salvó la vida. Me dejó, me prestó, su disfraz de hombre prehistórico y yo me puse muy contento. Era un disfraz muy chulo que me quedaba muy bien. Era divertido, pero al mismo tiempo era un poco sexi. Me dejaba al aire un poco el hombro, así, y las piernas… porque era un poco corto, ¿no? Y se me veían las piernas… También se me veían los brazos, un poco el pecho… ¡Ah, y además, tenía una venda aquí, alrededor de la cabeza, superchula! Entonces, sí, era divertido, era un disfraz divertido, pero al mismo tiempo era sexi y estaba seguro de que, en fin, a carmen le iba a gustar que fuese vestido así. Yo me sentía un poco como Sandokán. ¿Os acordáis de Sandokán? Pues así me sentía yo con aquel disfraz…Esa era exactamente la impresión que yo quería dar con aquel vestido: un hombre divertido, pero sexi.
Total, que el día de la fiesta de carnaval me lo puse, me puse el disfraz de hombre prehistórico y fui a la fiesta de los amigos de Carmen. Por suerte, la fiesta no era muy lejos de mi casa. A unos veinte minutos a pie, más o menos.
Llegué a la casa de los amigos de Carmen. Yo estaba sudando, me había puesto muy nervioso. Hacía frío, yo iba casi desnudo, pero estaba sudando porque me había puesto muy nervioso.
Bueno, total, llamé a la puerta ¡ring, ring! y esperé. Dentro no se oía nada. Me pareció raro. Esperaba oír música o ruido de gente. Nada. Volví a llamar. ¡Ring, ring!
Entonces escuché unos pasos. Alguien venía, alguien se estaba acercando hacia la puerta. Yo me preparé. Me puse derecho. Me arreglé un poco el disfraz de hombre prehistórico, levanté la porra y me puse a hacer ruido con la boca, así, ¡GGRRRRR! Imitando a un hombre prehistórico… Bueno, yo no sé cómo hablaban los hombres prehistóricos, pero me parecía que debía de ser algo así: ¡GREERREE!
No sé, yo quería dar una buena impresión. Quería que Carmen y sus amigos pensaran que yo era un tipo simpático, divertido, con sentido del humor…
Carlos me había dicho que caerle bien a los amigos de la chica que te gusta es muy importante. Y tenía razón. Seguramente tenía razón. Seguramente, la chica, en este caso Carmen, les preguntaría qué pensaban de mí, si les había parecido un tipo simpático, divertido, guapo, inteligente… Era fundamental que yo causara una buena impresión aquella tarde, en la fiesta.
Por eso me había puesto aquel disfraz de hombre preshitórico, ¿no? Me parecía un disfraz divertido, que me quedaba bien, me hacía sexi porque se me veían las piernas, el hombro, un poco el pecho… la venda también era muy chula… la venda en la cabeza…
Total, que yo quería caerles bien a los amigos de Carmen. Y mientras escuchaba los pasos que se acercaban a abrir la puerta, me puse a hacer ruidos con la boca como si fuera un hombre primitivo de verdad: hacía ¡GRREEEERRRRRRGGGGG!
Bueno, pues nada, después de un rato, me di cuenta de que la puerta no se abría. La persona que había detrás de la puerta no terminaba de abrirla.
Un rato después escuché una voz que decía: “¿Quién es?”
Yo pensé volver a decir: ¡GEEERRRRREEEE! Pero me pareció mejor decir: “¡Soy Juan. Soy amigo de Carmen. Ella me ha invitado a la fiesta!”
Al final, poco a poco, la puerta se fue abriendo. Poco a poco. Despacio, muy despacio. Parecía que la persona que estaba abriendo la puerta tenía miedo.
Al final, la puerta se abrió y me encontré delante de una señora mayor, de unos ochenta años, que llevaba un vestido negro, con dibujos de flores rojas y verdes. Muy elegante.
Por un momento pensé, “¡Qué buen disfraz! ¡Parece realmente una señora mayor, de unos 80 años!” Pero enseguida me di cuenta de que no era un disfraz. Era realmente una señora mayor de unos 80 años.
La señora me dijo: “¿Es usted amigo de Carmen?” Hablaba en voz baja, como si tuviera miedo: “¿Es usted amigo de Carmen?”
“Sí, bueno, me dijo que viniera a la fiesta…” Le dije yo.
La señora de 80 años me miraba de arriba abajo, pero no me dejaba pasar. Se había puesto delante delante de la puerta y no me dejaba pasar. Parecía que no se fiaba de mí.
Entonces, apareció una chica por detrás, por detrás de la señora mayor.
“¿Juan? ¿Eres tú?”, me dijo.
La reconocí enseguida. Era Carmen. La reconocí enseguida porque no llevaba ningún disfraz. Llevaba un vestido negro muy elegante, pero nada de disfraz.
“¿Pero qué te has puesto?”, me dijo, “¿Qué ropa te has puesto?”
Ella me miraba con los ojos muy abiertos, así, con los ojos abiertos como platos.
“¿Pero qué te has puesto?” me volvió a preguntar “¿Qué ropa te has puesto?”
En ese momento me di cuenta de todo. En ese momento me di cuenta de mi error. Había una fiesta, sí, pero no era una fiesta de disfraces.
Como era febrero, yo había pensado que la fiesta era de disfraces, pero no, en realidad Carmen nunca había dicho que fuese una fiesta de disfraces… Eso es lo que había pensado yo, lo que yo me había imaginado… pero no… la fiesta no tenía nada que ver con una fiesta de disfraces…
¡Al contrario! Era una fiesta de gente superelegante.
Ella se echó a reír: ¡jajaja! Empezó a reírse a carcajadas… me miraba y se reía….
“¡Pero, hombre, cómo se te ha ocurrido venir vestido así! “¿Pero quién te ha dicho que era una fiesta de disfraces? ¿pero cómo te has puesto eso?”
Bueno, como os podéis imaginar, yo me puse rojo. Me puse muy rojo. Me dio mucha vergüenza. Me sentí ridículo.
Ella, Carmen, no paraba de reír. La señora mayor, la señora de unos 80 años, seguía allí, mirándome de arriba abajo. Ella no se reía. Ella me miraba muy seria.
Pero Carmen no paraba de reírse a carcajadas: ¡jajaja! ¡jajaja!
Y yo, claro, me puse supernervioso. Me puse rojo, rojo como un tomate.
Bueno, al cabo de un rato, Carmen me dijo, “¡Anda, ven, que te voy a presentar a mis amigos!” Y volvió a echarse a reír.
Entonces nos pusimos a caminar los tres por el pasillo, hacia el salón de la casa. Carmen iba delante y yo caminaba detrás.
A mí me dieron ganas de irme, de escapar de allí, de echar a correr hacia la puerta y no volver a ver nunca más a ver a Carmen, pero…
Pero la señora mayor de unos 80 años se había puesto detrás de mí y me cerraba la huida hacia la puerta. Carmen iba delante de mí y la señora mayor de unos 80 años iba detrás. Era imposible escapar. Estaba rodeado. Yo me quería morir.
Pasamos por delante de un espejo. Me vi reflejado y… bueno, me quedé hecho polvo. Me dieron ganas de llorar. Estaba aterrorizado, me sentía idiota, ridículo, pero no podía hacer nada… No podía escapar de allí.
Total, que llegamos al salón y, bueno, allí estaban los amigos de Carmen. Eran unos siete u ocho, chicos y chicas. La mayoría jóvenes, pero también había un par de señoras mayores, de unos sesenta años. Todos estaban vestidos de forma muy elegante y bebían champagne. Las mujeres llevaban trajes largos negros, rojos o de color plata… los hombres llevaban traje, algunos incluso llevaban smoking…
¡Fue terrible!
En cuanto entramos en el salón, todos se callaron, dejaron de hablar y se volvieron hacia nosotros. Se quedaron de piedra, como os podéis imaginar. No dijeron nada, pero me miraban con los ojos grandes, enormes, abiertos, abiertos como platos.
Enseguida, Carmen les explicó quién era yo, cómo me había conocido y les contó la confusión que yo había tenido, que yo había pensado que se trataba de una fiesta de disfraces…
Los amigos de Carmen sonrieron, me saludaron, me miraron de arriba abajo y no me volvieron a hablar en toda la noche.
Supongo que les parecí un idiota. Yo que había hecho un gran esfuerzo para caerles bien y, bueno, todo fue un desastre.
Me senté en un sofá que había en la esquina del salón y me pasé allí toda la tarde, solo. De vez en cuando Carmen se acercaba a mí, me preguntaba si estaba bien, me ofrecía algo de beber y luego volvía a irse. Ella se estaba divirtiendo mucho. Bailaba, hablaba con sus amigos, se reía…
De vez en cuando me miraba y decía: “¡Qué pinta! ¡Qué pinta tienes!” y volvía a echarse a reír.
El resto de la gente en la fiesta me ignoraba. Durante todo el tiempo que estuve allí ninguno de ellos se acercó hacia mi ni me dijo nada. Yo me daba cuenta de que me miraban, me daba cuenta de que hablaban de mí entre ellos y que posiblemente se reían de mí…
En fin, fue la peor fiesta de mi vida. Había hecho un esfuerzo un enorme por caerles bien a los amigos de Carmen y al final todos mis esfuerzos no habían servido para nada.
Cuando aquella noche volví a casa estaba hecho polvo. Estaba muy avergonzado. Lo que me preocupaba era la opinión de Carmen. Estaba seguro de que ahora no querría volver a verme. Seguramente pensaba que yo era un idiota.
Por eso me sorprendí tanto cuando me mandó un whatsapp preguntándome si podíamos quedar para San Valentín, para el día de los enamorados. Comos os podéis imaginar, me quedé de piedra. No me lo esperaba ¿Carmen quería volver a verme? ¿Carmen quería quedar conmigo el día de los enamorados?
Como os podéis imaginar, me puse supercontento. Me puse también nervioso, es verdad, porque yo no estoy acostumbrado a quedar con chicas, pero también me puse supercontento porque tenía una nueva oportunidad con Carmen. ¡No todo estaba perdido!
Pero, bueno, ya os contaré en el próximo vídeo que pasó en la cita con Carmen.
Os espero el próximo mes, ¿de acuerdo? Si queréis saber qué pasó en la cita con Carmen no os perdáis el vídeo de marzo.
Bueno, chicos, espero que os guste este modo de aprender español con historias. Esto es lo que hacemos aquí en Español con Juan: contar muchas historias para aprender español en contexto.
Os recuerdo que también he publicado algunos libros con muchas historias para aprender español. Se trata de historias adaptadas para estudiantes de español, graduadas en diferentes niveles de dificultad, que os pueden ayudar a mejorar vuestro nivel de español.
Debajo, en la descripción, os dejo los links para que veáis cómo son estos libros.
Y nada más.
Un saludo y hasta el próximo vídeo.