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Niebla - Unamuno, XXVI

XXVI

Augusto se dirigió a casa de Eugenia dispuesto a tentar la última experiencia psicológica, la definitiva, aunque temiendo que ella le rechazase. Y encontróse con ella en la escalera, que bajaba para salir cuando él subía para entrar.

—¿Usted por aquí, don Augusto?

—Sí, yo; mas puesto que tiene usted que salir, lo dejaré para otro día; me vuelvo.

—No, está arriba mi tío.

—No es con su tío, es con usted, Eugenia, con quien tenía que hablar. Dejémoslo para otro día.

—No, no, volvamos. Las cosas en caliente.

—Es que si está su tío.

—¡Bah!, ¡es anarquista! No le llamaremos.

Y obligó a Augusto a que subiese con ella. El pobre hombre, que había ido con aires de experimentador, sentíase ahora rana.

Cuando estuvieron solos en la sala, Eugenia, sin quitarse el sombrero, con el traje de calle con que había entrado, le dijo:

—Bien, sepamos qué es lo que tenía que decirme.

—Pues... pues... —y el pobre Augusto balbuceaba— pues... pues...

—Bien; pues ¿qué?

—Que no puedo descansar, Eugenia; que les he dado mil vueltas en el magín a las cosas que nos dijimos la última vez que hablamos, y que a pesar de todo no puedo resignarme, ¡no, no puedo resignarme, no lo puedo!

—Y ¿a qué es lo que no puede usted resignarse?

—Pues ¡a esto, Eugenia, a esto!

—Y ¿qué es esto?

—A esto, a que no seamos más que amigos...

—¡Más que amigos...! ¿Le parece a usted poco, señor don Augusto?, ¿o es que quiere usted que seamos menos que amigos?

—No, Eugenia, no, no es eso.

—Pues ¿qué es?

—Por Dios, no me haga sufrir...

—El que se hace sufrir es usted mismo.

—¡No puedo resignarme, no!

—Pues ¿qué quiere usted?

—¡Que seamos... marido y mujer!

—¡Acabáramos!

—Para acabar hay que empezar.

—¿Y aquella palabra que me dio usted?

—No sabía lo que me decía.

—Y la Rosario aquella...

—¡Oh, por Dios, Eugenia, no me recuerdes eso!, ¡no pienses en la Rosario!

Eugenia entonces se quitó el sombrero, lo dejó sobre una mesilla, volvió a sentarse y luego pausadamente y con solemnidad dijo:

—Pues bien, Augusto, ya que tú, que eres al fin y al cabo un hombre, no te crees obligado a guardar la palabra, yo que no soy nada más que una mujer tampoco debo guardarla. Además, quiero librarte de la Rosario y de las demás Rosarios o Petras que puedan envolverte. Lo que no hizo la gratitud por tu desprendimiento ni hizo el despecho de lo que con Mauricio me paso —ya ves si te soy franca— hace la compasión. ¡Sí, Augusto, me das pena, mucha pena! —y al decir esto le dio dos leves palmaditas con la diestra en una rodilla.

—¡Eugenia! —y le tendió los brazos como para cogerla.

—¡Eh, cuidadito! —exclamó ella apartándoselos y hurtándose de ellos— ¡cuidadito!

—Pues la otra vez... la última vez...

—¡Sí, pero entonces era diferente!

«Estoy haciendo de rana», pensó el psicólogo experimental.

—¡Sí —prosiguió Eugenia—, a un amigo, nada más que amigo, pueden permitírsele ciertas pequeñas libertades que no se deben otorgar al... vamos, al... novio!

—Pues no lo comprendo...

—Cuando nos hayamos casado, Augusto, te lo explicaré. Y ahora, quietecito, ¿eh?

«Esto es hecho», pensó Augusto, que se sintió ya completa y perfectamente rana.

—Y ahora —agregó Eugenia levantándose— voy a llamar a mi tío.

—¿Para qué?

—¡Toma, para darle parte!

—¡Es verdad! —exclamó Augusto, consternado.

Al momento llegó don Fermín.

—Mire usted, tío —le dijo Eugenia—, aquí tiene usted a don Augusto Pérez, que ha venido a pedirme la mano. Y yo se la he concedido.

—¡Admirable!, ¡admirable! —exclamó don Fermín—, ¡admirable! ¡Ven acá, hija mía, ven acá que te abrace!, ¡admirable!

—¿Tanto le admira a usted que vayamos a casarnos, tío?

—No, lo que me admira, lo que me arrebata, lo que me subyuga es la manera de haber resuelto este asunto, los dos solos, sin medianeros... ¡viva la anarquía! Y es lástima, es lástima que para llevar a cabo vuestro propósito tengáis que acudir a la autoridad... Por supuesto, sin acatarla en el fuero interno de vuestra conciencia, ¿eh?, pro formula, nada más que pro formula. Porque yo sé que os consideráis ya marido y mujer. ¡Y en todo caso yo, yo solo, en nombre del Dios anárquico, os caso! Y esto basta. ¡Admirable!, ¡admirable! Don Augusto, desde hoy esta casa es su casa.

—¿Desde hoy?

—Tiene usted razón, sí, lo fue siempre. Mi casa... ¿mía? Esta casa que habito fue siempre de usted, fue siempre de todos mis hermanos. Pero desde hoy... usted me entiende.

—Sí, le entiende a usted, tío.

En aquel momento llamaron a la puerta y Eugenia dijo:

—¡La tía!

Y al entrar esta en la sala y ver aquello, exclamó:

—Ya, ¡enterada! ¿Conque es cosa hecha? Esto ya me lo sabía yo.

Augusto pensaba: «¡Rana, rana completa! Y me han pescado entre todos.»

—Se quedará usted hoy a comer con nosotros, por supuesto, para celebrarlo... —dijo doña Ermelinda.

—¡Y qué remedio! —se le escapó al pobre rana.

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XXVI XXVI XXVI

Augusto se dirigió a casa de Eugenia dispuesto a tentar la última experiencia psicológica, la definitiva, aunque temiendo que ella le rechazase. 奧古斯托前往尤金尼亞的家,準備嘗試最後的心理經歷,決定性的,儘管他擔心她會拒絕自己。 Y encontróse con ella en la escalera, que bajaba para salir cuando él subía para entrar. 他在樓梯上遇見了她,她正下樓準備出去,而他則正上樓準備進去。

—¿Usted por aquí, don Augusto? —您在這裡,奧古斯托先生?

—Sí, yo; mas puesto que tiene usted que salir, lo dejaré para otro día; me vuelvo.

—No, está arriba mi tío.

—No es con su tío, es con usted, Eugenia, con quien tenía que hablar. Dejémoslo para otro día.

—No, no, volvamos. Las cosas en caliente. Dinge heiß.

—Es que si está su tío.

—¡Bah!, ¡es anarquista! No le llamaremos. Wir werden Sie nicht anrufen.

Y obligó a Augusto a que subiese con ella. El pobre hombre, que había ido con aires de experimentador, sentíase ahora rana.

Cuando estuvieron solos en la sala, Eugenia, sin quitarse el sombrero, con el traje de calle con que había entrado, le dijo:

—Bien, sepamos qué es lo que tenía que decirme.

—Pues... pues... —y el pobre Augusto balbuceaba— pues... pues... "Nun ... gut ..." und der arme Augustus stammelte: "Nun ... gut ...

—Bien; pues ¿qué?

—Que no puedo descansar, Eugenia; que les he dado mil vueltas en el magín a las cosas que nos dijimos la última vez que hablamos, y que a pesar de todo no puedo resignarme, ¡no, no puedo resignarme, no lo puedo!

—Y ¿a qué es lo que no puede usted resignarse?

—Pues ¡a esto, Eugenia, a esto!

—Y ¿qué es esto?

—A esto, a que no seamos más que amigos... -Dazu, dass wir nur Freunde sind ...

—¡Más que amigos...! ¿Le parece a usted poco, señor don Augusto?, ¿o es que quiere usted que seamos menos que amigos? Kommt Ihnen das wenig vor, Herr Don Augusto, oder wollen Sie, dass wir weniger als Freunde sind?

—No, Eugenia, no, no es eso.

—Pues ¿qué es?

—Por Dios, no me haga sufrir... "Um Gottes willen, lass mich nicht leiden ...

—El que se hace sufrir es usted mismo. "Derjenige, der dich leiden lässt, bist du selbst."

—¡No puedo resignarme, no! "Ich kann nicht resignieren, nein!"

—Pues ¿qué quiere usted? "Nun, was willst du?"

—¡Que seamos... marido y mujer!

—¡Acabáramos! "Lass uns fertig sein!"

—Para acabar hay que empezar.

—¿Y aquella palabra que me dio usted? "Und das Wort, das du mir gegeben hast?"

—No sabía lo que me decía.

—Y la Rosario aquella...

—¡Oh, por Dios, Eugenia, no me recuerdes eso!, ¡no pienses en la Rosario!

Eugenia entonces se quitó el sombrero, lo dejó sobre una mesilla, volvió a sentarse y luego pausadamente y con solemnidad dijo: Eugenia nahm dann ihren Hut ab, legte ihn auf einen Tisch, setzte sich wieder und sagte dann langsam und feierlich:

—Pues bien, Augusto, ya que tú, que eres al fin y al cabo un hombre, no te crees obligado a guardar la palabra, yo que no soy nada más que una mujer tampoco debo guardarla. "Nun, Augusto, da du, der du doch ein Mann bist, dich nicht verpflichtet fühlst, das Wort zu halten, soll ich, der nichts anderes als eine Frau bin, es auch nicht halten." Además, quiero librarte de la Rosario y de las demás Rosarios o Petras que puedan envolverte. Außerdem möchte ich dich des Rosenkranzes und der anderen Rosenkränze oder Petras, die dich umgeben, befreien. Lo que no hizo la gratitud por tu desprendimiento ni hizo el despecho de lo que con Mauricio me paso —ya ves si te soy franca— hace la compasión. Welch Dankbarkeit für Ihre Distanz hat nichts gebracht, noch der Trotz dessen, was Mauricio widerfahren ist – Sie sehen, ob ich ehrlich zu Ihnen bin – Mitleid tut es. ¡Sí, Augusto, me das pena, mucha pena! —y al decir esto le dio dos leves palmaditas con la diestra en una rodilla. Und während er dies sagte, klopfte er ihm zweimal mit der rechten Hand auf ein Knie.

—¡Eugenia! —y le tendió los brazos como para cogerla. Und er streckte die Arme aus, als wollte er sie fangen.

—¡Eh, cuidadito! —exclamó ella apartándoselos y hurtándose de ellos— ¡cuidadito! rief sie, schob sie weg und stahl von ihnen, "seien Sie vorsichtig!"

—Pues la otra vez... la última vez...

—¡Sí, pero entonces era diferente! "Ja, aber damals war es anders!"

«Estoy haciendo de rana», pensó el psicólogo experimental. Ich spiele einen Frosch, dachte der Experimentalpsychologe.

—¡Sí —prosiguió Eugenia—, a un amigo, nada más que amigo, pueden permitírsele ciertas pequeñas libertades que no se deben otorgar al... vamos, al... novio! "Ja", fuhr Eugenia fort, "einem Freund, nichts weiter als einem Freund, können gewisse kleine Freiheiten eingeräumt werden, die dem ... komm schon, dem ... Freund nicht zugestanden werden sollten!"

—Pues no lo comprendo...

—Cuando nos hayamos casado, Augusto, te lo explicaré. "Wenn wir verheiratet sind, Augusto, werde ich es dir erklären." Y ahora, quietecito, ¿eh?

«Esto es hecho», pensó Augusto, que se sintió ya completa y perfectamente rana.

—Y ahora —agregó Eugenia levantándose— voy a llamar a mi tío. "Und jetzt", fügte Eugenia hinzu und stand auf, "werde ich meinen Onkel anrufen."

—¿Para qué?

—¡Toma, para darle parte! "Hier, um ihm einen Anteil zu geben!"

—¡Es verdad! —exclamó Augusto, consternado. rief Augustus bestürzt aus.

Al momento llegó don Fermín. In diesem Moment traf Don Fermín ein.

—Mire usted, tío —le dijo Eugenia—, aquí tiene usted a don Augusto Pérez, que ha venido a pedirme la mano. "Schau, Onkel", sagte Eugenia zu ihm, "hier hast du Don Augusto Pérez, der gekommen ist, um mich um meine Hand zu bitten." Y yo se la he concedido. Und ich habe es gewährt.

—¡Admirable!, ¡admirable! "Bewundernswert! Bewundernswert!" —exclamó don Fermín—, ¡admirable! rief Don Fermín aus, "bewundernswert!" ¡Ven acá, hija mía, ven acá que te abrace!, ¡admirable! Komm her, meine Tochter, komm her, um dich zu umarmen!

—¿Tanto le admira a usted que vayamos a casarnos, tío? "Wunderst du dich, dass wir so oft heiraten, Onkel?"

—No, lo que me admira, lo que me arrebata, lo que me subyuga es la manera de haber resuelto este asunto, los dos solos, sin medianeros... ¡viva la anarquía! "Nein, was mich bewundert, was mich mitreißt, was mich unterjocht, ist die Art und Weise, wie ich diese Angelegenheit gelöst habe, wir beide allein, ohne Vermittler ... es lebe die Anarchie!" Y es lástima, es lástima que para llevar a cabo vuestro propósito tengáis que acudir a la autoridad... Por supuesto, sin acatarla en el fuero interno de vuestra conciencia, ¿eh?, pro formula, nada más que pro formula. Und es ist schade, es ist schade, dass Sie, um Ihren Zweck zu erfüllen, zur Behörde gehen müssen ... Natürlich, ohne sich im internen Forum Ihres Gewissens daran zu halten, oder? Formel. Porque yo sé que os consideráis ya marido y mujer. Denn ich weiß, dass Sie sich bereits als Mann und Frau betrachten. ¡Y en todo caso yo, yo solo, en nombre del Dios anárquico, os caso! Und auf jeden Fall heirate ich, ich allein, im Namen des anarchischen Gottes dich! Y esto basta. ¡Admirable!, ¡admirable! Don Augusto, desde hoy esta casa es su casa.

—¿Desde hoy?

—Tiene usted razón, sí, lo fue siempre. Mi casa... ¿mía? Esta casa que habito fue siempre de usted, fue siempre de todos mis hermanos. Pero desde hoy... usted me entiende.

—Sí, le entiende a usted, tío.

En aquel momento llamaron a la puerta y Eugenia dijo:

—¡La tía!

Y al entrar esta en la sala y ver aquello, exclamó:

—Ya, ¡enterada! ¿Conque es cosa hecha? Womit wird es gemacht? Esto ya me lo sabía yo. Das wusste ich schon.

Augusto pensaba: «¡Rana, rana completa! Y me han pescado entre todos.» Und sie haben mich unter allen erwischt.»

—Se quedará usted hoy a comer con nosotros, por supuesto, para celebrarlo... —dijo doña Ermelinda.

—¡Y qué remedio! —se le escapó al pobre rana. "Der arme Frosch ist entkommen."